"El agua, tomada en moderación,
No le hace daño a nadie".
Mark Twain
No debe uno quejarse demasiado de la naturaleza, ya que ésta tiene una sabiduría de la que carecemos todos. Las lluvias que cayeron sobre una sedienta Ciudad de México el 6 de septiembre por la noche fueron con mucho las más intensas de este 2009. Tal vez hayan sido las más fuertes en varios años.
Puede uno argumentar que nadie podía prever una tormenta de esta magnitud en la Ciudad de México, como era difícil que los municipios sonorenses de Guaymas y Empalme en Sonora, siempre desérticos, hubieran estado preparados para la precipitación que trajo consigo el huracán Jimena. La verdad, sin embargo, es que la zona conurbada de la Ciudad de México se inunda parcialmente cada año. En este 2009 la moderación de las precipitaciones de los primeros meses del verano, la temporada de lluvias, hizo pensar que se evitaría este fenómeno y que el único problema que había que resolver era la falta de agua en las presas del sistema Cutzamala.
Pero como lo vimos la noche del 6 de septiembre, una vez más la mayor ciudad del país pareció haber sido tomada por sorpresa por la tormenta. El aeropuerto de la Ciudad de México fue cerrado durante varias horas y se registraron inundaciones serias y prolongadas -que las autoridades llaman, sin ironía, "encharcamientos"- en las delegaciones Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero así como en los municipios mexiquenses de Atizapán y Tlalnepantla (en particular en Valle Dorado).
Durante años se han hecho inversiones multimillonarias de infraestructura en la Ciudad de México, pero en obras viales, como los segundos pisos del Periférico, originalmente impulsados por Andrés Manuel López Obrador pero que ahora está construyendo en la salida a Querétaro el Gobierno mexiquense de Enrique Peña Nieto, o el reemplazo del asfalto del circuito interior con concreto hidráulico. En el caso del circuito interior, muchos de los pasos a desnivel que se hicieron a principios de este año quedaron inundados la noche del 6 de septiembre.
Entiendo que una inversión en infraestructura hidráulica que permita un mejor desalojo de la lluvia o una utilización mayor de ella para no revolverla con las aguas negras, es menos atractiva desde un punto de vista político que una obra vial. Pero cada vez es más claro que el principal problema de la zona metropolitana es el agua.
La inundación en Atizapán fue en buena medida producto de una fractura de unos 10 metros del Emisor Poniente, un viejo ducto de tres metros de diámetro a cargo de Conagua que sirve para expulsar agua de lluvia del Valle de México.
El Emisor Central, en contraste, funcionó razonablemente bien y evitó una inundación de mayores proporciones. Se construye ya, por otra parte, un Emisor Oriente que es una de las mayores obras hidráulicas jamás realizada.
A veces el problema de las inundaciones en la Ciudad de México, sin embargo, no es siquiera de infraestructura. Simple y sencillamente los habitantes de la zona metropolitana siguen considerando el pavimento como un gigantesco bote de basura. Sus desechos tapan las alcantarillas y los drenajes si no son limpiados constantemente. Pero no podemos esperar que la gente deje de tirar basura si no se aplican penas significativas por hacerlo. Una norma sin sanción, ya deberíamos saber, no es realmente norma.
La Ciudad de México debe aprender a vivir con la lluvia y aprovecharla. El agua tiene formas de reclamar los espacios que antes tenía en este valle de lagos. Para convivir con ella necesitamos obras hidráulicas, pero también debemos encontrar formas de usar esa agua para saciar cuando menos una parte de la sed de esta ciudad.
El autor intelectual de los espeluznantes homicidios del candidato a diputado local en Tabasco José Fuentes Esperón, su esposa y sus dos hijos es un muchacho de 17 años. ¿Se le juzgará realmente por lo que hizo o se le permitirá salir en libertad en dos años una vez que llegue a la mayoría de edad?
