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Semana negra

La fecha siete del campeonato mexicano de la Primera División deberá no sólo ser recordada como una de las peores desde el punto de vista arbitral, sino servir para encender focos de alarma en el seno de la Federación Mexicana de Futbol.

Hemos comentado que el error es propio del quehacer humano y el arbitraje no puede sustraerse a él. También se ha señalado la creciente dificultad de dirigir encuentros donde el truco, la maña y la chapuza son moneda de curso corriente entre los participantes, y la majadería y el encono contra los de negro forman un coro generalizado. Pero cuando el yerro supera el espectro de la falibilidad humana y se adentra en el terreno de la ignorancia, la falta de capacitación, el temor a tomar decisiones drásticas o la simple apatía, se están colocando los detonantes de una bomba que más temprano que tarde va a estallar.

Los dirigentes del futbol mexicano al más alto nivel parecen estar preocupados por la mala marcha de la Selección Nacional y por llevar dólares a las arcas federativas. El resto del balompié se maneja de manera discrecional, siempre atendiendo los intereses de los clubes del máximo circuito.

En este caos barnizado de organización poco puede esperar el arbitraje, dado que siempre ha sido tratado como el último vagón del tren, pero la realidad es que se trata de un enfermo a quien nadie atiende, ya sea para curarlo o ayudarlo a bien morir.

El mal está perfectamente localizado: no hay instructores capacitados para enseñar ya no digamos las reglas del juego, sino el arte de dirigir adecuadamente, dentro del marco legal, un encuentro de futbol.

Falta aula, escuela, enseñanza y los profesores habilitados para impartir el conocimiento son limitados en sabiduría y anchos en soberbia, olvidando pronto que en su carrera arbitral fueron de tercera fila.

En este río revuelto, los pescadores gananciosos son los propios jueces de renombre, pues se saben indispensables. Pírrica victoria esta pues en ese afán de dirigir con su personal estilo, desorientan a los jóvenes aspirantes y le fallan al futbol mismo.

Al protagonismo de Marco Antonio Rodríguez se debe sumar el cinismo de Armando Archundia; a la falta de malicia de Román Rafael Medina y Julio Escobar, la caída libre de Hugo León y Mauricio Morales; a la incapacidad de Jorge Gasso, la prepotencia de Paul Delgadillo y, para colmo, el nutrido grupo de árbitros asistentes nos regaló el fin de semana con dos joyas reglamentarias en la persona de José Alfredo López y José Santana.

Los responsables del balompié mexicano han colocado el bisturí para la cirugía mayor que requiere el agonizante paciente en manos de un camillero. Esa necedad costará cara al corto plazo. Antonio Marrufo, pese a sus contactos políticos con la gente de FIFA, no es la persona idónea para ser el estratega reglamentario de los jueces mexicanos.

Ojalá no hablemos de un "torneo negro".

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