El 62.2% del Producto Interno Bruto (PIB) de México lo forma el sector de los servicios, mientras que la actividad manufacturera aporta el 34.1% y la agricultura el 3.7%. En cuanto a nuestra fuerza de trabajo el 15.1% lo absorbe la agricultura y el 25.7% la industria. Más de la mitad, el 59%, se dedica a las actividades terciarias.
En los Estados Unidos, el PIB está compuesto en un 79.2% por el sector servicios, la agricultura el 1.2% y la industria el 19.6%. De su población trabajadora, el 76.8% está dedicada a los servicios, el 22.6% a la industria y sólo el 0.6% a la agricultura, ganadería y pesca.
Hay quienes aplauden el que estemos llevando a nuestro país hacia una "economía de servicios", copiando el modelo estadunidense, en la que el grueso de la fuerza de trabajo se aleja de la producción de los bienes físicos para orientarse a las actividades accesorias, las que atienden las necesidades de los sectores primario y secundario, sin participar directamente en ellas. Ven con satisfacción que en el mundo de los servicios, las interrelaciones se hacen más numerosas, intricadas y complejas aunque sólo sea para su propio mantenimiento y desarrollo generando así redes siempre más extensas.
Vale comentar, sin embargo, que la actual depresión económica mundial es resultado del desplome de uno de los componentes del sector terciario norteamericano, el bancario mismo que la globalización ha transmitido a todo el planeta.
Las actividades financieras norteamericanas se expandieron más allá de las dimensiones necesarias para cumplir su papel de transmisores estrictos de los ahorros nacionales y las demandas de consumo e inversión. La hipertrofia crediticia se desligó de la producción de bienes físicos que, en último término, suponían servir. La multiplicación exponencial de valores nominales excedió la base real. El inevitable estallido de la burbuja llegó por su faceta más débil, la de los créditos hipotecarios irresponsablemente extendidos a particulares e instituciones a quienes la inflación luego convertiría en insolventes. Los que creyeron gozar de márgenes de ganancias, a menudo fantásticos, ahora encuentran que éstas eran solamente virtuales sin sustento alguno.
Pero el que los supuestos valores, por inflados que se presentasen, tenían que referirse siempre a bienes o artículos físicos, productos básicos, casas, copropiedad de equipos fabriles, confirma que en última instancia son éstos los que están inevitablemente a la base, en los cimientos de toda la estructura económica. Las actividades terciarias deben ser sólo para auxiliar e impulsar la mayor eficiencia de aquéllas y en su caso facilitar la creación de nuevas.
Es preocupante la proporción tan alta que México ya dedica al sector de los servicios. la baja producción agrícola nos mantiene en permanente déficit comercial de alimentos. El suelo, a penas 12% de la superficie total es arable, tiene que ser trabajado más intensamente. Cultivos antes tradicionales han sido arrebatados por otros intereses. Es el caso del cacao, de la vainilla, de la jatrofa, en realidad el piñón huasteco. Dentro de poco tiempo quedaremos definitivamente atrás en la carrera mundial por los combustibles renovables agrícolas. La explotación de nuestras tierras ocuparía mano de obra que se requiere para ocupar la mano de obra que regresa de los Estados Unidos.
En la industria, donde hace muchos sexenios se dijo que no se requería política oficial, ha visto tornarse la acción de fabricar en la actividad de importar. Se han perdido campos enteros de especializaciones indispensables para asegurar el empleo y el desarrollo técnolóigico.
Un gran número de carreras profesionales que se ofrecen a una juventud ansiosa de superación, sin embargo, tiene que ver con licenciaturas y maestrías como las de comunicaciones, relaciones comerciales, industriales o hasta internacionales, y muchas otras que sólo son accesorias a las actividades básicamente productoras de bienes. Dichas especialidades están muy alejadas de las tareas de producción de bienes tangibles que son precisamente las que nuestra comunidad más demanda.
Hay una gran cantidad de jóvenes que no estudian otra especialidad que la de simple computación cuando lo que la sociedad los necesita en los oficios agrícolas e industriales. Estas actividades altamente productivas son despreciadas por miles de conciudadanos que en ellas hallaría amplias perspectivas de superación personal y para no engrosar las filas de cientos de miles de desempleados.
La lección que se deriva de la recesión que ahora sufrimos es clara. Antes que seguir promoviendo con tanta convicción la ya amplísima área de los servicios, hay que evaluar el valor que éstos realmente añaden al esfuerzo nacional y si sirven los intereses de una nación que hoy requiere aumentar su producción, física, no meros índices estadísticos de productividad sino artículos tangibles destinados a la alimentación, al uso doméstico o a los insumos industriales.
Es ésta la dirección que hay que restituir a su justa importancia. Aquí está en meollo de la difícil fase que enfrentamos para reconstituir nuestra dañada economía. Para los países en desarrollo, economías emergentes como México, la decisión es inaplazable. Tomémosla.