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'Si te retiras, empiezas a morir'

Gran lector. En su oficina, ubicada en el piso 18 de la Torre Esmeralda, al Poniente de la Ciudad de México, Jacobo Zabludovsky tiene una biblioteca con miles de libros de cronistas, ensayistas, poetas y arte.

Gran lector. En su oficina, ubicada en el piso 18 de la Torre Esmeralda, al Poniente de la Ciudad de México, Jacobo Zabludovsky tiene una biblioteca con miles de libros de cronistas, ensayistas, poetas y arte.

El Universal

Jacobo Zabludovsky tiene la certeza de que ‘a un conductor de televisión lo sustituyes en cinco minutos;

al de radio, no’.

Cientos, miles de libros reposan en la luminosa oficina de Jacobo Zabludovsky, al Poniente de la Ciudad de México. Los volúmenes que están al alcance de la mano son de los cronistas de la urbe que, desde las alturas, se observa imponente, gris, cerca de la contingencia ambiental. Ahí están alineados Artemio del Valle Arizpe, Guillermo Prieto, Salvador Novo y muchos otros. Ave de dos cabezas, escultura de Juan Soriano, empotrada sobre una base giratoria, parece vigilar el tesoro editorial con el que comparte el espacio.

Durante la charla, dos volúmenes abandonan la inmovilidad. Primero, "este Diccionario combinatorio del español contemporáneo que me acaba de llegar, muy interesante, porque no trae definiciones", dice Zabludovsky. Lo abre al azar, se topa con la palabra ajuste y lee: "Ajuste a la baja, al alza, brusco. Ajuste de cuentas".

Cuando la plática gira en torno a Dalí, aparece en escena un libro del pintor. Jacobo explica: "Es su versión del Padre nuestro que viene escrito en distintos idiomas: español, italiano, latín, inglés, japonés, chino". Lo muestra con deleite, hoja por hoja, y remata con una sorpresa: la dedicatoria, que incluye un elaborado dibujo en el cual se recrea, como una ensoñación, el encuentro en Cadaqués del periodista mexicano con el genio español. Recuerda: "Conseguir una entrevista con él era muy difícil, pero entrevistarlo era fácil. Era un tipo de lo más normal hasta que se encendían los reflectores, entonces empezaba a hablar. Yo ya lo había entrevistado en Nueva York; en esa ocasión, el camarógrafo no encontraba los contactos de luz y él se metió debajo de la cama para ayudarle. ¡Dalí!".

Al preguntarle si no tuvo tentación de editar los fragmentos en que el artista lo reprende, contesta: "No, al contrario. Ya dejé constancia de otro caso, cuando el 'Che' Guevara casi me dijo que yo era un tonto por estar más preocupado por sus barbas que por la transformación social que estaban haciendo en Cuba".

Jacobo Zabludovsky ya tiene 80 años, pero se desplaza con la agilidad de un adolescente de figura espigada. Y su buen humor también es el de un joven alegre. Como quien hace una travesura, abre la puerta de la oficina y le pide a su secretaria que le marque al celular. Lo que suena no es un timbre tradicional, sino el tango "La cumparsita", mientras afirma entre risas: "La tecnología al servicio del arte

Se le pregunta a quién heredará la biblioteca. Sonríe y dice: "Eso todavía no entra en mis planes". Al cuestionarle qué se siente tener una estatua en la delegación Venustiano Carranza, chacotea: "Lo malo es que es muy buena, refleja el deterioro del tiempo en mí; me hubieran dado una ayudadita".

Serio, rechaza que el cáncer le haya hecho los mandados, "porque existe el riesgo de la metástasis. Me regresó una vez, así que tengo que hacerme exámenes cada tres meses. Si lo detectas a tiempo, tienes chance de vencerlo".

Define a Emilio Azcárraga Milmo como "un gran empresario que no engañó a nadie, que se declaró soldado del PRI. Fue una suerte conocerlo. Conservo de él un recuerdo profundo de muchas épocas de su vida, incluso casi de su muerte. Me llamó para dictar en video una especie de testamento días antes morir, en Los Ángeles. Cuando terminamos esa tristísima grabación, se despidió diciéndome: 'Jacobo, te quiero mucho'; y yo le contesté: 'También yo a ti'". Al preguntarle si a Azcárraga Milmo le molestaba que lo llamaran "Tigre", responde: "El único que se atrevía a decirle así era su gran amigo Othón Vélez, y no lo tomaba mal. Nunca oí que alguien más lo hiciera".

Caballero de la Legión de Honor y comendador de la Orden de las Artes y las Letras (títulos que concede Francia), Zabludovsky creció en el barrio de La Merced, donde aprendió "a convivir y respetar a los demás". Le gusta la fiesta brava, lee en inglés y francés, pero lamenta no dominar bien esos idiomas para hacer entrevistas sin depender de un intérprete. El hombre que dirigió durante 27 años el noticiero "24 Horas", tiene la certeza de que "a un conductor de televisión lo sustituyes en cinco minutos; al de radio, no. En televisión lo importante es la imagen, el camarógrafo; en radio, la voz del periodista lo hace todo".

De lunes a viernes se levanta a las 5:00 horas, y a las 8:00 tiene una primera junta con el equipo del programa "De una a tres", en Radio Centro. Al terminar esa emisión, cierra "la cortina" para dedicarse a asuntos personales. Desea seguir haciendo lo que le gusta durante muchos años:

"Si te retiras, empiezas a morir. Todos vamos rumbo al panteón, pero no empujen".

Amable, nos despide en el recibidor junto a la célebre foto de Robert Capa, donde aparece un miliciano abatido durante la Guerra Civil.

Mientras Zabludovsky explica la imagen, parece que se mete a narrar en vivo desde aquel montículo del campo español y nos deja a solas en el piso 18 de un edificio de la Ciudad de México.

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Gran lector. En su oficina, ubicada en el piso 18 de la Torre Esmeralda, al Poniente de la Ciudad de México, Jacobo Zabludovsky tiene una biblioteca con miles de libros de cronistas, ensayistas, poetas y arte.

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