La sabiduría popular sobre todo, mal de muchos consuelo de tontos, pero es cierto, parece ser, así lo siento, como que todos andamos a la carrera y decaídos, buscando sentido, buscando dónde localizarnos en el intento, ¿donde están los nexos?; y pues mal de muchos consuelo de tontos, para empezar, aquí me tienen consoladito y tranquilo frente a estas letras bien embrutecido.
Lo comento por que esta columna lleva ya un par de años. A veces entusiasmado atacando las letras. A veces decaído sacando cualquier cosa con su carga de condenas. Esta historia llamada vida resulta intrincada por lo general; pero también podría verse como algo sencillo. Vaya acontecimiento grandioso. Vaya beneficio por allí irla transitando. ¿Que si hay dolores? Obviamente. No todo puede ser miel sobre hojuelas. Pero satisface por demás levantarse y reconstruir. Un poco de filosofía barata es por lo general cucharada ideal antes de atacar la almohada.
El otro día tuve que ver a un colega en una esquina. Teníamos un pendiente de los que provocan sueño. Lo esperé allí, en esa esquina a un lado de esa banca, justamente esa banca que algún día nos entretuvo; pero no me desviaré con detalles. El caso es que ya oscurecía, las tiendas cerraban con su rechinar de cortinas, y el colega no llegaba. Carajo -me impacienté. Y le marqué varias veces al móvil. Llegué a sentirme perdiendo el tiempo, perdiendo algo, pero como el colega estaba fuera de servicio decidí olvidarlo, si llegaba bien, y si no también; y mientras tanto esa banca y sus recuerdos, viento de árboles y algunos minutos plácidos fuera de todo, de los que fluyen exquisitos.
Vi en la acera contraria a un tipo que parecía también esperar. Una correa y un perro. Una esquina, levantar las heces al basurero, todo él muy educadito. Vi que alguien llegó después besándolo. La vi venir desde lejos con su largo pelo plateado y hombros desnudos. Podría haber sido su esposa, o su novia, o su amante, o la hermana de su madre, o quien sea, pero por allí los vi irse unidos del brazo, como desde hace no sé cuántos años. ¿Adónde van? Imaginé una historia cotidiana de música, de perdón e interrogaciones, de la mano en la espalda que parecía una coartada extraña, no sé; giraron calle arriba quedándome de nuevo solo, esperando a este tipo que ya se tardaba, aunque para serles franco me importaba lo más mínimo.
Porque al fin de cuentas ya había oscurecido, y ya árboles, y ya sacar del bolsillo un bolígrafo para calcar estas letras. Por lo menos su retraso me dio algunos minutos para estar solo, sin quehacer, lujo raro de encontrar por aquello de la velocidad y de los centavos. Pero allí me quedé en la banca máximo media hora. Y vi pasar unas hembras de estruendo. E incluso atestigüé una pelea de novios, de las antológicas, con llanto por ambos bandos.
Después el colega llegó corriendo disculpándose y que el tráfico y cosas como ésas. Le dije que no importaba. Y nos fuimos calle arriba a esa reunión, que fue por demás ríspida, pero tampoco importó del todo.
Lo maravilloso fue que la noche viento de árboles cuando a la calle salimos de nuevo. Y que en la banca, que continuaba vacía, todavía hubo tiempo de sentarme de nuevo, ver pasar noctámbulos, pensando en León Felipe, en esas cosas con tan poca importancia.