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'Sin nombre': Las 'maras' llegan a Hollywood

Mateo Sancho Cardiel

Madrid, 29 oct (EFE).- La pujanza del vibrante pulso latino en Hollywood da un paso más en "Sin nombre", donde el cineasta estadounidense Cary Joji Fukunaga emula a la escuela de Iñárritu y Meirelles con coraje, pero con demasiado convencionalismo en su retrato de las bandas juveniles centroamericanas ("maras").

Así, como si fuera un juego de buscar las siete diferencias, es fácil encontrar varios intrusos hollywoodienses que se cuelan entre la frescura y el brío que emparentan a "Sin nombre" con títulos como "Amores perros" o "Ciudad de Dios".

Están relacionados, casi siempre, con la ingenuidad, con el tópico y la visión externa de un conflicto complejísimo, pero quizá sobre todo con la idea de facilitar las visión de la cinta aunque para ello haya que devaluarla.

La película es en realidad un notable proyecto fin de carrera del debutante Cary Joji Fukunaga, al que nadie puede negar la honradez como cineasta, tras viajar desde Honduras hasta Estados Unidos junto a 700 emigrantes para poder meterse en la piel de los que serían sus futuros personajes.

Pero como ha sucedido con tantos filmes, la corrección no es suficiente cuando un festival como Sundance se rinde a sus pies con el premio al mejor director y, después de esto, Universal decide posicionarla de cara a los Óscar.

Es entonces cuando "Sin nombre" requiere una visión más exigente y menos benevolente con las trampas, la ingenuidad y la tipificación que contiene esa relación entre una emigrante hondureña y El Casper, un pandillero con dilemas morales que lleva tatuada una lágrima en la mejilla.

Mientras Gael García Bernal y Diego Luna en la producción vinculan el proyecto a ese cine que muerde el polvo y lo escupe en la cara del espectador, Hollywood pasa la escoba al cine-denuncia y esconde sus miserias más punzantes bajo la alfombra de la historia de amor a lo "Romeo y Julieta" trasladado a las "maras" que se lucran del trafico de emigrantes en la frontera con Estados Unidos.

En el pacto, la primera parte contratante se lleva la cuestión formal, el desenlace y un reparto de nombres poco conocidos. La segunda se reservó el dudoso condimento: almíbar, maniqueísmo y golpes de efecto.

"Sin nombre" vuelve a despertar, en consecuencia, el dilema moral sobre qué es más acertado: aligerar un conflicto tan salpicado de sangre como el de las "maras" para hacerlo más atractivo (y en consecuencia más efectivo) para el gran público o mantenerse fieles a una realidad a que sólo querrán mirar los comprometidos con la causa.

"Sin nombre" ha tenido la suerte de ser complementada con el documental de Christian Poveda "La vida loca", que retrata a las "maras" sin concesiones con el espectador, por lo que la película de Fukunaga sale absuelta del conflicto ético de simplificar una realidad social.

Pero en cuestión de calidad narrativa y estrictamente cinematográfica, no hay delitos pero sí muchas faltas en "Sin nombre". El veredicto, no obstante, queda en manos de un jurado popular. EFE

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