Tío Manuel acostumbraba traer caramelos agridulces en los bolsillos del saco, y como yo lo sabía, con la carita más inocente que podía fingir, solía preguntarle: tiíto ¿qué traes ahí? Tones para los preguntones -respondía- antes de meter la mano al bolsillo y ofrecerme un puñado. Encontrar la mina de caramelos del tío Manuel, fue la razón por la que una tarde entré furtivamente a su recámara. No encontré la mina, pero descubrí sobre su cama un libelo que bajo el nombre de "VEA" exhibía fotos de mujeres en paños menores. ¿Cómo se atreven? ¿No les da vergüenza? ¿Quién las retrata? -me pregunté sorprendida; pero como siempre he sentido una fuerte atracción por lo prohibido y lo pecaminoso, me quedé mirando aquellas mujeres de abundantes caderas y pechos generosos escasamente cubiertos. Los ligueros negros, esa prenda que en la vida práctica fue desplazada hace ya bastante tiempo por las pantimedias; ocupaban un papel protagónico en las piernudas mujeres de aquellas fotos.
El pecado de mirar lo que no, fue doblemente disfrutable porque además de mostrarme la cara porno de la vida, me permitió descubrir el lado oculto del tío Manuel, tan mayor, tan fino, tan mesurado y correcto, tan solterón el hermano de mi abuelo; quién lo hubiera imaginado mirando a escondidas aquellas gordas medio desnudas.
Con el tiempo descubrí que el gusto por la carne femenina no era exclusividad del tío Manuel, sino una debilidad masculina que con el tiempo pasó a ser aceptada y asumida como socialmente correcta, ente lo cual, los diseñadores se aplicaron a convertir en moda la desnudez femenina. Total, al enfermo lo que pida. Con el tiempo hasta las chicas más recatadas guardaron en naftalina los guantecitos blancos y la mantilla con que se cubrían para ir a la iglesia, y comenzaron a exhibirse en minúsculos bikinis. Y como una cosa lleva a la otra, todas nos apresuramos a esculpir el cuerpo a golpe de bisturí, de silicón, de botox o de dolorosos tatuajes; porque como dicen los franceses que "hay que sufrir para ser bella".
Verse joven a cualquier edad y tener cuerpazo, se ha convertido en una exigencia social que crisis o no, genera jauja para los cirujanos plásticos, pero también para charlatanes que han encontrado en la demanda de belleza artificial una verdadera mina de oro. Hoy desde muy jovencitas, las chicas descubren que sin tetas y sin nachas no hay paraíso; y siendo así, ¿por qué no pagar lo que pida a quien puede ponerlas como Dios manda? Ya lo dice el dicho que como te ven te tratan, y un buen trasero ofrece una vista muy convincente. Una voz prodigiosa o la gracia de una excelente bailarina, no significan gran cosa para unos medios que por encima del talento privilegian los atributos generosos aunque éstos estén apuntalados con cemento y si es necesario hasta con varilla.
Hombres necios/ que juzgáis a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que juzgáis.