Ex soldados camboyanos que fueron víctimas de las minas antipersonal mientras luchaban contra el Jemer Rojo sobreviven como músicos de las propinas y donativos de los turistas que visitan los templos de Angkor.
Abandonados a su suerte por las autoridades, con una formación limitada al manejo del AK-47 y otras armas de fuego, y rechazados para hacer cualquier otro tipo de trabajo a causa de su discapacidad, la música devolvió una vaga esperanza a unas personas que, en su mayoría, llegaron a valorar el suicidio como un remedio a sus mutilaciones.
Chuet Thom, de 38 años, pisó una mina en 1991 mientras patrullaba en la provincia de Oddar Manchey, entonces una de las zonas donde el Jemer Rojo se había hecho fuerte. Perdió los dos brazos, una pierna y sufrió heridas en el rostro que le dejaron ciego.
"Me sentía muy mal. El Gobierno no nos daba ninguna ayuda. Me quería morir", recuerda Thom, componente del grupo instalado en Preah Khan, uno de los monumentos de Angkor, complejo declarado Patrimonio de la Humanidad.
A su lado, Srong Ra toca el khim, instrumento de cuerda que le costó cinco años aprender a manejar.
"Después del accidente nadie nos ayudaba. No teníamos esperanza hasta que empezamos con la música", dice Ra.
En la entrada de Ta Phrom, el popular templo en el que se ambientó la película Tomb Rider de Angelina Jolie, Khieu Sarath lidera otra banda.
Tras pisar una mina durante un combate en Battambang, Sarath tuvo que esperar 16 días en la selva hasta que acudieron a curarle. Sin anestesia y atado a un árbol, le cortaron la pierna destrozada con una sierra.
En 1997 juntó a siete compañeros y formaron el grupo musical.
"No sabía qué hacer. Los que eran mis amigos se reían de mí. Me decían ¿dónde vas hombre de una pierna? No hay trabajo para gente como nosotros. No tenía un interés especial en ser músico pero algo tenía que hacer", dice Sarath.
Antes de la salida del sol, varias orquestas entran en el recinto del parque arqueológico junto a los turistas más madrugadores y se dirigen al sitio que tienen asignado.
En ese lugar, repiten cada día el mismo ritual. Colocan los instrumentos, se despojan de las prótesis y empiezan a tañer flanqueados por carteles que explican su situación al visitante.
Mientras suena la música algunos turistas pasan de largo con miradas de reojo. Otros se paran un instante para sacar una foto.
Muy pocos depositan algún billete en la urna de los donativos que al final del día se reparten solidariamente entre los componentes de la banda.
"El dinero que ganamos no da para mucho. Mis hijos tienen que estudiar pero no tengo suficiente dinero para pagarles la escuela", manifiesta Sarath.
"Ahora tengo algo de dinero pero no suficiente para alimentar a mis cuatro hijos. No estoy tan mal como antes pero no soy nada feliz", confiesa por su parte Thom.
La guerra civil que brotó tras la caída del Jemer Rojo en 1979 entre la guerrilla maoísta y las fuerzas gubernamentales sembró de minas el oeste del país, y todavía hoy causan decenas de víctimas cada año.
Según Cambodian Mine Action Centre, seis millones de artefactos habrían sido enterrados durante la contienda y se habrán desactivado una tercera parte desde que esta organización inició su actividad, en 1993.
Uno de cada 385 camboyanos sufre lesiones por culpa de las minas antipersonal, una de las proporciones más elevadas del mundo.