Uno de los casos más difíciles en que nos enfrentamos los veterinarios dedicados a las pequeñas especies son las mascotas seniles y moribundas. Precisamente no son las mascotas con quienes batallamos, sino con sus dueños a quienes comprendemos perfectamente por la situación en que están pasando.
Mascotas que han ocupado un lugar especial en la familia durante más de quince años a quienes se quiere entrañablemente, se dan cuenta un día que aquel perro alegre y vigoroso va perdiendo sus facultades, esos ojos llenos de brillo y vivacidad se tornan opacos por las cataratas de la vejez, así como el sentido del oído se va perdiendo paulatinamente, otro de los sentidos más desarrollados de nuestra mascota, el olfato, nos damos cuenta de su avanzada edad cuando le damos su alimento y batalla para encontrarlo, las incansables patas parecidas a resortes de acero, con la vejez la artritis hace estragos aquella elasticidad y difícilmente se pueden incorporar por sí solos, el movimiento de cola que expresaba alegría y salud, llega el momento en que cesa por completo externando la vejez y fatiga, la falta de control de sus esfínteres es indicativo de su avanzada edad y por último su cara encanecida nos refleja que los años han pasado por nuestra querida mascota.
Qué difícil es para nosotros los veterinarios sugerir a sus propietarios la eutanasia de su querido perro, es contradictorio a nuestra profesión, pero es válido cuando vemos que sufre la mascota y también sufre su dueño, cuando nosotros ya nada podemos hacer; contra el tiempo, la disfunción renal o un cáncer avanzado.
Realmente sufrimos al igual que su propietario, máxime si es un anciano donde su mascota es el único familiar, o donde el perro ha sido el compañero de toda la vida de los cuatro hermanos que han crecido junto a su mascota y qué decir de aquella inseparable mascota de la hija ya fallecida donde el único recuerdo en vida es la querida perrita que nosotros estamos sugiriendo sacrificarla.
Afortunadamente algunos de los dueños de las mascotas son muy conscientes de la gravedad de la enfermedad y son ellos quienes nos sugieren la eutanasia, sólo solicitan nuestra opinión para estar seguros de esa decisión tan importante. Son tan nobles las mascotas que hasta la fecha después de treinta años al servicio con los animales, cuando procedemos a aplicar la sobredosis de anestésico, parecen agradecer y no hacen el menor esfuerzo por eludirnos, saben que por fin vamos a quitar ese dolor y sufrimiento por el que están pasando.
"La muerte de la mascota es el único dolor que el perro causa a su amo, y no por culpa suya".
