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'Titanic'

ADELA CELORIO

Joseph Bruce Ismay, heredero y presidente de la "Withe Star" (naviera que construyó el legendario "Titanic") colaboró decisivamente en su diseño: - El "Titanic" debía ser el más grande y lujoso trasatlántico jamás construido. Una vez terminada la obra maestra de la navegación, Ismay decidió ocupar una de las suites de primera clase en el viaje inaugural, y aunque casado y con cuatro hijos, sólo se hizo acompañar de su secretario y su valet. Parece que durante la construcción de la gran nave, Ismay estuvo implicado en decisiones que podrían haber tenido que ver con la catástrofe que provocó el hundimiento, como privilegiar la comodidad sobre la seguridad y reducir el número de botes de salvamento. Dueño y señor de la naviera, una vez a bordo influyó también en la velocidad del buque y en la orden de ignorar los avisos de avistamiento de icebergs. Cuando el choque lo sorprendió en la cama, Ismay se puso un abrigo y se dirigió al puente para investigar lo que ocurría: -¿Cree usted que el asunto es serio?, le preguntó al capitán.

Por un mero azar del destino, en el "Titanic" viajaba un pasajero mexicano (tío de don Ernesto Uruchurtu, el mejor regente que ha tenido esta Capital), quien después de un largo viaje iniciaba el regreso a su país donde lo esperaban su esposa y sus siete hijos. Resulta que a la hora crítica en que se agotaron los lugares en los botes salvavidas -apenas suficientes para los pasajeros de primera clase y poco más- una mujer de segunda o tercera clase que consiguió romper la valla que le impedía el paso a los botes salvavidas donde los privilegiados ocupaban los últimos asientos, le rogó al pasajero mexicano que le cediera su lugar, cosa que hizo sin dudar el romántico y caballeroso señor, imagino que sin pensar en la esposa y los hijos que lo esperaban.

Esta historia ya la había relatado alguna vez en este mismo espacio, pero lo que no había contado aquí es que mientras la tripulación y la mayoría de los pasajeros se hundieron con el desmesurado "Titanic", mientras con un gran sentido de solidaridad los músicos de la orquesta decidieron seguir tocando hasta que la muerte los silenciara, el señor Ismay, dueño de la naviera, decidió salvarse. Decidió vivir y dejarse de romanticismos y mandangas que al fin y al cabo el agua estaba muy fría. El muy canalla no dudó en ocupar un lugar en los insuficientes botes salvavidas, cuando en cierta manera lo que tocaba era ahogarse decentemente con su barco. "No había ninguna mujer a la vista" -dijo después. Además -recalcó- ayudé a remar. Es evidente que en aquella medianoche desoladora de hielo y muerte, en la hora crítica del miedo, Ismay no dio el tipo y se salvó, aunque sólo haya sido para ser estigmatizado como el gran cobarde de aquel drama. "¿Quién no preferiría morir como héroe que vivir como un cobarde?", preguntaba un editorial del "Denver Post" en el que se alababa "a los verdaderos hombres, tranquilos y valientes que esperaron la muerte de pie en la cubierta, aquellos que ayudaron a los más débiles".

Nada se mencionó sin embargo del heroísmo del caballero mexicano que cedió su sitio a una desconocida a sabiendas de que al hacerlo renunciaba a toda esperanza de vida. Estigmatizado o no, Ismay salvó el pellejo y nuestro romántico compatriota murió dejando una viuda y siete huérfanos.

Nadie me lo ha preguntado, pero como esposa, me sale héroe el marido y yo lo mato.

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