La rebelión que vive el Partido Acción Nacional con motivo del relevo de su dirigencia, tiene como bandera el reproche a la intromisión que se atribuye al presidente Felipe Calderón en el proceso y como cabeza al ex presidente de dicho partido, Manuel Espino Barrientos.
Manuel Espino olvida que su arribo a la dirigencia del PAN tuvo el apoyo de Los Pinos en tiempos de Vicente Fox, gracias a su cercanía con Ramón Muñoz, actual senador de la República que fungía como jefe de equipo al interior de la oficina presidencial.
En su carrera a la presidencia del PAN, Espino Barrientos derrotó a Carlos Medina Placencia, a pesar de que gozaba del apoyo de importantes panistas, incluido Felipe Calderón.
Más tarde cuando en dos mil cinco se realizó el proceso dentro del PAN para elegir candidato a la Presidencia de la República al año siguiente, Espino Barrientos se inclinó por la candidatura de Santiago Creel, respondiendo a la simpatía de Los Pinos al respecto.
Sin embargo, la misma militancia que actuó bajo el sistema y estatutos que impulsó la llegada de Espino a la presidencia del blanquiazul, al momento de decidir entre Santiago Creel y Felipe Calderón, optó por este último, y lo hizo su abanderado.
Por eso no es extraño que aun bajo la gestión de Manuel Espino como presidente del PAN, la base panista integrara un nuevo Comité Ejecutivo Nacional en dos mil siete, que resultó afín a Calderón ya convertido en presidente de la República y haya elegido a Germán Martínez como presidente del PAN.
Congruente con lo anterior es que al actual proceso se presente como candidato a dirigir el PAN César Nava, personaje cercano a Calderón, como podría hacerlo cualquier otro aspirante como opción diversa, tal y como lo hizo Calderón en su caso, porque como ya se dijo, los consejeros electorales son los mismos que fueron designados por la base panista en tiempos de Manuel Espino.
Incongruente resulta en cambio, que Manuel Espino en lugar de dar la lucha al interior de su partido mediante la promoción de un candidato de su agrado, emprenda una batalla abierta en los medios en contra del Gobierno de Calderón Hinojosa que se advierte suicida.
En un país que goce de normalidad democrática, es de esperarse que el presidente de la República en funciones cuente al menos con el respaldo de su partido, sin que tal apoyo implique ciega sumisión.
Sin embargo, en la elección interna del PAN que favoreció a Calderón sobre Santiago Creel, a pesar de que este último gozaba del apoyo foxista, se aplicaron criterios priistas para interpretar el resultado, generando críticas respecto al modo en que la oficina de Los Pinos habría perdido el control sobre el proceso.
Lo anterior indica que la inmadurez tanto de nuestra clase política como de nuestros analistas de los medios de comunicación, se mueve de un extremo a otro. En efecto, en el viejo sistema priista de partido de Estado, el presidente de la República operaba como líder máximo e indiscutido del partido en el poder. De tal extremo, se pretende llevarnos al otro extremo en el que el presidente de la República en funciones, está obligado a garantizar que la dirigencia de su partido caiga en manos de un enemigo tanto de su Gobierno, como del proyecto político que en forma institucional y personal encarna.
No es el único caso en el que el extravío del tránsito a la democracia plena nos plantea. Existe el extremo en virtud del cual, en la vieja era priista México vivía un centralismo asfixiante, en virtud del cual los gobernadores de los estados eran impuestos por el presidente en turno y le estaban sometidos. Hoy día del centralismo asfixiante hemos pasado a la dispersión, que amenaza balcanizar al país y dividirlo en pequeños feudos.
Un tercer caso lo plantea la división de poderes, que en la época priista fue letra muerta de nuestra Constitución. Diputados y senadores eran lacayos del presidente en turno, en tanto que en la actualidad, el Congreso de la Unión es un escenario de confrontación con el Poder Ejecutivo, que nos ha llevado al otro extremo del escándalo y la parálisis legislativa.