El 15 de septiembre pasado, Torreón cumplió 102 años como ciudad. Ese mismo día iniciaron las campañas electorales para renovar al Ayuntamiento. En este marco, resulta lamentable darse cuenta que la llamada "Perla de La Laguna", una de las ciudades más importantes del norte del país, carece de una visión de futuro y de un proyecto político, económico, social y ambiental que pueda motivar a sus habitantes a ver hacia adelante con optimismo y orgullo.
Muy lejos de los festejos vacuos por el "cumpleaños" de la ciudad y de las trilladas propuestas de los candidatos a la alcaldía, el municipio de Torreón enfrenta hoy una serie de problemas producto de la falta de capacidad, previsión y planeación de sus gobernantes de ayer y ahora.
Uno de los temas que más espacio debería ocupar en la agenda de los políticos locales es el del medio ambiente, pero tristemente vemos que no es así. El deterioro que éste ha sufrido en las últimas décadas, pone en riesgo hoy la viabilidad de la región entera.
La escasez y mala calidad del agua en el municipio se han agudizado al grado de que varias norias destinadas al consumo humano se encuentran por encima de la norma oficial mexicana en cuanto a nivel de arsénico se refiere. Esta realidad es consecuencia de la sobreexplotación que el manto acuífero sufre desde hace años debido al sostenimiento, de manera irresponsable, de la cuenca lechera más grande del país, en una zona semidesértica.
Por otra parte, La Laguna es oscuro ejemplo nacional de contaminación ambiental. No sólo el aire que respiramos diariamente se ha enrarecido por la falta de regulación en las emanaciones de la industria y los vehículos automotores, sino que también el suelo lagunero es hoy destino de todo tipo de residuos y desechos, ya sea de la industria metalúrgica, de la construcción o de los propios hogares que generan basura que luego es arrojada impunemente en lotes baldíos, canales de riego y el propio lecho del río Nazas.
Los programas destinados al cuidado del medio ambiente tienden a ser esfuerzos aislados, sin seguimiento ni resultados mensurables. Meros actos de propaganda sólo para que los políticos se tomen la foto.
Algo similar ha ocurrido con el combate a la pobreza y a la desigualdad social. Más allá de los programas asistencialistas, utilizados para crear clientelas electorales, no existe en la ciudad voluntad de los gobiernos para crear planes que en realidad ayuden a las familias a salir del círculo de ignorancia y descomposición en el que se encuentran sumidas. Ante la ausencia de oportunidades de crecimiento y acceso a un mejor nivel de vida, colonias enteras de Torreón se convierten en nichos de violencia y marginación.
Esta situación de precariedad puede encontrar su explicación en parte en el hecho de que esta ciudad no ha definido una vocación económica sostenible, razonable y coherente, con inversiones duraderas que no sólo vean por el beneficio del capital sino también por el de su entorno social inmediato. En este sentido, no hay un proyecto productivo a largo plazo que encauce hacia un mismo objetivo a los cuatro sectores más importantes de la sociedad: gobierno, empresarios, universidades y organizaciones obreras. El resultado de esta ausencia de vinculación son el desempleo, el subempleo y la informalidad que crecen cada día.
La misma falta de visión se percibe en la lucha que actualmente se da contra la delincuencia, concediéndole a las autoridades que en verdad tengan el interés de abatir los altos índices de criminalidad y violencia que tienen sumida a la población en el miedo y la zozobra. Las tácticas planteadas hasta hoy en materia de seguridad pública van más dirigidas a atacar los efectos y no las causas de la delincuencia. Se contratan más policías, se abren estaciones, se compra equipo y tecnología, pero no se fortalece la organización, no se crean los vínculos entre las fuerzas del orden y la sociedad, no se fijan metas reales y específicas, no se aplican los filtros adecuados para evitar la corrupción y no se mejora la capacitación y coordinación de las corporaciones. En vez de armar estrategias integrales de largo alcance, las autoridades dan palos de ciego frente a la delincuencia.
Pero la inseguridad no es la única responsable del deterioro de la vida pública en Torreón. Mucho tiene que ver también el desorden con el que ha crecido la ciudad. Los planes rectores de desarrollo no se respetan, se violan las normas básicas de urbanismo, no se garantiza la cobertura de los servicios públicos en los nuevos sectores habitacionales y, en términos generales, se anteponen los intereses económicos de unos cuantos al bienestar de la mayoría de los pobladores. Los proyectos de obra de infraestructura vial rara vez contemplan al peatón, al ciclista y al motociclista de la misma forma que al conductor. Además, se carece de un programa efectivo y permanente de mantenimiento urbano y de servicios públicos. El abandono y el descuido de la ciudad no es un asunto de hoy, se trata de un problema crónico que ahora ha alcanzado límites intolerables.
Los torreonenses hemos sido testigos, víctimas y, en algunos casos, cómplices con nuestra permisividad, de esta falta de visión y planeación de las autoridades. Es momento de abandonar la apatía y sumar esfuerzos para crear el consenso necesario entre todos los sectores y regresar a Torreón la esperanza y el futuro que los políticos le han arrebatado. Si queremos construir una mejor ciudad, tenemos que construirnos primero como mejores ciudadanos, ciudadanos capaces de exigir a sus gobernantes, sean del partido que sean, y de participar en la creación de ese proyecto de largo plazo que tanta falta le hace hoy a nuestra ciudad y a nuestra región.
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