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Trampas publicitarias

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Seguramente a usted le ha pasado, como a prácticamente todo el mundo: motivado por un anuncio novedoso, compra algo y descubre que, en primer lugar, no funciona como se supone que debía hacerlo; y que, en realidad, ni siquiera necesitaba ese producto o servicio. La publicidad cumplió así su función de promover la venta de algo que, de no haber operado el mensaje, no habría salido de los estantes.

Y los mecanismos de seducción publicitaria se han ido sofisticando cada vez más. Si usted compara los anuncios en las revistas de hace veinte, treinta o cuarenta años, se dará cuenta de lo ingenuos que eran en aquellos días, y lo tentadores y agresivos que son en estos tiempos. Hasta los jingles y eslóganes se han convertido en armas mucho más poderosas para lavar cocos y reforzar el consumismo.

Lo cual causa algunos problemas. Y en todo el mundo, como lo demuestran un par de noticias procedentes de lugares tan distantes como Francia y la India.

En Francia, un diputado de izquierda promovió una Ley según la cual todo anuncio gráfico que haya sido alterado digitalmente debe contener una advertencia: precisamente, que lo que ahí aparece no es real.

La Ley está destinada a prevenir a las jóvenes francesas que las delgadas modelos que aparecen en los anuncios, en realidad no están tan flacas; sino que fueron hábilmente pixeleadas con Photoshop. El mensaje es: ni creas que matándote de hambre te vas a ver así; es un engaño tecnológico, y no debes intentar parecerte a esos esqueletos pechugones.

La Asamblea Nacional Francesa aplazó para después la discusión de esa Ley. Pero el simple hecho de que se haya propuesto, ya nos habla del poder percibido en la publicidad.

Por otra parte, en la India, un consumidor de Nueva Delhi demandó a una compañía farmacéutica transnacional, acusándola de haberle mentido sobre las bondades de uno de sus productos. Alega que durante siete años ha usado un desodorante que, según la publicidad, atrae a las mujeres como miel a las abejas. Y en esos siete años, el tipo no se ha ligado ni a una fémina. Así pues, se siente engañado.

Sí, ya sé lo que están pensando: que habría que ver una foto del fulano. A lo mejor ni con perfume de dólares halla quien le eche un lazo.

Y por lo menos durante esos siete años no ofendió olfativamente a sus conciudadanos. Suponemos.

Pero el caso nos recuerda cómo sobra gente que todavía se construye ilusiones a partir de lo que le dicen en cartelones, revistas, periódicos, radio y televisión. Sí, aún hay gente ingenua en este planeta.

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