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Trato a los viejos

ADDENDA

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Desde mi juventud, siempre mantuve trato estrecho con personas mucho mayores que yo. Eso me permitió madurar más rápido y aprender mucho de ellos, pues, sobre todo en las pláticas de sobremesa y las de café, fui adquiriendo una serie de conocimientos que me han sido muy útiles.

Conviviendo con ellos, no sólo se adquieren conocimientos sobre el sentido de la vida, sino que también se aprende respeto y obediencia. Esa es una de las cosas que me llama la atención, en estos tiempos, la falta de respeto y consideración hacia ellos.

Por ello, hoy quiero recordar algunas cosas que son básicas en el trato que debemos tener hacia los viejos y de manera especial las consideraciones que nos merecen por haber entregado toda su vida al trabajo y a la formación de los que les sucedieron.

En primer término, creo que el respeto que les debemos es fundamental, no sólo por lo que hicieron por nosotros, sino también por su dignidad como personas. Ellos deben sentirse dignos ante los demás, eso es fundamental para poder pasar sus últimos años tranquilos.

En ese sentido, es importante que los dejemos hablar. A ellos les gusta platicar y en sus palabras hay todo un tesoro de verdad, sabiduría, belleza y bien. Debemos dejar que se sientan atendidos, que les prestamos atención y no los interrumpamos ni les digamos que no nos interesa su punto de vista. Tienen mucho qué darnos y nosotros debemos estar abiertos a recibir ese conocimiento.

Aún más. Dejémosles ganar en las discusiones, porque ellos tienen necesidad de sentirse seguros y vigentes. Nunca les digamos que no tienen razón o que sus puntos de vista son obsoletos, porque sin duda esos puntos de vista, son el antecedente obligado de las nuevas teorías y visiones.

A este respecto, recuerdo con cariño algunas conversaciones con mi amigo Javier Belausteguigoitia (q.p.d), que al fin vasco y con marcado acento, en ocasiones hablaba tan cerrado que no le entendía yo lo que me estaba diciendo. Y como siempre terminaba preguntando: “¿No crees tú?”, tenía que tener cuidado con mi respuesta, porque si decía que “no” y era “sí”, o a la inversa, montaba en santa cólera y me reprendía: “¿Cómo que no?”, o “¿cómo que sí?” y tenía a veces que advertirle que no le había entendido lo que me dijo, con lo que se calmaba un poco, pero sólo un poco.

Porque como él solía decir: “Yo tengo muy buen carácter. Pero que no me toquen los cojones, porque....”.

Tenemos que dejarlos que cuenten sus historias, una y otra vez, porque con ellas se sienten felices, tal como si fuera la primera vez que las cuentan. Porque los viejos viven de sus recuerdos, que son sus tesoros más preciados. Disfrutan contando aún, sus aventuras amorosas, a fin de demostrar que un día tuvieron bríos y amaron con pasión. No es ni picardía ni presunción, son ganas de revivir los recuerdos de antiguos amores.

Dejémoslos seguirse reuniendo con sus viejos amigos, porque entre ellos se sienten revivir. Esto es importante, porque muchas veces se les excluye de esos círculos porque no se les tiene paciencia y para ellos eso es un duro golpe, porque sienten que van perdiendo sus puntos de apoyo en la vida.

Pero además, si Dios nos presta vida, un día estaremos en las mismas circunstancias y entonces no nos va a gustar que nos traten igual. Debemos tener paciencia ante su coraje, cuando se equivocan o caen, porque ellos como los niños, requieren de nuestra tolerancia y comprensión. Su enojo es fundado ante el tiempo que les va arrebatando cosas, cosas que son valiosas para ellos, como poder atenderse por sí mismos.

Permitámosles estar entre sus cosas y objetos queridos. No les cambiemos su entorno, porque con cada cosa que les retiramos, les estamos arrancando un pedazo de su vida. Para algunos son sus libros el tesoro más preciado y ellos les reviven recuerdos que quieren siempre tener presentes.

No los releguemos al último cuarto de la casa y menos a un asilo, por más cómodo y seguro que éste pueda ser. Ellos necesitan seguir viviendo en un entorno conocido, familiar, con sus amigos al alcance, porque entre ellos, se sienten revivir, como dijimos. Son sus pares, sus cómplices, son parte de su propia memoria. Acompañémosles en su andar pausado, es importante tenerles paciencia. Ellos ya no pueden correr, pero igualmente estuvieron al pendiente de nosotros cuando comenzamos a caminar y no sabíamos correr.

Además, este tiempo infame, nos ha metido en la cabeza que la vida tiene que ser rápida, cuando no es así. Si nos tomamos el tiempo necesario en las cosas que nos gustan y disfrutamos, ¿por qué tenemos que vivir apresuradamente?

Siempre que nos sea posible, acompañémosles en sus diversiones, aunque no sean de nuestro total agrado. A ellos les gusta sentirse acompañados y compartir las cosas que los hacen felices.

Dejemos que tomen el puesto de honor en el coche, sin disputárselos. Pues puede suceder que sean sus últimos paseos y luego nos arrepintamos de no haberlo hecho.

Algunos de ellos, se vuelven tan infantiles que nada más ven la puerta abierta de un coche y se suben para que los llevemos a pasear. Hacerlo nada nos cuesta, porque igual lo haríamos si nos lo pidiera una amiga, ¿verdad? ¿Por qué no hacerlo con ellos?

Siempre que podamos, hagamos que sus últimos años sean igual de gratos de lo que fueron sus vidas, pues no sabemos el momento en que los vamos a perder para siempre.

Todas estas reflexiones me vienen a la memoria, porque mi padre acaba de cumplir 32 años de haber fallecido. Y a mí me gustaría que aún estuviera con nosotros.

Así que mientras sea posible, hagamos con alegría y disposición la parte que nos toca. Porque la vida todo se cobra, nunca lo olvidemos.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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