KIWANJA, CONGO.- Algunos se golpean la cabeza contra la pared hasta que los médicos les inyectan tranquilizantes. Otros permanecen mudos días enteros, con sus ojos moviéndose en todas direcciones, como si fuesen animales aterrorizados.
En semanas recientes, centenares de niños soldados, que peleaban drogados y cometieron toda clase de atrocidades en la guerra del Congo, han retornado a sus hogares, en ocasiones, a las mismas poblaciones donde mataron civiles y saquearon sus propiedades.
Algunos han sido obligados a abandonar sus hogares, amenazados por sobrevivientes de las matanzas. En otras ocasiones, sus familias no quieren saber de ellos.
Esos niños fueron secuestrados por rebeldes y usados como combatientes, trabajadores, maleteros o esclavos sexuales en una guerra que devastó por años la parte oriental del Congo, rica en minerales.
Los niños soldados ayudaron en noviembre a asesinar a 150 civiles en una matanza que se prolongó durante dos días en Kiwanja, pero en enero el presidente Joseph Kabila invitó a soldados de la vecina Ruanda a ayudar a poner fin al conflicto.
El líder rebelde Laurent Nkunda fue detenido y sus milicianos integrados en el Ejército. Esa circunstancia ha hecho que grupos de defensa de los niños, aprovechando la estabilidad relativa, intenten persuadir a milicianos y a rebeldes que dejen partir a aquellos combatientes menores de 18 años.
Por lo menos 478 niños, entre ellos 15 jovencitas, fueron desmovilizados en la parte oriental del Congo entre enero y febrero, informó la Unicef.
Despojados de sus uniformes, armas de fuego y machetes, muchos de esos menores mantienen su agresividad, fomentada durante años en los que fueron drogados y lanzados al combate. Algunos tienen cicatrices en sus brazos, pues sus jefes solían cortarles la piel con cuchillos a fin de frotar hierbas en ellas y convencerlos de que las balas rebotarían de sus cuerpos sin hacerles daño.
Los trabajadores de grupos de asistencia humanitaria dijeron que esos menores habían sido programados para mentir. Tanto milicianos como rebeldes les ordenaban que no revelaran su edad, sus nombres, de dónde provenían y cómo habían sido reclutados.