En los últimos días han ocurrido tres sucesos que han sido difundidos en los medios a nivel mundial, que son botones de muestra del talante radical de ciertas dictaduras de izquierda, empeñadas en actitudes beligerantes que enturbian el escenario internacional.
El primero corresponde a Hugo Chávez, presidente de Venezuela entronizado en su origen en virtud de una elección democrática, que ya instalado en el cargo se ha dedicado a desmantelar las instituciones republicanas durante diez años, para erigir una estructura de Gobierno en torno a su persona que va en el camino de convertirse en una dictadura de larga duración y pronóstico reservado.
Ante el uso del territorio venezolano como refugio de la narcoguerrilla denominada Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Chávez emite una amenaza de guerra a su vecina Colombia, so pretexto de proteger la soberanía de Venezuela y la integridad de su territorio, frente a la posibilidad de una incursión del Ejército colombiano en persecución de las FARC.
Desde luego que el pueblo venezolano está en su derecho de exigir respeto a la inviolabilidad de su espacio, pero ese derecho va aparejado al deber del Gobierno de Caracas de hacerse responsable del control de su territorio a fin de que deje de ser santuario de la narcoguerrilla, situación esta última que plantea un peligro grave para los países vecinos como es el caso de Colombia.
El segundo evento corresponde a Kim Jong Il de Corea del Norte, quien representa a la segunda generación de una familia que se apoderó de ese país desde la década de los cincuenta del siglo pasado, sometiendo a su pueblo al rigor de una dictadura totalitaria beligerante, que constituye un riesgo internacional en aquella región del planeta.
En este caso, el Gobierno de Norcorea anuncia el lanzamiento de un misil con “fines pacíficos”, que viola los pactos que rigen la convivencia de Corea del Norte con otras naciones del área, en especial con Corea del Sur, haciendo más tensa la de por sí difícil vecindad de ambos países.
El tercer caso corresponde al dictador sobreviviente más antiguo del mundo Fidel Castro Ruz, quien desde su semi-retiro justifica la purga reciente en el Gobierno de Cuba, que implicó la destitución del ex vicepresidente Carlos Lage y del ex canciller Felipe Pérez Roque, en base a lo que Castro calificó de “ambiciones de poder por el cual no conocieron sacrificio alguno”.
Desde luego que Fidel Castro no admite que la disputa por el poder que deriva de la delegación del mando en la persona de su hermano Raúl, es el resultado del clamor del pueblo cubano y de los mismos cuadros del Gobierno castrista, en pos de un cambio que ofrezca viabilidad al futuro de Cuba.
En lugar de eso, el déspota decreta la purga y la explica en función de una conspiración del “enemigo externo…”, ya que ni el régimen de Castro ni ninguna otra dictadura, acepta responsabilidad alguna respecto de lo malo que ocurra ni al interior de sus fronteras ni fuera de ellas, porque tales regímenes son ni más ni menos la medida de sí mismos y no permiten ni la disidencia ni la crítica.
Los tres ejemplos son focos rojos de alerta que se encienden en relación al futuro de la comunidad internacional, por lo que en nuestro caso los mexicanos debemos hacer esfuerzos serios de participación cívica y concertación política, para salir del pantano en el que tenemos sumido el tránsito de nuestro país a la democracia plena.
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