La pregunta, si usted anduviera por esos vecindarios de Dios, sería: ¿hay alguien ahí? Algo parecido hará el telescopio Kepler al viajar alrededor del Sol escudriñando sitios aledaños a nuestra Vía Láctea. Tremenda sorpresa sería si visualizara un planeta, parecido al nuestro. ¿Y por qué no podría ser? La misión que le encomiendan al fisgón interestelar será algo así como si cualquiera de nosotros tomáramos unos prismáticos, subidos en la azotea de nuestra casa en Torreón, para asomarnos por la ventana de algún edificio de la ciudad de New York, que tiene las luces apagadas. Bien, vamos a suponer que encuentra un planeta en un distante sistema que es prometedor para incubar vida por ser rocoso, a las orillas del universo. No se observará al planeta directamente sino que, en el mejor de los casos, apenas una tenue sombra en el brillo estelar que nos estará haciendo un guiño como hace una laboriosa arácnida preparando su telaraña mientras espera pacientemente a que se acerque un macho de su especie, lo suficiente para devorarlo después de copular. Es la naturaleza, no se culpe a nadie de lo que ocurre ni de cómo ocurre. De pronto podría captarse en el brillo estelar de algún muy lejano lugar la presencia de lo que reconoceríamos como un objeto orbitando en las estrellas.
Las distancias no son como el ir a comprar un litro de leche a la tienda de la esquina. Son medidas colosales, casi, casi, imposibles de que se puedan alcanzar en varias generaciones, suponiendo que con las velocidades que alcanzan las actuales naves, se pudiera llegar.
¿Entonces, qué demonios se va a ganar con tener a la vista una manchita en la vasta extensión del Universo? ¿Por qué gastar millones de dólares, cuando hay tantas necesidades en la costra terrestre que, en su caso, pueden ser remediadas? Bien, creo, en honor a la verdad, que vale la pena hacer el esfuerzo, al fin y al cabo de todas maneras el dinero va a parar al bolsillo de políticos marrulleros o a pagar el costo de comilonas que hacen ministros jubilados de la Suprema Corte de Justicia, en lujosos restaurantes de élite.
Los hambreados seguirán igual de hambreados, pa→ qué nos la quebramos. Por otra parte, los inventos ya vendrán. ¿Se acuerdan de la tira que aparecía los domingos cuando este villorrio apuntaba a ser una gran ciudad; se trataba de Trucutú, con su dinosaurio llamado Isaura y el doctor Guomu, que inventó una máquina que permitía viajar a largas distancias desintegrándonos en átomos para reunirlos en un santiamén en otro artefacto. ¿Se imaginan viajando a la velocidad de la luz? ¿Qué es un sueño?, puede ser. No obstante conecte la televisión y si hay electricidad usted verá imágenes que se desplazarán a través del aire, trayéndolas de lugares remotos.
Leí en alguna parte que el Universo ha sido considerado como finito, conforme a teorías elaboradas por el físico-matemático Albert Einstein, conocido popularmente por una abundante y alborotada cabellera mostrando sus ojos pícaros. Claro que el Universo es enorme, en una dimensión que no somos capaces de concebir. En él se encuentra todo cuanto conocemos, siendo el conjunto de todas las cosas creadas; nuestra galaxia, o sea la nebulosa a la que pertenecen el Sol, los planetas y las estrellas que se observan en el firmamento, están ahí. Cabe apuntar que las galaxias se desplazan en un alejamiento constante, en lo que se conoce como expansión del Universo, desde que aconteció lo del big bang o gran explosión. Si cualquiera de nosotros nos adentramos en los espacios siderales de seguro nos encontraríamos con el Creador y su corte celestial.
¿Qué habrá más allá? los seres humanos hemos nacido con el don de la curiosidad. Nunca satisfecha en toda su inmensidad. Es por eso que como modernos argonautas el hombre no descansará hasta encontrar no sólo el origen del Universo si no la contestación a la eterna pregunta: ¿qué hacemos aquí?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es la razón de nuestra existencia, tal como la conocemos?, ¿tendremos que morir para saberlo?
¿En honor de quien se llamó al telescopio? A saber, del astrónomo alemán Johannes Kepler ((1571-1630) quien enunció las leyes sobre el movimiento de los astros. El matemático Kepler, es considerado uno de los fundadores de la astronomía moderna.
Su contribución es tal que acabó con prejuicios sobre la naturaleza del mundo. Kepler descubrió no únicamente la tercera Ley a la que también llamó Ley armónica que, junto con las otras leyes, le permitió unificar, predecir y comprender todos los movimientos de los astros convirtiéndose en el primer astrónomo después que practicara la astrología.
Kepler observó que los planetas no se mueven alrededor del Sol con velocidad uniforme, sino que lo hacen más rápido cuando están más cerca del Sol y más lentamente cuando están lejos del Sol. Al morir a la edad de 59 años, él mismo había escrito su epitafio, que ahora puede leerse en su lápida: "Medí los cielos, ahora mido las sombras de la Tierra. La inteligencia es celeste; aquí no reposa más que la sombra de los cuerpos".