Apenas empezaba el señor Barack Obama a acomodarse en su nueva residencia del 1600 de la Avenida Pennsylvania, y le comenzaron a llover problemas. La guerra en Gaza, la crisis económica mundial, los escollos legales para desalojar la prisión de Guantánamo. Digamos que no ha sentido lo duro sino lo tupido.
Pero además, su equipo le ha fallado. Mejor dicho, ni siquiera ha podido formarlo, porque sus presuntos integrantes traían muuucha cola que les pisaran, y han tenido que aventar la toalla antes incluso de subirse al cuadrilátero.
Al menos tres nominaciones que había propuesto Obama han tenido que hacerse a un lado por problemas fiscales. Algunos de esos líos eran auténticas tonterías, como el adeudo de menos de mil dólares que tenía con Hacienda una nominada. Pero la cuestión es que, por aquellos lares, el que un político no esté derecho como pararrayos en lo que corresponde a saldar sus cuentas con el Tío Sam, es prácticamente un beso de la muerte. Y ha resultado la tumba política de muchas carreras.
Y es que no hay ciudadano en el mundo que no reniegue, grite y pataleé a la hora de pagar sus impuestos. Y que los gobernantes dejen de cumplir con esa obligación es no sólo poco ético: es un insulto a quienes pretenden representar. Digo, la mejor manera de convencer es poner el ejemplo.
Además, el asunto es particularmente sensible porque por el lado fiscal se suelen destapar muchas cloacas. Nunca hay que olvidar que Al Capone dio con sus huesos en la cárcel no por asesinato, contrabando ni irle a los Cachorros, sino por evasión fiscal. No había pagado los impuestos de sus numerosos negocios sucios. Estos últimos ni siquiera fueron investigados. El problema fue que no se mochó con el IRS, el recolector de impuestos de Allende el Bravo.
Aquí en México el pagar impuestos es todavía más doloroso. Y ello por varias razones: primero, porque en más de medio siglo nuestros descerebrados diputados no han podido crear un sistema impositivo simple, justo y funcional. Con puros parches y remiendos, seguimos teniendo una estructura fiscal digna del Mundo Bizarro, y el Estado Mexicano recauda menos que cualquier otro país comparable. En segundo lugar, ya sabemos a dónde va a parar ese dinero: a las estúpidas camisetas del Niño Verde, un espécimen que en otro país hace rato estaría tras las rejas, y no recibiendo dádivas que el IFE saca, precisamente, de nuestros impuestos. Y en tercer lugar, Hacienda se ceba en los causantes cautivos, y nunca toca a los grandes ladrones de este país. Digo, ¿alguien ha revisado las declaraciones de impuestos de Montiel, de Napito, de Elba Esther? Apuesto cien a uno a que esos especímenes, en Estados Unidos, hace buen rato que estarían a la sombra, simplemente porque no podrían comprobar el pago de impuestos de sus mansiones, bienes raíces y yates.
Pero estamos en México. Donde Hacienda es bizca, y sólo vigila celosamente a los charales y ni siquiera les echa un vistazo a los peces gordos. Estamos en un Estado fallido, que no sabe cobrar impuestos, y deja que los grandes truhanes se la pasen sin pagarlos per sécula seculórum. Amén.