Hay días especiales. Podríamos decir tristes, mas a quien dirigimos estas líneas no le hubiera gustado que habláramos así de su partida, porque fue un guerrero hasta el último minuto y porque buscaba siempre robarle una sonrisa a la vida, a pesar de los pesares.
Un poco tarde nos enteramos del fallecimiento del doctor Arturo Gutiérrez Santos, con quien convivimos en muchos amaneceres en San Isidro. Cuando lo conocimos supimos que era todo un campeón, que participaba en maratones y que cada día en el ejercicio encontraba felicidad.
Luego nos enteramos que una de las más terribles enfermedades que agobian al ser humano, a la que aún no le encuentran solución, lo había atrapado. A veces des-aparecía de nuestros amaneceres y sabíamos que estaba mal, pero luego reaparecía renovado.
Una y otra vez luchaba contra el terrible mal, y cada vez nos daba una impactante demostración de lo que es tener capacidad para luchar contra el infortunio. Uno que se doblega a la primera gripe, nos sentíamos como unos cobardes ante sus males.
Era bromista, le gustaba reírse de todo y de mostrarnos que la vida es algo prestado que un día nos quitan y no hay que hacer tragedias. Un señorón. Así se lo mostró a su esposa María Elena y a sus hijos Arturo, campeón nacional de judo, y Gustavo.
Al aparecer los primeros minutos del lunes se fue. No quiso darle tristezas a nadie y pidió que su partida fuera conocida sólo por sus allegados, para no causar dolor a nadie más. Mi doctor, usted sabe lo que lo estimábamos y lo que lo extrañaremos. Descanse en paz.