John McCain tenía algo de razón. Barack Obama es la celebridad más grande del mundo. Cuando la luna de miel entre el Presidente estadounidense con los medios de comunicación de su país parecía haber llegado a su fin, de Noruega le vino a Obama un respiro o tal vez una maldición.
Cinco noruegos del Comité Nobel decidieron otorgarle el Nobel de la Paz a Barack Obama, un presidente que lleva apenas nueve meses en funciones, por sus "esfuerzos extraordinarios para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos".
La decisión del Comité Nobel es sin duda sorprendente. A Obama se le premió por la esperanza que genera, más que por lo que ha conseguido. Eliminados del Nobel quedaron disidentes chinos como Hu Jia, quien llevan décadas de activismo contra el VIH-Sida, por los derechos humanos y la democracia en China; médicos africanos como Denis Mukwege, quien lleva más de diez años atendiendo a miles de mujeres que son violadas por la milicia en el Congo; organizaciones internacionales que luchan por un mundo sin minas antipersonales; organizaciones feministas que trabajan por mejorar la vida de millones de mujeres en todo el mundo.
Por esas razones, el Nobel a Obama podría parecer tan irónico como si se le hubiese otorgado a Vicente Fox por haber prometido terminar con el conflicto en Chiapas en quince minutos. La popularidad de Obama en el mundo, pese a haber perdido la sede olímpica del 2016 frente a Lula, parece incólume. Sin embargo, este premio podría ser contraproducente para Obama por varias razones.
En cualquier sistema presidencialista, el titular del Poder Ejecutivo se convierte en el actor político más visible y más activo. Sobre la persona que ocupa la Presidencia se conjugan todas las esperanzas y todas las decepciones de una Nación. En tiempos de crisis se espera que un presidente lidere a su país hacia tiempos mejores. En tiempos de paz y prosperidad se espera que una presidenta mantenga la paz y genere más prosperidad.
Sin embargo, no hay poder humano ni legal que pueda satisfacer las expectativas que se generan en torno a una Presidencia. Lo sabemos bien en México, donde el presidente Calderón es el blanco favorito de nuestras decepciones colectivas, pero lo es más en un país como Estados Unidos, donde el poder presidencial es, al menos legalmente, débil en un sistema en el que tres poderes separados comparten el poder, como lo diseñaran los arquitectos del sistema político estadounidense, los llamados Padres Fundadores.
El poder presidencial en Estados Unidos se encuentra aglutinado en un corto Artículo de la Constitución estadounidense, el Artículo segundo, cuyas atribuciones son tan escasas y tan ambiguas a la vez que han permitido una interpretación laxa por parte de un grupo de presidentes que han abusado y extendido los poderes constitucionales de la Presidencia hasta el borde de convertirla en lo que Arthur Schlesinger Jr. llamara la "Presidencia imperial", hace casi 40 años.
Richard Nixon, en los años 70, y sobre todo George W. Bush abusaron de sus poderes, le mintieron a su pueblo y se convirtieron en la personificación de esa Presidencia imperial que tanto daño le hizo a la democracia estadounidense y al mundo entero. Precisamente Obama logró lo impensable en 2008 en parte por el repudio del electorado estadounidense a esos ocho años de la Presidencia de Bush.
Y en ese sentido hay que entender y hasta aplaudir el Premio Nobel a Obama. Como un reconocimiento al pueblo estadounidense que lo eligió presidente, pero sobre todo como un repudio internacional al unilateralismo de Bush y a su impulso imperial, que siguen pagando millones de personas en Irak, Afganistán y el Oriente Medio.
La sabiduría popular siempre ayuda a poner las cosas en perspectiva y con Obama no es la excepción. Nadie es profeta en su tierra. Ahora habrá que ver si a Obama le beneficia o le perjudica en su propio país el haber ganado ese premio, ya que serán muchas las voces que lo criticarán por ser una "celebridad internacional" y las expectativas en torno a su liderazgo escalarán a proporciones sobrehumanas.
En el plano internacional lo que significa el Nobel de la Paz para Obama es que éste se verá obligado a hacerle honores a este premio anticipado al convertir la retórica de su discurso multilateral en una realidad, un "llamado a la acción" como él mismo humildemente dijo. Cerrar la prisión de Guantánamo de una buena vez podría ser un buen inicio.
Politólogo e Internacionalista
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