NUEVA YORK.- El ascenso de Barack Obama a la Presidencia de EU ha desatado una ola de cuestionamientos sobre si sería posible repetir el fenómeno Obama en algún otro país. En algunas capitales europeas, que llevan ya más de una década recibiendo a inmigrantes árabes, se preguntan si alguien llamado Mahoma podría llegar al poder en un Estado predominantemente católico y blanco, como Francia, España o Italia.
En México, Héctor Aguilar Camín retomó en su columna un debate sostenido en la mesa de análisis de la tercera emisión de W radio, al preguntarse si en México sería posible un Obama mexicano. Aguilar Camín se concentró principalmente en la pregunta del periodista Salvador Camerena sobre si ¿podría un indígena ser presidente de México en las actuales condiciones?
Si tomamos ese debate exclusivamente en términos raciales, sobre la negritud o el carácter birracial de Obama y la sangre indígena de un eventual Obama mexicano, parecería que en el corto plazo sería casi imposible que en México eligiéramos al primer presidente indígena del siglo 21, el primero fue Juárez, en el siglo 19. Sin embargo, el fenómeno Obama es mucho más que el puro color de piel, pese a lo inaudito que parezca que una Nación que nació hace 232 años esclavizando a los negros y que continuó discriminándolos legalmente durante la mayor parte del siglo pasado haya elegido a su primer presidente negro.
De hecho, Obama nunca representó las condiciones que mayoritariamente acompañan a quienes tienen la piel oscura en este país. La pobreza más dura la enfrentan los afroamericanos en EU. El sector de la población estadounidense que menos educación tiene es el afroamericano. Hasta un 48% del total de la población total de los adultos en prisiones locales, estatales y federales en EU son negros.
Obama llegó a la Presidencia por múltiples razones, pero entre ellas porque logró articular en su promesa del “cambio” la frustración generalizada de 8 años de la Presidencia de Bush; porque logró devolverle la esperanza y el interés a la gente en la política; porque su inexperiencia profesional fue leída como la ausencia de los vicios de la clase política de Washington; porque se presentó como el símbolo de que “Sí se puede” y como la antítesis de décadas de divisiones partidistas. ¿Suena familiar?
En México ya tuvimos a un Obama, región 4. Vicente Fox era el candidato más improbable que se convirtió en el presidente más probable. Su promesa del cambio, el “¡Hoy, hoy!” y su honestidad al llamar a lo peor del priismo como tepocatas y demás trascendió divisiones partidistas. Un ex empresario que sólo había sido diputado y gobernador llegó a Los Pinos como un brusco rompimiento de 7 décadas del priismo. Pobres, ricos, intelectuales y no, priistas, perredistas, petistas, ecologistas, heterosexuales y lesbianas, católicos y ateos votaron por Vicente Fox en 2000. Sacar al PRI de Los Pinos bien valía poner a un presidente de altura descomunal y de apellido extranjero.
La decepción que significó Fox para muchos nos ha hecho olvidar que hay hombres y mujeres excepcionales que pueden revivir la promesa de la democracia. Bismarck dijo que la política era el arte de lo posible, pero en México, para más mal que para bien, hemos demostrado que la política es el arte de lo imposible, y si no ahí están los políticos acusados de pederastia impunes, las lideresas sindicales millonarias, los presidentes legítimos que buscan una diputación y el presidente constitucional que gobierna religiosamente un Estado laico. En el México de la política imposible, todo es posible y otro Fox o una Josefina, una Patricia o una Enoé podrían estar a la vuelta de la esquina. La pregunta es si eso cambiaría algo…
Politólogo e Internacionalista
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