La primera vez que los reflectores me revelaron su presencia, dándose a conocer nacionalmente, fue cuando en el país se discutía sobre la necesidad o no, de abrir los paquetes que contenían las boletas de lo que había sido el proceso electoral del que salió electo Presidente de la República Carlos Salinas de Gortari. Un abigarrado grupo de legisladores bajó a los sótanos, con el objetivo expreso de apoderarse de los paquetes, para contar voto por voto, teniendo que desistir al impedirlo los soldados que custodiaban el lugar, quienes sin más cortaron cartucho a sus carabinas.
Ha oído usted, en espacio cerrado, como lo era el subsuelo del recinto parlamentario, el chocar de metal contra metal cuando se corre el cerrojo levantando el cartucho y metiéndolo en la recámara. Debe ser espeluznante, pavoroso, aterrador. No es lo mismo que te lo cuenten, a vivirlo cuando tienes frente a ti el cañón de las armas que te están apuntando con siniestra intención. Se comprende el porqué se echara para atrás el montón de diputados, que lo eran quienes habían iniciado la riesgosa aventura punitiva en busca de la verdad.
Qué hace a un político deshacerse de la camisa que se dice buscaba por las calles de la antigua Atenas el filósofo griego, Diógenes, con un candil encendido a plena luz del día, tratando de encontrar a un hombre honesto sobre la faz de la Tierra. En el caso que nos ocupa ¿qué afán de acumular riqueza? ¿Cuál es el origen de la codicia? ¿En qué área del cerebro habita la ambición? ¿Sólo los seres humanos, dentro del reino animal, los únicos susceptibles de ser aherrojados por el deseo insano de poseer más de lo que le es necesario? Lo dijo Salvador Díaz Mirón, nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto.
El Antiguo Testamento señala lo del camello, la aguja y el potentado, excluido este último de tener cabida en el paraíso, siendo más fácil que el primero logre pasar por el ojo de un pincho. ¡Bah!, son paparruchadas, dice recostado en una tumbona a la orilla del mar el opulento creso, mientras refrescaba su garganta con una bebida cuyo contenido ambarino extraía con una pajilla, procurando no mojarse las barbas.
Había logrado que el barquero lo cruzara en la oscuridad por las aguas del aquel lago inmenso. Alguno de sus seguidores tuvo la previsión de ponerle una moneda de oro debajo de la lengua, con la que, experto él en untos, pudo comprar el viaje, pues de otra manera su alma hubiera vagado sin rumbo en medio de la nada. Las sombras fantasmales que se movían sobre la cubierta de la barcaza eran una oleada de jóvenes que le acompañaban, sin proponérselo.
Eran adolescentes que a las claras se notaba habían muerto violentamente a causa de disparos con armas de grueso calibre. Supo así el motivo por el que Caronte lucía cansado, era por los constantes ires y venires de un lado a otro, impulsando el navío con una pértiga como recordaba haberlas visto empujar chinampas en Xochimilco. No estaba seguro de cómo haría al llegar a las puertas del paraíso para que le abrieran las puertas.
No confiaba en su voz estentórea y argumentos rimbombantes que tanto le ayudaron en vida para sobajar a sus múltiples contrincantes. Sabía que en ese sagrado recinto no hallaría amigos, ni a quién sobornar, eso lo preocupaba.
De vez en cuándo veía espectros, que parecían flotar en el aíre fétido del lugar creyendo reconocer a un amigo, cuyo espectro presentaba un tiro en la cara, le hizo recordar ciertos terrenos.
Ubicados en Acapulco. ¡Ah! qué tiempos, suspiró a pleno pulmón, a pesar de que ya no los tenía, hacía rato se los habían comido las larvas de gusanos, es más carecía de órganos, eso de que la carne de burro no es transparente, en su actual estado, no era del todo cierto dada su difuminada figura.
Hizo y deshizo, litigó en lo que sus malquerientes dijeron era un abuso de poder logrando acumular cuantiosa fortuna. Fue calificado en vida de político fanfarrón, tracalero, cínico y bravucón. Lo último que ha trascendido a la opinión pública es el presunto saqueo de nogales de un predio para transportarlos a otro que tiene como fin el de hacer un bosque.
¿Un frondoso bosque? ¿Esperar a que crezcan? Si se siembran el crecimiento es lento, tardan de 10 a 15 años en alcanzar su mediana altura, no hay tiempo, los años se le echaron encima.
En medio de los árboles ya crecidos corría un arroyo, a lo lejos le llamaba una voz de mujer: Diegoooo. Él la oía sin saber qué rumbo tomar. Se había perdido buscando juventud y lo que había encontrado era una sepultura en la que sólo había flores marchitas; los periódicos del día siguiente dieron la noticia de que había muerto un prócer de la patria. Después de todo, no se asombre, somos un país donde las trolas y los troleros son respetados.