Existe una generalizada opinión de que nuestro país carece de rumbo y que navegamos al garete, al paso y resultas de las circunstancias y que a lo largo de nuestra historia hemos despreciado oportunidades para avanzar. Sólo en contadas e inconexas etapas de nuestra historia se han aprovechado nuestros abundantes recursos dándonos transitoria fama. La laboriosidad y vena creativa del mexicano más se comprueba en el extranjero aportando ganancias a otros, antes que en casa donde no halla ni acomodo ni ocupación.
Lejos de haber emprendido un ascenso persistente y continuado nuestra historia en perspectiva se nos presenta como una desorganizada sucesión de esfuerzos emprendidos, inspirados pero discontinuos, arranques valientes pero luego sin seguimientos. Las graves consecuencias están a la vista de todos, una vasta población abandonada a su suerte más deteriorada aún por la globalizada recesión.
Hoy día, todos libramos, quien más quien menos, titánicos esfuerzos por limpiar, corregir y enderezar los estragos de un largo y desarticulado pasado y los retos nuevos. Las acciones de los actores políticos y económicos, públicos y privados, siguen, sin embargo, tristemente desarticulados y sin consensos productivos sobre qué hay que hacer hacia el futuro. El desorden es nuestra respuesta a la crisis socioeconómica interna como la internacional. Si no cambiamos nuestra atávica forma de proceder, repetiremos las tragedias del Siglo XIX y las frustraciones del XX.
Para definir en su sentido más amplio el sentido y rumbo que urge al país para organizar los esfuerzos nacionales hacia metas de largo plazo, requerimos consensuar sus elementos entre los actores públicos y privados del país para llegar a la decisión respecto al esquema socioeconómico que México tiene que alcanzar a través de etapas definidas.
Partiendo de la información y de propuestas realizables basadas en los recursos humanos y naturales con que cuenta la Nación, el plan maestro asignaría a cada uno de los sectores productivos y sociales la acción que le corresponda para la creación y desarrollo de las unidades agropecuarias, empresas industriales, los centros de educación y de servicios sociales fijando los plazos en que tienen que cumplirse las sucesivas etapas que correspondan. Completando el esfuerzo del sector privado, el Gobierno definirá los apoyos financieros, fiscales y administrativos que aportará a cada esfuerzo.
La disposición constitucional de formular a principios de cada sexenio un Plan Nacional de Desarrollo y los antecedentes que hay de comisiones de planeación incluso a nivel de Secretaría de la Presidencia no han surtido los efectos deseados por no prever la reunión de todos los actores socioeconómicos como participantes paritarios. A la confección de un plan verdaderamente integral contribuirían los representantes y expertos de las actividades del país reunidos en una comisión específica encabezada por el representante del presidente de la República.
La capacidad de reacción de México a la adversidad socioeconómica se advierte ahora en que el desempleo en México, de alrededor del 6%, es mucho menor que el de los países desarrollados: Estados Unidos está exhibiendo una tasa de más del 9%, España cerca del 20%, Gran Bretaña del 14% y hay otros casos similares. La pujanza innata de nuestra comunidad sólo necesita de ser debidamente orientada para que funcione a su óptimo ritmo.
Si la tarea es clara, más clara aún es la urgente necesidad de formular el plan maestro de desarrollo para integrar, pero en serio, todos los esfuerzos de México y juntos marchar con paso firme, de vencedores, hacia las grandes metas que no hemos querido cumplir.