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Una batalla perdida

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Del viernes al martes pasado lo que se vio en Michoacán fue un revés sufrido por la Policía Federal a manos de un cártel criminal. No hay por qué escandalizarse: fue una batalla, no la guerra.

El número de agentes caídos, la suspensión parcial y temporal del patrullaje nocturno de las carreteras, los objetivos de los criminales y el repliegue táctico del cuerpo policial advierten que, por lo pronto, La Familia infligió una derrota a la Policía Federal, luego de que ésta se colgó una medalla al pecho con la detención de un líder importante de ese cártel, Arnoldo Rueda Medina.

La Policía Federal asestó un golpe fuerte a esa organización criminal, pero la reacción de esta última, más espectacular que contundente, fue cruel y bárbara: torturaron, ejecutaron, hirieron y emboscaron a policías federales, así como atacaron instalaciones y bienes de esa institución hasta obligar su repliegue. Por si ello no bastara, la osadía de Servando Gómez Martínez -otro dirigente de ese clan- de dirigirle un mensaje, por una televisora local, al presidente Felipe Calderón proponiéndole dialogar y pactar, a partir de un "consenso", no tiene paralelo.

Es, quizá, la primera vez que la Administración calderonista sufre una clara derrota. El evento obliga a considerar la reacción, el nivel de interlocución establecido, el manejo de información y, desde luego, el concepto y la estrategia desplegada por el Gobierno en ese combate.

Reconocer como una derrota lo ocurrido, lejos está de pretender hacer la apología de una organización criminal y mucho menos celebrar lo ocurrido.

La muerte de seres humanos, sobre todo, de quienes asumen con lealtad y honor la misión de combatir al crimen y darle garantías a la integridad, la seguridad y el patrimonio de la ciudadanía, duele. Duele mucho. Es indudable que hay mandos y elementos de la Policía Federal que sí han hecho suya la divisa de "servir y proteger" a la ciudadanía. Hay quienes no, pero no son la mayoría.

A quienes han entregado la vida en aras de esa misión, sólo resta rendirles honores.

Conforme a lo visto, el clan de La Familia ha resuelto actuar a la manera de lo que, en la guerra de guerrillas, se conoce como foquismo y fijarse un objetivo preciso.

Acciones rápidas y ubicuas, desarrolladas por escuadras reducidas en su número para crear la impresión de una enorme capacidad de fuego, Inteligencia y logística, amparada en una red de protección, quizá, no sólo institucional.

En cuanto al objetivo, es evidente que La Familia concentró su ofensiva exclusivamente sobre la Policía Federal, cuidando no atacar a elementos u objetivos del Ejército. Se trata de una acción propagandística para crear dudas o división en las Fuerzas Armadas del Estado o, bien, se trata de algo mucho más grave y complejo.

Otro punto particularmente interesante es el llamado telefónico de Servando Gómez Martínez a una televisora local. Nueve minutos al aire. Durante ellos, el nuevo jefe de ese clan se deslindó de otros grupos criminales, acusó a la Policía Federal de servir a un cártel, exigió respetar "las reglas" del combate y ostentó contar con peso y talla para plantear un diálogo al Gobierno. Cumplió, así, con ese parte de la guerra referido a la propaganda.

Nueve horas después de aquel llamado a la televisora, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, salió a darle respuesta oficial al delincuente. Cayó en el juego. Negando el diálogo, estableció la interlocución.

Entender al secretario Fernando Gómez Mont como el interlocutor natural de un criminal, impresiona. Mal impresiona. Si bien a las nueve de la noche se daba por auténtica la identidad del criminal, asombra que quien la terminó certificando fue precisamente el secretario de Gobernación. Sin querer, fincando en ese nivel la interlocución, se le da una estatura descomunal al criminal. En todo caso, correspondía al secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, Monte Alejandro Rubido, como portavoz que es, dar esa respuesta.

Darle al criminal la estatura del secretario de Gobernación reitera el problema de comunicación que el Gobierno arrastra desde el inicio de su gestión. Incapacidad para reconocer al interlocutor correcto y para calibrar el tono, el volumen y la dirección de la comunicación oficial.

Emplear al secretario de Gobernación como interlocutor exigía -como generalmente ocurre en casos como éste- respaldar la respuesta oficial en una acción contundente y fulminante en contra de quien desafía al Estado y pretende plantearle un acuerdo. Reducir la actuación del principal secretario de Estado, non entre pares, a leer un boletín es un error.

Lo importante de lo ocurrido en Michoacán es que vuelve a plantear si la estrategia adoptada por el Gobierno frente al crimen organizado es la correcta.

Por lo pronto, en la reacción se hace evidente que la estrategia seguida no tiene un carácter integral. Responde a la coyuntura, a la emergencia, al momento; no al cuadro completo de la situación nacional. Si otro grupo criminal resuelve actuar en otro lugar, el descuadramiento de la actuación gubernamental volverá a aparecer como ya se ha visto.

La estrategia para Michoacán no es nueva, se inscribe en la lógica de la actuación desarrollada a lo largo del sexenio: mayor despliegue, más elementos, más bases, más operativos y eso no está funcionando. Más reactiva que proactiva. La inteligencia continúa siendo la gran ausente. Esa lógica va a prolongar una guerra en la que, por el número de clanes y los términos de su actuación, no le asegura una victoria al Gobierno.

Si lo ocurrido sólo supone reforzar lo que desde el inicio del sexenio se ha venido haciendo, es hora entonces de informar y comunicar cabal y sistemáticamente a la población del estado que guarda la nación en esa guerra.

Resulta inconcebible que si el presidente de la República aparece en la televisión hasta para enseñar a estornudar correctamente a la población, el Gobierno no informe de una guerra que, de seguir como va, terminará por ser una industria. La guerra también es eso y, como toda industria, genera intereses que luego no pueden prescindir de ella.

La gripe A H1N1 arroja hasta ahora algo así como 125 muertos; el combate al crimen más de 3 mil 300 tan sólo en lo que va de este año. De esa otra plaga también se debe informar con inteligencia, hay vidas de por medio.

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