En un certamen improvisado para ver quién decía el mayor número de vituperios, sin otra gloria para el compareciente que el de ser recibido en un salón repleto de diputados federales que se reunían aparentemente para escuchar la glosa del tercer informe presidencial en voz de uno de los secretarios, pero que en un desorden mayúsculo sólo se dejaron oír sonoras descalificaciones que convirtieron aquello en un pandemonio. A juicio de los que se desenvuelven en ese ambiente no se había presentado una escandalera de tales proporciones que bien pudo haber desembocado en una violencia ya no verbal sino de intercambio de golpes que le hubiera dado un cariz diferente a la discusión de serios asuntos. La comparecencia del secretario del Trabajo había hecho que se soltara la furia contrario a la tranquilidad que debe prevalecer en un salón donde se discuten asuntos que son de máxima importancia e interés para la nación. En algún momento hubo intercambio de empujones y manotazos entre algunos asistentes, convirtiéndola en una escaramuza, con el peligro de que la reunión llegara a degenerar en una vulgar riña de cantina de barrio bravo.
El secretario del Trabajo que era el compareciente, no mostró en apariencia nada que delatara los nervios que a cualquiera hubieran atenazado, visto la amenaza de asistentes con el puño levantado, amagando con hacer crisis, sin darle oportunidad a que pudiera abandonar el otrora honorable recinto. En vez de ello, a querer o no, soportó con firmeza la oleada de recriminaciones provenientes de la galería, escuchando voces desaforadas que lo llamaban ¡fascista! ¡cobarde! ¡mentiroso! ¡falsario! ¡incompetente!, que provenía de las plateas superiores. Aunque habrá quienes piensen que su permanencia era demostración de la entereza con la que el compareciente afrontaba la situación, pienso que no, lo que en realidad sucedió es que sus músculos, tendones, articulaciones y ligamentos de sus extremidades inferiores obedeciendo una orden de su para entonces confuso cerebro, se negaban a moverse sufriendo una momentánea parálisis cuando parado, en atril, ya para ese entonces lívido, descolorido, macilento, desfalleciente, casi casi cadavérico, se percató de reojo que tenía a su lado al diputado Gerardo Fernández Noroña, que a su vez lo miraba con cara de pocos amigos. ¡Uff! vaya susto.
Hacía algún rato que había sido recibido en la puerta del Salón de Plenos. Traje oscuro, elegante corbata azul, zapatos negros recién boleados, quevedos de costumbre, el esbozo de una leve sonrisa, que se encargaron de borrarle los empellones que en su desplazamiento se produjeron entre diputados panistas y petistas. Temiendo lo peor, los cabilderos ya se movían en las bancadas priistas, perredistas y petistas, negociando se aceptara que Fernández Noroña, se bajara de la tribuna. Habrá que reconocer que el demonio de Tasmania es una dama de la caridad comparado con este flamante diputado, bueno eso se decía el compareciente a sí mismo, mientras revisaba los papeles que llevaba consigo. Allá en las alturas se encontraban los casi desaparecidos trabajadores sindicalizados del Sindicato Mexicano de Electricistas, quienes gravitaban incorpóreos gritando consignas de repulsa a todo pulmón. Estaban ahí conscientes de que se les había negado darle curso a la nota que establecía que su líder seguía comandando su sindicato al ser reelegido por la mayoría de sus agremiados como secretario de sindicato de Luz y Fuerza, todo ello después de que el Gobierno decretara la extinción de la empresa en la que prestaban sus servicios.
Los ánimos desde hacía buen rato estaban soliviantados abajo y arriba, sin que se le concediera la palabra al compareciente. Se increpaba al titular del Trabajo, quien recibía el santo y seña del repudio a su gestión política. Todos aullaban en un desorden generalizado. Se desataba la irascibilidad reprimida. El propósito evidente era el de reventar la comparecencia. El funcionario se entretenía simulando que repasaba sus notas. En ese momento a sus camaradas les brilló el coco, era necesario parar el evento pues circulaba la versión de que los electricistas presentes en las alturas, imitando al Júpiter Tonante, acababan de introducir bolsas conteniendo huevos, no se sabía bien a bien, pero se presumía, estaban pútridos. Eso fue suficiente para dar por terminada la sesión, temiendo que fueran lanzados contra la humanidad del secretario, que le encuentro gran parecido con Heinrich Himmler, cuando menos en la foto que tengo en mis manos teniendo aspecto de un oficinista benevolente y miope que ocupó una posición destacada en el Tercer Reich. Es apenas una semejanza física que nada tiene que ver con el desempeño del que fue jefe de la Gestapo, en la Alemania nazi. Aquél tenía una aberrante psicología y una concepción del abuso absoluto del poder absoluto. El secretario del Trabajo actual no tiene mayor analogía que su leve parecido. En fin, habrá de presentarse, en otra fecha, ante los legisladores.