Charlatán, héroe, anticantante, periodista, líder de opinión, payaso, buscavidas o poeta...
Joaquín Sabina es uno de los pocos nombres que han transitado con éxito por las vertiginosas pistas del elepé, el caset, el 'cidí' y el aipod. Acaba de cumplir los sesenta y sigue tan joven y tan viejo como cuando nació.
Algunas de sus canciones más conocidas son, Y nos Dieron las Diez, Pongamos que Hablo de Madrid, Calle Melancolía y La Canción más Hermosa del Mundo. Pero ¿qué le ofrece este cantante de voz aguardentosa a su público que tan fiel se porta con él?
Joaquín Ramón Martínez Sabina nació en Úbeda, España, en 1949. Es hijo de un agente de la policía secreta española y un ama de casa. Durante la infancia fue un estudiante ejemplar y disciplinado en los colegios jesuitas. Antes de cumplir los veinte años, participó en las revueltas estudiantiles de 1968.
Ya por entonces empezaba a dar de guitarrazos, inspirado en Bob Dylan y en los Rolling Stones. Será en 1978 cuando aparezca su primera grabación bajo el nombre de Inventario.
Es sólo la locomotora que arrastra tras de sí un tren de dieciséis discos, entre ellos los memorables Malas Compañías, Mentiras Piadosas, Física y Química, Yo mi, me, Contigo; Enemigos Íntimos, 19 Días y Quinientas Noches y Nos Sobran los Motivos. Además, ha colaborado con personajes tan distintos como Manu Chao (ex Mano Negra), Rocío Dúrcal, Pablo Milanés, Charly García, Ana Belén, Fito Páez o Alejandra Guzmán.
Muy bien, ahora ya sabemos que el español tuvo una infancia feliz y una juventud como pocas. Pero la pregunta sigue abierta ¿Qué hay en sus canciones para que miles compren sus discos y llenen los auditorios donde se presenta?
Creo que en gran parte se debe al humor contenido en sus canciones, al personaje gangsteril que Sabina ha creado de sí mismo (casi un Tony Soprano con guitarra). Pero no es todo, es también una refrescante visión del amor, como un sentimiento que se da entre humanos y no entre estereotipos, y a una crítica sin panfletos que apunta siempre desde una trinchera cotidiana.
Porque en las rolas de Sabina hay más espejos que catecismos o fusiles. Cuando la canción social corre el riesgo de convertirse en panfletarias lecturas de Marx con guitarras acústicas de fondo, los versos rocanrotangueros de Con la Frente Marchita serán siempre el tulipán que brotó en el periférico.
Quizá el mérito principal en la obra de Sabina sea ése, su proselitismo en favor de la poesía. Y quisiera dejar algo bien claro: no es que la poesía contenida en los versos de Sabina sea en realidad muy alta. Para acabar pronto, no creo que existan separadas la buena poesía y la mala poesía, existe la poesía y punto.
El problema es si la poesía está o no está en donde se le espera. En un contexto en el que la tradición lírica no le quita el sueño ni a los cantantes, ni a los productores de discos, ni a los productores de conciertos, ni al vendedor de los cidís, el primero que haga una metáfora corre el riesgo de ser tomado como un verdadero Quevedo.
Admirador de Bryce y de Sor Juana, de César Vallejo y Nicolás Guillén, el cantautor español tiene publicados varios poemarios, entre ellos uno de sonetos titulado Ciento Volando, de Catorce. Ese gusto por el manejo de los recursos poéticos se detecta en sus canciones. Y yo así, sí se las compro. Tan sólo por sus metáforas, estas rolas llevan en el vientre el antídoto a la caducidad prematura que impone la era del MP3: al preocuparse por mantener viva la tradición de los endecasílabos, Sabina se destaca como una cebra en una manada de burros. Así, y nada más.