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Una interviú insidiosa

GILBERTO SERNA

Las declaraciones de personajes involucrados en la política no han cesado desde que el ex presidente Miguel de la Madrid contestó en entrevista, a preguntas que a quemarropa le formuló la periodista Carmen Aristegui, igual que si se hubiera golpeado una colmena o abierto la caja de Pandora, han surgido una y cien versiones que, aprovechando lo que aquél dijo acerca de Carlos Salinas de Gortari a quien tachó como corrupto, vinculado al narcotráfico, inmoral, solapador de sus hermanos y abusador de la llamada partida secreta, con la que amasó una fortuna, están pidiendo llevarlo a juicio para que pague por su ilícito enriquecimiento. En el fondo lo que realmente se pretende es poner en el banquillo de los acusados al partido político que duró siete décadas en el poder. A esto, Salinas de Gortari contestó aduciendo la desfavorable condición de salud de su antecesor en el puesto, diciendo, que está enterado que padece de un enfisema pulmonar muy avanzado, que le genera problemas de oxigenación, derivando hacia una insuficiente irrigación cerebral lo que lo hace seguramente desvariar.

No es la primera vez que De la Madrid se ha visto en el apuro de desandar en su dicho, pues aun se recuerda cuando expresó que Cuauhtémoc Cárdenas había ganado las elecciones en 1988, para a poco retirar su afirmación. Ahora, en la declaración que se comenta, se fue hasta la cocina comentando aconteceres que están proscritos para alguien que milita o militó en las filas de la alta burocracia. Eso desató el alboroto en el pantano en que se ha venido convirtiendo la cosa pública en el país. Se oyeron voces airadas, unas pidiendo la cabeza de los implicados, otras pidiendo silencio a quien está obligado a guardar reserva en beneficio del partido que un día lo postuló como su candidato a la Presidencia de la República. Sus ex colaboradores más cercanos acudieron a pedirle discreción dado el evidente perjuicio cuyo tamaño, dicen, se verá en los próximos eventos electorales.

Lo que es evidente, al escuchar la interviú, que algún pícaro subió a la Internet, -la he repasado una y otra vez-, es a un Miguel de la Madrid contestando con voz entrecortada, dándose por un hecho cierto a priori, dada su calidad de ex presidente, con voz ronca, -aparentemente producto de la inhalación de humo de cigarro, hábito me dicen, no ha podido abandonar- a las preguntas, en que si se alcanza a notar cierta insidia, percibiéndose en el audio que la periodista buscaba dar en el hito escandaloso. Es lógico que ella se viera punzante y de cierta manera corrosiva en su interrogatorio, que es el papel que corresponde a un comentarista que se respete. Él, en cambio, se notaba inseguro de sí mismo, parco al contestar, sin levantar la voz, dando la impresión de que se dejaba llevar de la mano, hastiado de ver pasar los días enclaustrado entre cuatro paredes. Las interrogantes cubrían un universo de información. La lluvia de preguntas golpeaba inclemente una y otra vez, sobre un ser humano de blanca techumbre; inquisiciones formuladas vertiginosamente en una carrera de ideas que sería difícil procesar a un hombre sano, a mayor razón un adulto mayor afectado en su salud. ¿Qué tanta verdad encierran sus respuestas? Difícil saberlo. Aunque, cabe reconocer, que tienen el peso específico de ser palabras de un protagonista que tuvo a su alcance los hilos de una información privilegiada.

Pero supongamos, por un momento, que se estaba interviuvando a un personaje en el uso pleno de sus facultades. Me preguntaría: ¿es común que los ex presidentes renieguen públicamente de lo que hicieron? Es lógico que los políticos abjuren de lo que hagan los contrarios, ¿pero de sus compañeros, es correcto y sucede con frecuencia? ¿Se necesita no estar bien de la cabeza para arrojar detritus encima de su propio partido político?, al que le debe todo, que lo llevó entre millones de ciudadanos a ocupar una posición, en la que sólo le faltó el cetro y la corona. ¿Que ganaría alguien, que está más allá del bien y del mal, con desatar una siniestra cacería política, contra sus amigos, aunque ya no lo sean?, ¿un cargo de conciencia se lo reclama?, ¿logrará algún furtivo propósito?, ¿estaba cumpliendo una encomienda? o, ¿es sin más ni más la decrepitud, como suele acontecer a ancianos achacosos a los que les es dificultoso coordinar ideas? En fin, es un enigma.

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