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Una noche de insomnio

GILBERTO SERNA

Son de esas noches que nadie quisiera repetir. En los oídos aun me repiquetean las letras de la canción que durante esas horas escuché a querer o no, dada la intensidad del volumen. No sé a qué distancia y en qué piquera. Fue una noche de perros, suele decirse cuando no logra uno conciliar el sueño. Apenas cerraba los ojos, "delante de la gente no me mires, no suspires, no me llames aunque me ames". La lluvia caía afuera, sin parar siguió toda la noche. Me tapé cara y orejas anexas, con una de las almohadas. Ante el ruidazo que hacían los músicos o la rockola, era inútil. ¿Qué pasa en la Ciudad de México?, desvié mis pensamientos para ver si las notas musicales me pasaban de largo, hay demasiada gente amazacotada, tiene uno que volverse loco. La foto que reprodujo El Siglo de Torreón en primera plana, de la edición del domingo, donde se ve un vagón con un guardia tratando de cerrar o de abrir la puerta, muestra a los pasajeros que viajan peor que sardinas enlatadas.

Era el Metro en la estación Balderas, los tiros, la canción envolvía a todos los vecinos que se quedaban quietos sin protestar, gritarles que se callaran era exponerse a una gresca. Eso es cosa de las fuerzas de orden municipales, que de seguro duermen sabrosamente arrebujados en sus cobijas, me dije, para convencerme de que no era yo un pusilánime incapaz de exigir su derecho a descansar. El reloj de pared, columpiaba el péndulo en un tic-tac que parecía llamar a Morfeo, pero éste de seguro se hacía el remolón. Caí en la cuenta que todo se ponía en contra de mis ansias oníricas. De pronto las imágenes de una persona queriendo desarmar al demente que traía una pistola con la que le disparó en el pecho. Se oían gritos de terror: ¡Todos al suelo protejan a los niños!, relata uno de los testigos. Mientras un uniformado seguía la misma suerte muriendo en el acto.

Me volteaba de un lado a otro, queriendo apaciguar mi espíritu, daba vueltas y vueltas, sobre un costado y sobre otro. La lluvia seguía inclemente. Las notas musicales también. Las llantas de los carros que pasaban de vez en cuando chirriaban al moverse encima del agua que azotaba el pavimento donde los baches se camuflan en pequeños, pero muy hondos charcos.

De pronto todo quedó en suspenso, como si algo grandioso fuera a ocurrir. Eso debió sentir el gerente de un banco, asaltado por dos bribones; la Policía reprodujo imágenes en las cámaras de video, en que presuntamente se veía a uno de los granujas cometiendo el asalto. Pero ¡oh!, triste desgracia, la imagen congelada era del gerente que dirige la sucursal bancaria, confundido, o por que se parecía al ladrón o por descuido de los agentes del orden. Las estridentes notas daban cuenta de que el convite seguía en todo su apogeo.

Me preguntaba mientras refunfuñaba: quiénes permiten estos desmanes, la música a altas horas de la noche. Estoy seguro que el relajo se oía, sin exagerar, en el trozo de asteroide conocido como Juno que se mueve entre el planeta Marte y el nuestro, que estaba por asomar su faz, en firmamento lagunero, a cientos de miles de kilómetros, a partir de una noche de éstas.

Era tal el escándalo en que se había convertido el festejo, que abrí el párpado izquierdo mirando la carátula de un reloj que me dijo bostezando: son las cuatro y media de la madrugada. ¿Qué esperabas?, ¿dormir a pierna suelta? Eso era en el Torreón de antes. ¡Acostúmbrate! Aquellos días plácidos quedaron en el pasado. Es el precio por haber crecido. En fin, la música seguía a todo lo que la manivela daba, si hubiera sido organillero, a cuyo instrumento encajonado le tronaban todas las tuercas cuando se movía adentro el tubular de púas. Creo que todos en estos tiempos estamos encerrados, confinados en una misma estancia, moviendo brazos y piernas con chasquidos de las coyunturas.

Entre tanto el cilindro de la vida gira, teniendo como misión la de llevarnos al final del camino.

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