Llegó por fin el día. La multitud de casi dos millones de almas se extendió desde el Potomac hasta la escalinata del Capitolio de Washington para presenciar el cumplimiento nunca esperado tan pronto, del sueño que el Reverendo King anticipó en 1963 en esa mismísima explanada. La ceremonia inaugural fue expresión de tradición formal y del profundo espíritu religioso que pervive en la sociedad norteamericana. La reiterada alusión a Dios pidiéndole buen juicio y humildad. Sobre la Biblia que había recibido el juramento de Lincoln, ahora Barack Hussein Obama, hijo de kenyano, selló su compromiso de cambio con el pueblo de Estados Unidos y con el resto el mundo.
Ya bastante cambio ha sido el que un mulato llegase a la cumbre del poder. Lo que más importa es que ese cambio sea en la dirección correcta, que antes de nada aleje al país más importante del mundo de la soberbia del poder y de la altivez que sembró tragedias por doquier.
En un discurso que no fue mera repetición de lemas y promesas de campaña, Obama confirmó al auditorio que le escuchaba en todos los rincones de la Tierra, su intención de cumplir con firmeza, valentía y claridad su propósito de rescatar a su país de la hondura de una crisis, resultado de la inmoralidad de los operadores financieros e instilarle a su pueblo una nueva confianza en su capacidad de alzarse a un nuevo reto parecido al de la lucha de Independencia de 1776.
Un George W. Bush escuchó impasible el discurso que trazaba un nuevo horizonte ofreciendo a las naciones la mano abierta de paz y no el puño de la agresión. El ex presidente debió sentirse aludido cuando Obama se refirió a las concesiones, colusiones y favoritismos a grupos privilegiados que arruinó la seriedad y credibilidad de Estados Unidos. La bonanza, dijo Obama, no puede lograrse si sólo favorece a los prósperos.
Contrariando a los que quieren menos gobierno para quedar en libertad para perseguir sus propios intereses, el nuevo Presidente dijo que no se trata de discutir si el gobierno es grande o pequeño, sino saber si sirve a los que requieren de su apoyo. A los terroristas y demás beligerantes que buscan sus objetivos por medio de las armas, Obama señaló que la lucha por los valores no se juzga por lo que se destruye, sino por lo que se construye.
En una obvia intención de establecer puentes y acabar con los prejuicios hostiles que han envenenado las relaciones entre Occidente y Oriente, Obama dirigió un mensaje conciliador y respetuoso al pueblo musulmán. No olvidemos que Hussein es uno de los apellidos de Obama. Barack, a su vez, se nos dice, significa bendecido en persa.
Todo el discurso de toma de posesión tuvo por objeto inspirar una nueva confianza en un pueblo profundamente desesperado con el Bush que lo engañó y lo lanzó a una guerra frustrada e inútil.
El fundamentalismo ideológico que le sirvió a Bush como justificación había quedado ampliamente condenado al irse conociendo la extensión y profundidad de los intereses comerciales que convergieron en la invasión de Irak y, más terriblemente, en el curso de ésta los bombardeos e inútiles destrozos y muerte de miles de inocentes, que acabaron beneficiando a las empresas constructoras favorecidas por el pequeño clic que se apoderó de Washington.
Ya se escuchan voces no sólo en Estados Unidos, sino en Europa demandando el enjuiciamiento de Bush y de su vicepresidente Dick Cheney por lo que podría perfilarse como una acusación de genocidio tan calificada como las que se han enderezado contra otros funestos personajes de la historia reciente que también sembraron odio y muerte.
Los tiempos han cambiado dijo Obama. El discurso fue recibido con recelo por los que aún no se avienen al gran cambio. Se inquietaron al escuchar que si bien el mercado puede generar bienestar y empleo, también puede saltarse fuera de control. Las bolsas de las principales capitales financieras se desplomaron. Su lectura fue que el nuevo Presidente de Estados Unidos no se limitaría a seguir de frente con el multimillonario programa de rescate, sino que podrían incluir severas reglamentaciones y extenderse hasta nacionalizar instituciones bancarias antes de permitir que defrauden aún más a los que habían confiado en ellas.
Los que hasta ahora sólo pensaban en sus cortas e inmediatas conveniencias ya sienten cimbrarse la tierra bajo sus pies dijo Obama. En efecto los tiempos ya comenzaron a cambiar.
juliofelipefaesler@yahoo.com
Enero de 2009.