La popularidad, suele ser como una bella flor que se arranca de su tallo para formar un búcaro, tiene una duración efímera. Tanto que lo que ayer fue seguro, hoy puede estar distante. Al igual que la fortuna, que suele ser veleidosa, hoy estoy contigo mañana ¿quién lo sabe? La suerte, el encadenamiento de los sucesos considerados como fortuitos, puede ser, por pura casualidad, así lo que ocurre favorable o contrario a una persona, sucede por designio providencial.
Esto acaba de acontecer a los que están esperando el año de 2012 para ocupar la silla presidencial en México, cuando la ciudadanía acaba de ser golpeada por una contingencia sanitaria que ha puesto a temblar al mundo. Algunos se fueron rodando por la pendiente del infortunio, como el caso del joven gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, del que una revista que se edita en el D.F. dice en su último número "que le cuesta trabajo informar sobre las medidas de su Gobierno para combatir la epidemia de la influenza A; pero en lo que se refiere a su permanente campaña proselitista esta prioridad nacional ni lo despeina: él sigue promoviéndose como un tipo talentoso, eficaz y galán", en tanto otros pasaron lista de presentes sin que hasta ese momento se les hubiera considerado como probables portadores del virus de poder, aunque sí de sus ansias de figurar. El más beneficiado, si las noticias de que la epidemia ya nos dejó, continúan, sería el actual presidente Felipe Calderón cuya labor enfrentando lo que convulsionaba a la sociedad le está proporcionando una cuasilegitimidad que el reclamo no satisfecho del recuento de voto por voto, casilla por casilla, le ha estado negando. Su labor, en el combate al virus de la influenza ha sido, a los ojos del hombre de la calle, un éxito. Anduvo de aquí para allá y de allá para acá, reuniendo a los especialistas, para combatir al enemigo que acechaba enfrente de las puertas de los hogares listo para contagiar, al menor descuido, a los seres humanos.
Las medidas decretadas por su equipo dirigido a detener el avance de la enfermedad han traído tranquilidad en momentos en que era más fácil cruzarse de brazos y esperar a ver qué pasaba. Actuó con el tino necesario para evitar males mayores. Quizá en el combate al crimen organizado no haya sido lo satisfactorio, hasta ahora, que se esperaba, pero en ese caso su mérito fue el haberse atrevido. Con los peligros inherentes que trae el sacar a los soldados de sus cuarteles, decidió hacerlo, corriendo el riesgo. Hasta el momento no se sabe en qué va a terminar esta aventura, pero algo se está haciendo. Es posible que termine su sexenio sin que se haya resuelto el problema de la inseguridad, pero nadie podrá tacharlo de haberse acobardado ante el reto que significaba el afrontarlo o quedarse paralizado.
Hay alguien más que me da la impresión de que ha exagerado, aunque lo que hace se le aplaude. Él es Marcelo Ebrard Casaubón, gobernador en el Distrito Federal, quien se ha mantenido al frente de la lucha en sus informes a la comunidad. Nada menos, uno de estos días, lo veíamos en los noticieros con trapo en mano, limpiando el interior de un vagón del Metro capitalino. Es aspirante, ahora más fuerte, a la Presidencia de la República. No se sabe si tiene práctica en cuestiones de higienizar quitando la mugre que los usuarios dejan a diario, fregando a los virus que podrían contagiar a gente sana.
Es una labor de picar piedra, la de un político que llama a la prensa para que le tomen la foto, es ahí donde Ebrard se excede aunque ha de pensar que en la política, no solamente debe conformarse con poner el huevo, sino que además debe cacarearlo, como hacían hace años las gallinas, -pues ahora los que cloquean son los productores que para decepción de las pollas, han asumido la tarea de los gallos-.
Es justo mencionar al doctor José Ángel Córdoba Villalobos, secretario de Salud, al que poco a poco le han ido aumentando las ojeras, las cejas se le han ido descolgando como si estuviera sufriendo una gran pena moral o trajera una dolorosa punzada en el ijar, el bigotillo que le adorna el labio superior de la boca, le desciende por las comisuras, acentuando un gesto de amargura.
Lo que realmente no sabemos es si el rostro de nazareno que muestra es producto de sus desvelos, preocupado por la salud del pueblo o es por que ha venido trabajando a marchas forzadas mientras se entera que su jefe se agasaja con una opípara comida de carnitas de cerdo entrándole con entusiasmo al condumio con tortillas y sabroso guacamole de molcajete, hecho con cebolla, tomate y chile verde, acompañado del gobernador de Michoacán.
Por cierto, aunque no viene al caso, me parece una falta de urbanidad, el fajo de tortillas, dejaban las de arriba, para sacar las de en medio, seguro considerándolas que conservaban mejor la temperatura. Lo reprobable es que para hacerlas tacos, previamente deshicieran el envoltorio, manoseándolas. Las preguntas que se antojan, son ¿los demás contertulios tomarían las tortillas que les dejaron? Y las recomendaciones preventivas, ¿qué?
Otro sí digo: Escuché que los lamparones en las corbatas podrían ser portadoras del virus, pero nunca dijeron nada sobre los billetes de banco que circulan de mano en mano y que tradicionalmente han sido considerados como fuentes de contaminación.