De nuevo estamos en campaña electoral y por suerte se extenderá solamente por menos de un mes ya que se trata de la alcaldía de Torreón. Es entonces el momento justo para hacer peticiones a los señores candidatos. No es cosa de pasarles una lista interminable; las necesidades son tantas que resulta difícil elegir la petición apropiada, la que tenga mayores posibilidades de merecer la atención y el compromiso de quien será, por los próximos cuatro años, presidente municipal de esta ciudad. Una sola petición, que le toque el orgullo y que de aceptarla, demuestre de entrada que le importa la ciudad y quienes vivimos en ella.
Torreón cumplió recientemente cien años. Sabemos perfectamente lo que siempre se ha dicho de los laguneros y de nuestra ciudad, lo que nos identifica a nivel nacional: "la ciudad de los grandes esfuerzos", "que vencimos al desierto", "que la proverbial calidez y hospitalidad de los laguneros: gente abierta, generosa, trabajadora." También se dice que somos un producto de la diversidad, una auténtica mezcla de herencias multinacionales que forjaron nuestro carácter y supuestamente lo enriquecieron. Todas estas cualidades solían ser motivo de orgullo para las primeras generaciones de laguneros, y quién sabe, a la mejor eran ciertas; pero hoy habría que preguntarse cuánto de ello es real todavía y qué porcentaje de la actual población de Torreón, se identifica aún con esas características con que nos definen; cuántos creen conservar hoy la pujanza de los fundadores y si esas románticas ideas con que nos identifican, existen en realidad o sólo se usan en mercadotecnia.
Porque evidentemente algo pasó; pareciera que en el camino de los últimos veinte años hemos perdido buena parte de lo que nos caracterizaba. ¿Qué ocurrió que nos ha hecho cambiar tanto? Ahora parece más bien que Torreón es la ciudad "del mínimo esfuerzo", incapaces de levantar un dedo o una voz que nos despierte del letargo de indiferencia hacia nuestro entorno.
Al igual que muchos "laguneros-de-corazón", nací en otra parte y cuando llegué a Torreón, hubo de pasar un tiempo para que encontrara la belleza de este lugar, sin bosques ni montañas majestuosas, ni una ruina prehispánica importante o viejos y respetables edificios coloniales. La verdad, hay que admitirla, esto era un "peladero", aquí no había pasado nada muy importante ni había recursos naturales qué admirar; en pocas palabras, nada de qué presumir o sentirse orgulloso. Lo único rescatable, por lo que valía la pena sumarse al amor por la región eran las personas. La verdadera riqueza de Torreón estaba en su gente. Uno se contagiaba de la actitud luchona, que no se derrotaba ante la inclemencia del clima ni del entorno, brotaba el orgullo de sentirse lagunero. He oído contar que aún en la década de los cincuenta, cuando ya no existía el auge del algodón, Torreón se distinguía por su trazo modernista y por el empuje de sus ciudadanos. El puro orgullo de saberse lagunero, generaba toda suerte de obras culturales y de nuevas e importantes empresas.
Siempre hemos estado en medio del desierto -nunca lo hemos vencido totalmente- , razón por la cual el fenómeno lagunero de las tolvaneras hace de Torreón una ciudad polvorienta, pero nunca nadie ha dicho de los laguneros que somos sucios o flojos. A pesar del crecimiento urbano de los últimos quince años, de los modernos bulevares y fraccionamientos, de los centros comerciales, del Coliseo y el Nuevo Territorio Santos, Torreón se ve triste, sucio y abandonado
Se me ocurre que es porque estamos desmotivados y hemos ido cayendo en un círculo vicioso; nos hemos acostumbrado a verlo descuidado, sin alzar una voz, con la cabeza agachada, esperando que todo lo resuelvan las autoridades.
A los candidatos que hoy se postulan para alcalde de nuestra ciudad, tengo una sola petición: que inicie y termine su periodo con una megacampaña que nos haga sentir de nuevo orgullosos de Torreón.
Le propongo que encabece esta convocatoria y nos fije una meta en limpieza; no la que correspondería al servicio municipal, independientemente de la empresa que la haga, sino una campaña de limpieza que involucre a toda la sociedad en todos los niveles, sin tintes políticos, con el único propósito de probar que somos capaces de hacer por nuestra ciudad algo que nos regrese el orgullo de habitarla. Como dice una amiga, "para no caer en depresión profunda" (que motivos no nos faltan) "hay que agarrar la escoba y el trapito y ponerse a "jalar."
Empresas de origen lagunero y que se han extendido por toda la república, podrían apoyar esta campaña evitando que se genere basura inorgánica. Cada año se fabrican en el mundo 125 millones de toneladas de bolsas de plástico; en nuestra región, lucen como flores de la muerte atoradas en las pocas plantas que a duras penas sobreviven en los camellones. La iniciativa de separar la basura y crear centros de acopio para fomentar el reciclado, que por diez años funcionó en la colonia Torreón Jardín, en lugar de servir como ejemplo para otras colonias, fue clausurada arbitrariamente, sin ninguna opción o alternativa. En los grandes supermercados podrían establecerse sitios designados para dejar lo inorgánico clasificado.
Que se destinen recursos en publicidad y medios para hacer una gran convocatoria en cada colonia, fraccionamiento, mercado, centros comerciales, paseos públicos, unidades deportivas, instituciones educativas públicas y privadas, clubes de servicio, periódicos y medios masivos de comunicación. Aquí sobra mucha gente creativa, artistas, arquitectos, ingenieros; que se llame a todos a proponer ideas, con el único objetivo de hacernos sentir orgullosos de ser laguneros, luchones como fueron nuestros antepasados. Un cambio de actitud para recobrar autoestima.
¡Ah!, señores candidatos: una sola petición más, que acabando el periodo de campaña, por favor, den el ejemplo retirando con rapidez toda su publicidad.
