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Usos de la cuarentena

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Durante las Olimpiadas de Atenas 2004, el (pésimo) cómico (¿?) mexicano Eugenio Derbez intentó entrar a una instalación deportiva para hacer alguna de sus payasadas de mal gusto. Los organizadores de los primeros Juegos Olímpicos después del 11 de Septiembre no se andaban con cuentos: corrieron con cajas destempladas al sangronsísimo tipo por tratar de evadir la cerrada seguridad que privó en esos eventos. Derbez despotricó en contra de los agentes de seguridad helénicos, acusándolos de "racistas" y "discriminadores". En realidad, el evitar contacto con la estupidez no es discriminación: es simple sentido común.

Traigo la anécdota a colación, porque en los últimos días se ha echado gasolina al fuego de la indignación nacionalista hablando de "discriminación", por la manera en que han sido tratados en el extranjero distintos grupos de mexicanos, desde chivas expectorantes en Chile hasta turistas despistados en China. Creo que, en gran medida, todo ello forma parte de nuestra eterna manía de hacernos las víctimas.

Me explico: China hubiera hecho lo mismo con turistas canadienses si el brote pandémico hubiera ocurrido en Canadá. Raza, origen o preferencias folklóricas les hubieran importado muy poco. De hecho, docenas de turistas británicos, franceses y de otras nacionalidades tuvieron que quedarse en cuarentena durante una semana en un hotel chafón de Hong Kong porque ahí se había hospedado un turista mexicano

Lo cual no tiene nada de raro: es una de las reacciones típicas ante la presencia de una enfermedad infecciosa. En el Antiguo Testamento (Levítico, Capítulo 13) hallamos una especie de guía de cómo considerar a los enfermos dependiendo de sus ronchas y costras, y qué hacer con ellos: básicamente, separarlos de los sanos y quemar sus ropas. Aunque los antiguos no sabían nada de microbios ni mutaciones, entendían que estar cerca de alguien enfermo hacía muy posible el contagio.

Más para acá, a principios del Siglo XI el gran médico musulmán Avicena introdujo el concepto de cuarentena: esto es, aislar enfermos (o sospechosos de estarlo) hasta que la enfermedad remitía, se estaba seguro de que no existía, o el descompuesto pasaba a colgar los tenis.

El término cuarentena se refiere, como es fácil columbrarlo si se habla una lengua romance, a los cuarenta días que se consideraba había que esperar para que ocurriera alguna de las tres cosas arriba expuestas. Al parecer, tal duración fue establecida por los venecianos en una de sus posesiones, Ragusa (hoy Dubrovnik, mártir puerto croata) como prevención para que la Peste Negra no fuera a entrar a sus dominios.

Lo cual sirvió de muy poco, dado que la plaga se esparció por casi toda Europa. Al no saberse qué la causaba ni cómo se diseminaba, el culto público medieval se puso a inventar chivos expiatorios. Los favoritos eran los judíos, cuándo no. Entre 1347 y 1351 miles de seguidores de la ley mosáica fueron masacrados por las turbas cristianas, acusados de envenenar los pozos de agua y así causar la peste. Que los judíos también cayeran víctimas de la epidemia no pareció importarle mucho a los linchadores.

Polonia fue una de las pocas zonas europeas que no fue azotada por la Muerte Negra. El porqué resulta uno de esos misterios históricos que siguen dando lugar a discusiones. Algunos alegan que los polacos simplemente prohibieron la entrada a todo extranjero y así impidieron la expansión de la epidemia. Otros, que era tan poco el comercio de esa región con el resto del mundo, que no hubo muchos comerciantes que llevaran la enfermedad hasta allí. No faltan los chistosos que afirman que el bacilo, al ver lo que era Polonia, prefirió darse la vuelta y volver por donde había llegado.

Lo que sí sabemos es que muchos judíos se refugiaron de las persecuciones

La cuarentena suele utilizarse para prevenir la entrada de enfermedades en animales importados. De hecho, ello obligó a que una Olimpiada se celebrara en dos continentes y dos hemisferios distintos. Efectivamente, los Juegos de la XVI Olimpiada de 1956 se llevaron a cabo en Melbourne, Australia

En el Mundial de Futbol México 1970, las autoridades sanitarias mexicanas tuvieron particular gusto en mandar al incinerador todos los productos lácteos que traía la Selección de Inglaterra, entonces campeona del mundo. Luego de batallar años para eliminar la fiebre aftosa, ¿permitir que nos la trajeran de regreso esos sangrones insoportables, nada más porque no podían digerir el queso menonita? ¡Ah, no!

Una forma de cuarentena muy frecuente era el establecimiento de lazaretos o leprosarios. La lepra era una enfermedad especialmente estigmatizada por las terribles deformaciones que solía dejar en los afectados, y porque se creía que era sumamente contagiosa (de hecho, en la mayor parte de los casos no lo es). Así que se procedía a agrupar a los aquejados de ese mal en islas, comunidades aisladas o lugares inaccesibles. Para mayor inri, cuando los leprosos habían de salir de su aislamiento, tenían que avisar de su presencia con un cencerro colgándoles del cuello: como ser árbitro noruego en Londres. Y todo esto ocurría todavía bien entrado el Siglo XX. ¿Se acuerdan, en "Diarios de la Motocicleta", del Che haciéndola de portero (básicamente porque era el único que tenía todos los dedos de las manos) en un leprosario colombiano?

Así pues, cada país, cada sociedad se escuda como puede. Y aquí entre nos, es poco lo que puede hacerse al respecto. Además, digamos que los mexicanos no nos caracterizamos por nuestra tolerancia ni respeto al diferente

Consejo no pedido para que evitar que lo inoculen (que suena muy feo): De Thomas Mann, dos clásicos con enfermedades infecciosas de fondo: "La muerte en Venecia" y "La montaña mágica"; siguen siendo extraordinarias. Provecho.

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