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Usos y costumbres

ADELA CELORIO

Cada mañana sale mi Querubín a trabajar desafiando a pecho descubierto, como los puros machos, el más constante de todos los peligros que ofrece esta capital.

Contra lo que le dicen sus médicos, él asegura que la contaminación le hace los mandados, y si no fuera porque regresa por las noches amoratado y a punto de la asfixia, cualquiera podría pensar que dice la verdad.

Yo no necesito salir de la casa, la contaminación me alcanza hasta aquí.

Así las cosas, decidimos aprovechar el pasado "puente" para ir a cargar oxígeno en ese precioso pueblito que es Valle de Bravo en el Estado de México.

Pero como los capitalinos ya no sabemos ser ni mucho menos estar, inmediatamente después de instalarnos en casa de mi amiga Cotilla, cogimos camino hacia los hermosos bosques de la zona.

"Hay que disfrutarlos antes de que desaparezcan" advirtió nuestra anfitriona. "Nada es para siempre, así que en vez de empezar a lamentarse disfruten del hermoso pinar que tienen enfrente" sugirió el Querubín, y hacia el pinar nos enfilamos hasta que una especie de muralla china nos impidió el paso. "Cerro Gordo es ahora propiedad privada.

Un ex funcionario de PEMEX lo compró hace unos años todo, todito, incluido el borbollón, un bendito venero que era la felicidad de la gente de por aquí.

Y no te creas que fue un pez gordo quien lo compró, no señor, fue un funcionario segundón, pero ya sabes, no hay ninguno por segundón que sea, que salga tan encuerado como entró" explicó Cotilla quien tiene ya muchos años avecindada en la zona.

"Extraño al PRI" dijo don Luis Téllez en la privacidad de su teléfono celular, pero todos lo escuchamos y no faltarán quienes coincidan con el comunicativo ex secretario de comunicaciones, porque a diez años ya de empujar el cambio, no hemos conseguido erradicar los usos y costumbres que tan profundamente enraizó en la sociedad mexicana ese partido.

Un ejemplo en el que me gusta pensar (ya lo he dado aquí en otras ocasiones) ante la persistencia de esos usos y costumbres, es la antigua historia del pueblo judío que liderado por Moisés vagó cuarenta años por el desierto antes de alcanzar la tierra prometida a donde ni siquiera el mismo Moisés consiguió entrar.

Si pensamos en la corta distancia que existe entre Egipto e Israel, cuarenta años de travesía sólo se justifican por el designio preciso de que a la tierra de la leche y la miel sólo entraran generaciones nuevas.

Hombres y mujeres nacidos en libertad, y por lo tanto sin vestigios en su alma que los llevaran a repetir viejos patrones de conducta.

De nada hubieran servido la libertad y la buena tierra si persistían entre ellos las viejas costumbres de vasallaje y esclavitud.

Está demostrado que el alma se amolda a las costumbres y se acaba por pensar como se vive. Se puede decir que ahora las cosas son como son, porque fueron como fueron.

En escasos diez años de incipiente democracia, difícilmente podríamos detener la fuerte inercia de deshonestidad y corrupción que se practicaron tan "exitosamente" durante setenta y un años.

"Las conductas como las enfermedades, se contagian de unos a otros. Los malos hábitos tienen tal fuerza, que de hombres buenos hacen delincuentes: copiar en los exámenes, sobornar a un policía, maquillar los impuestos, dar una propina para que aparezca un expediente perdido, o pasar sin disimulo un billetito para conseguir un servicio al que tenemos derecho, pero qué se nos escamotea si no hay billete; no son todavía actos que escandalicen a nadie.

Diez años apenas han servido apenas para empezar a reaccionar.

Sólo nos faltan otros treinta para consolidar el cambio; o de plano votar para que regrese el partido tricolor y que siga la transa dando.

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