Los mexicanos andamos espantados, apanicados, sombríos y apachurrados y no crea usted que es por la crisis económica, que algún funcionario irresponsable se atrevió a calificar como “un catarrito”, ni por esa guerra contra la delincuencia organizada que en la opinión presidencial “vamos ganando” o en la andanada de corrupción e impunidad que rigen nuestro sistema de seguridad pública. No señores, el motivo del miedo colectivo es que ahí viene el coco en calzoncillos cortos, enfundado en la camiseta nacional de las barras y las estrellas.
El próximo 11 de febrero, en el gélido Columbus, Estado de Ohio, los guerreros nacionales, dirigidos, bueno, es un decir, por el inefable Eriksson, enfrentarán a Estados Unidos en lo que los medios de comunicación nacionales han tratado de vendernos como la “madre de todas las batallas”, como si en un partido de futbol fuera a dirimirse la supremacía de un país sobre el otro.
Lo cierto es que México se meterá a la congeladora con escasas posibilidades de éxito y no es falta de cariño, pues los quiero con el alma, sino de establecer los parámetros que regirán dicho encuentro.
Estados Unidos ha ejercido en el pasado reciente una paternidad sobre el Tri en los encuentros jugados en casa, y las últimas actuaciones de México en calidad de visitante ante Canadá, Jamaica y Honduras dejaron constancia de una vulnerabilidad que, de repetirse, será aprovechada por un rival acostumbrado a no perdonar.
El señor Eriksson, quien de verdad me cae de pelos porque tiene una facilidad impresionante para hacerse pato, sobre todo con el tema del idioma, (mí no entender), ha convocado a un variopinto grupo de futbolistas que no tiene en común ni la nacionalidad. Sí, ya sé que los naturalizados también son hijos de Dios y que la mayoría jamás han jugado juntos. Así, con tan poco margen de maniobra, resulta poco serio pensar que solamente “echándole ganas” se le va a ganar al hoy por hoy verdadero gigante del área.
Pero aún en caso de derrota, el panorama no es tan sombrío como nos señalan los promocionales; México tiene 30 puntos en disputa y ganando sus partidos de local, lo cual es mandatorio, le quedará traerse algún triunfo como visitante para asegurar el boleto a Sudáfrica. Sinceramente, no parece tan difícil.
El problema es la forma en que está jugando el cuadro nacional pues alineando el que sea se mira desconfiado, desunido y desarticulado y esas no son las mejores armas para enfrentar no sólo al “coco”, sino la eliminatoria toda, y eventualmente buscar trascender en el Mundial. El enemigo a vencer en este momento no es el equipo gringo ni el simpatiquísimo Landon Donovan y compañía. México tiene que encarar y espantar sus propios fantasmas, y el exorcismo no vendrá del banquillo del técnico.