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Vacaciones

ADELA CELORIO

Para los niños antiguos las vacaciones no eran un derecho. Si uno pasaba de año con calificaciones aceptables cuando mucho recibía un Milky Wey con la recomendación de que "el año próximo tienes que esforzarte un poco más". Vacacionar consistía simplemente en no ir a la escuela, en quedarse en casa y arreglárselas para entretenerse con lo que se pudiera. En mi caso la diversión consistía en ramonear por el jardín y columpiarme a ratos en la llanta vieja que a modo de columpio, papá había colgado del robusto Jinicuil que sombreaba el traspatio de la casa. Consistía en observar por horas el trajín de las hormigas o sostener de la cola alguna pequeña cuija para hacerla rabiar. Consistía en husmear por la cocina antes de que Jovita me echara el ojo y ordenara: "niña no andes manoseando la comida, mejor salte a jugar".

Por las tardes, vacacionar consistía en no hacer tareas sino engrudo para pegotear los trozos de cartoncillo que con un poco de imaginación y tantita diamantina, quedaban convertidos en coronas y joyas para la princesita que yo fantaseaba con ser, cuando en un futuro muy lejano todavía, me casara con un príncipe azul. Nadie se ocupaba de entretenerme ni de divertirme, me las arreglaba sola con mis muñecas de papel para las que no sólo diseñaba un imaginativo vestuario sino que las dotaba de identidad: nombre, apellido, familia, amigos y hasta historias de amor. Era una niña solitaria y feliz hasta que ya estando crecidita, cuando no necesitaba la compañía de una niña chillona, calva y feíta; nació mi primera hermana seguida de dos más que como yo, también se las arreglaron para vacacionar sin salir de casa.

Pero el mundo dio un giro de noventa grados y lo de hoy es el movimiento continuo, y viajar en vacaciones, un derecho de los niños. Cruceros por el Caribe, aeropuertos pletóricos o al menos largos viajes por carretera, son lo obligado. Crisis o no, todos por acá todos se han ido. Después de despedirlos con una bulliciosa cena de pizza y cola, mis niños con sus niños y hasta algunos niños ajenos, han abandonado esta capital. Unos iban al mar, otros al bosque y los más pequeños a Disneylandia porque según mi nuerita que es muy audaz, el chiquillo que a los cinco años no ha ido a Disneylandia es un loser. ¡Dios, lo que mi hígado tiene que soportar¡

Juan se fue con sus padres a la playa, pero sólo después de avisarles que tendrán que invitárselo todo porque él no puede cooperar con sus magros ingresos (domingos propinas o regalitos en efectivo). Estoy ahorrando porque en el 2010 me voy a Australia, informó. Y ¿con quién vas? Con Valentín, mi compañero de clase, ya quedamos. -¡Oh, qué bien! ¿Y cuántos años tiene tu amigo Valentín? -Tiene nueve como yo, pero para el 2010 ya vamos a ser más grandes. Así están las cosas por acá, y nosotros sin poder movernos porque la crisis nos tiene contra la pared, aunque tenemos suerte porque ya Ebrard nos informó -les paso el recado- que hay que vivir nuestra Capital que después de la parálisis que provocaron primero la influenza y luego las campañas políticas, ahora está de nuevo en pleno movimiento.

Y esta vez ha dicho la verdad porque sin la violencia que le imponen los padres y madres que mañana y tarde emprenden la odisea de dejar y recoger a sus chiquillos en sus actividades escolares y extraescolares, calles y avenidas fluyen amistosamente y nuestros parques y jardines lucen felices y exuberantes con las lluvias que hasta hoy han caído en con generosidad, pero sin imprudencia. No hay multitudes ni prisas y lo que toca es disfrutar de las actividades que alimentan el alma como la lectura, la música, el cine… Pero bien dicen que nazca donde nazca, uno siempre quiere estar en otra parte, porque cada mañana me pregunto: ¿quién necesita una ciudad fluida y tranquila, pero sin niños y sin amigos?

adelace2@prodigy.net.mx

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