Casi diez millones de griegos están convocados mañana a las urnas en un clima de desconcierto y frustración, al no percibir que la alternativa socialista del Pasok a los conservadores de Costas Caramanlis, que pronostican las encuestas, sea el remedio para los males que afectan al país.
Desgastado por los escándalos de corrupción y por la inepta actuación del gobierno en las violentas protestas callejeras y en la extinción de los incendios en el verano de 2007 y de este año, Caramanlis ha sido desahuciado políticamente.
Pese a ello, el político conservador de 53 años, con cara de buen humor, se llevó hoy a su familia a ver el recién inaugurado Museo de la Acrópolis en Atenas, mientras que su principal rival, Giorgios Papandreu, que lidera el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok), visitó el popular barrio Keratsini, donde ofreció un aperitivo a la población.
Las encuestas dan una ventaja de unos 6 puntos a Papandreu, pero este político de 57 años, carente de carisma y con una oratoria mediocre, no arranca las pasiones de un electorado acostumbrado a discursos cargados de mensajes incendiarios.
Los conservadores de Nueva Democracia dicen no tener un plan B si son derrotados mañana y afirman estar convencidos de que ganarán las elecciones, para lo que confían en que el 10 por ciento de indecisos de otros comicios voten en el último momento por Caramanlis.
La tercera fuerza en liza son los comunistas del KKE, seguidos de los ultraderechistas de LAOS y la coalición de izquierdas (SIRIZA).
Grecia atraviesa hoy una de las crisis económicas más profundas de los tiempos modernos, con un índice de desempleo del 9 por ciento, que puede subir al 10% en 2010, un deuda pública del 107 por cien del PIB y un déficit de 14.500 millones de euros.
Las promesas de ambos candidatos de combatir la evasión fiscal, deporte nacional que cuesta anualmente miles de millones al fisco, han generado un amplio escepticismo, que se proyecta sobre otros aspectos de la vida en este país de 11,2 millones de habitantes.
Este es el caso también de la economía sumergida, que algunos expertos sitúan en el 30% del PIB y que representa una sangría de ingresos para el fisco.
