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Veinte años del Annus Mirabilis (V): La caída de Ceasescu

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

 C Omo lo hemos venido haciendo en distintas ocasiones durante este 2009, hoy recordaremos un evento seminal ocurrido hace veinte años, época en que el mundo se volteó patas arriba, y lo que parecía imposible se hizo realidad. No por nada al 1989 le llamamos el Annus Mirabilis, el Año de los Prodigios.

Y como tenía que ser, el año (casi) terminó con una imagen francamente extraordinaria: la de la ejecución de un tirano sanguinario y nefasto. Bueno, lo que nos dijeron que era la imagen de la ejecución.

La mañana de Navidad de 1989 fue memorable no por el regusto de los romeritos o la indigestión producida por el pavo; sino porque CNN emitió cada quince minutos una filmación fuera de lo común: de pronto se veía un muro del que salían esquirlas y polvo mientras sonaban balazos. Corte. La cámara se acercaba a un cadáver junto al muro y hacía un close-up al rostro, que tenía los ojos siniestramente abiertos. La cintilla debajo de la imagen decía qué había ocurrido: el Gobierno provisional de Romania anunciaba que, luego de un juicio al vapor, Nicolau y Elena Ceasescu habían sido ejecutados por genocidio, enriquecimiento inexplicable y hacer trampa en la matatena. Lo que acabábamos de observar era, en teoría, el ajusticiamiento. Bonita mañana de Navidad, viendo la muerte de un déspota.

Aunque, pese a la desvelada, la cruda y la susodicha indigestión, quedaban algunas dudas. Como a la quinta repetición, una cosa resultaba clara: no se veía el fusilamiento. ¿Qué era lo que mostraba CNN, cortesía del nuevo Gobierno de Romania, el que de manera tan expedita se había despachado al derrocado dictador? Luego lo supimos.

En realidad el fusilamiento no pudo ser filmado porque la escuadra de ejecución ni siquiera esperó las órdenes: mal pusieron al matrimonio Caesescu contra el paredón, dispararon. El camarógrafo apenas estaba colocando la cinta cuando se escuchó: "Prepar... ¡Pum, pum, pum!" (Como eran rifles rumanos sonaban en idioma romance, o sea "Pum", no "Bang"). Luego los atrabancados verdugos tuvieron que hacer un simulacro del fusilamiento para la cámara, disparándole a la pared en cuya base estaban los cadáveres. Fue lo que vimos esa mañana de diciembre.

Ah, y el pelotón de fusilamiento fue escogido por rifa: cuando se pidieron voluntarios para ejecutar a los Ceasescu, hubo docenas de ofrecidos. Sí, no eran muy queridos por su pueblo.

Lo cual no es de extrañar: Nicolau y Elena Ceasescu conformaban una pareja singular en muchos sentidos. Uno de sus puntos finos era la manera insultante que tenían de (mal)tratar a sus connacionales. Incluso en tierras de Vlad el Empalador (el Drácula histórico) es difícil hallar unos gobernantes tan abusivos, megalómanos y desapegados de la realidad.

Nicolau Ceasescu tomó el poder en 1965. Era el típico autócrata comunista de Europa Oriental, encumbrado gracias a la protección soviética, aunque muy pronto empezó a dar señales de que era diferente a otros de su calaña dentro del Pacto de Varsovia. Le gustaba presumir de su independencia en relación a la URSS. Por ejemplo, en 1968 no sólo se negó a contribuir con tropas para la invasión de Checoslovaquia, sino que la condenó públicamente. Recibió a líderes occidentales como Charles de Gaulle y Richard Nixon cuando éstos eran vistos por Moscú como Satanás. Hizo ingresar a Romania al GATT una década antes que México. No boicoteó las Olimpiadas de Los Ángeles en 1984. En fin, que proyectaba una imagen de rebelde dentro del Bloque Socialista. Occidente se fue en la finta, y le empezó a prestar dinero... que al rato Romania no podía pagar.

Para saldar la deuda externa de un plumazo, en la década de los ochenta se racionó todo tipo de productos básicos, que estaban destinados a la exportación para obtener dinero. La población rumana pasó hambre y toda una generación de niños quedó dañada por la desnutrición... pero eso sí, se pagó toda la deuda externa.

Ceasescu se podía salir con la suya en eso y en todo lo demás, porque contaba con una eficiente Policía política secreta, la Securitate, émulo y calca de otras de su tipo como la Gestapo nazi, la KGB soviética o la Stasi estealemana. Cualquier oposición era prestamente detectada y aplastada. La población estaba aterrorizada.

Pero además los Ceasescu tenían delirios de grandeza, y se encargaban de restregárselos en la cara a sus sufridos conciudadanos. No sólo las efigies de Nicolau y Elena eran ubicuas; no sólo Nicolau se hacía proclamar el mayor teórico político desde Marx; sino que intervenían en los aspectos más cotidianos del pueblo rumano. Por ejemplo, debido a las carencias típicas de los Estados comunistas, sólo había emisiones de televisión durante dos horas diarias. De ésas, hora y media se dedicaban a los hechos y dichos del "Geniul din Carpati" (Genio de los Cárpatos, uno de muchos títulos por el estilo). El único día del año que había ocho horas de transmisiones televisivas era en el cumpleaños de Elena... y ya se imaginarán cuál era la programación. Todo libro en Romania tenía como coautor a Nicolau o Elena (o a los dos). Elena era la presidenta de toda asociación femenina rumana, desde el Sindicato de Muchachas que Bailan Recio y Buenas p'al Colchón, hasta el Club de Jardinería Cempasúchil. Mientras su pueblo se moría de hambre, se hicieron construir un pantagruélico palacio. Los arquitectos recibieron la orden expresa de que tuviera más habitaciones que el de Versalles. El resultado fue notoriamente deplorable. Cuando el mentado palacio fue asaltado por las masas durante la revolución de diciembre de 1989, en los clósets de Elena se hallaron miles de pares de zapatos... algunos recubiertos de armiño.

Finalmente, en diciembre de 1989 llegaron los vientos de cambio del Glastnost a Romania. Aunque la censura se esforzó en ocultar la realidad, los ciudadanos se enteraron que el Bloque Socialista se estaba cayendo a pedazos, que Polonia, Checoslovaquia y Hungría habían alcanzado su libertad. Y como el horno no estaba para bollos, sólo faltaba una chispa para que se diera el incendio.

La chispa fue la brutal represión de una manifestación religiosa y estudiantil en la ciudad de Timisoara, pueblo que tiene fama de rebelde. Los timisoarenses no se amilanaron, e hicieron lo impensable: excavaron las fosas comunes a donde habían ido a parar los ejecutados por la Securitate, para poder velar a sus muertos. El rumor se esparció por todo el país.

Para que se viera que tenía el control, Ceasescu convocó a una reunión de las fuerzas vivas en su apoyo en el Centro de Bucarest. Ya se sabe cómo se supone que funcionan esas manifestaciones. Pero en este caso, los acarreados empezaron a abuchear a Ceasescu apenas abrió la boca. Su cara de asombro, de absoluto pasmo, es una de las imágenes más memorables de 1989 (Imagínense a Andrés López viendo que nadie levanta la mano en el Zócalo). La gente arremetió en contra del Palacio y la Securitate abrió fuego. Una parte del ejército se unió al pueblo, harto como él de los soplones de la Policía secreta. La lucha duró dos días. Los Ceasescu huyeron en helicóptero pero no llegaron lejos. El ejército les echó el guante, y procedió a armar un juicio al que llamarlo fellinesco es quedarse corto. Los Ceasescu fueron condenados a muerte, y luego se procedió a filmar el espectáculo navideño que describíamos al principio. Con tan tumultuosos eventos terminaba el año en que vimos lo que creímos nunca íbamos a ver. Y ya pasaron veinte años, Dios mío.

Consejo no pedido para sacar el 10 perfecto como Nadia Comaneci (quien saliera huyendo de Romania haciendo ruedas de carro y maromas porque un hijo de Ceasescu la quiso violar): Consígase las obras "Rinoceronte", "La cantante calva" o "El asesino", de Eugene Ionesco. Sólo un rumano podía haber escrito esas formidables piezas del teatro del absurdo. Provecho.

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