En nuestra colaboración anterior mencionábamos el número de especies existentes en uno de los reservorios naturales de la Región Lagunera (la Reserva Municipal de Jimulco), a la cual debemos agregar las 751 especies identificadas en el Parque Estatal Cañón de Fernández, en el Municipio de Lerdo, Durango, y las 673 especies de la Reserva de la Biosfera de Mapimí, que abarca porciones de los estados de Durango, Coahuila y Chihuahua, y quizá otras más aún no identificadas fuera de estos espacios protegidos.
Uno de los rasgos distintivos del Parque Estatal es su corredor ripario o ribereño, el más importante en su tipo a nivel regional, en el cual se ubica el bosque de galería conformado por el árbol nacional, el ahuehuete o sabino (Taxodium mucronatum), sauce (Salix spp), álamo (Populus tremuloides) y fresno (Fraxinus spp), donde también existen 12 especies de peces endémicas y la noa (Agave victoria reginae); esta área natural protegida recientemente fue reconocido como Sitio RAMSAR, distinción internacional que se otorga a aquellos humedales que poseen altos valores biológicos.
En el caso de la Reserva de la Biosfera de Mapimí, el área natural protegida más importante en su categoría que alberga ecosistemas desérticos, declarada como tal desde hace más de tres décadas a nivel federal, a la vez la de mayor extensión, alberga 673 especies de las cuales 106 se encuentran en estatus de protección especial, entre ellas destaca la tortuga del bolsón (Gopherus flavomarginatus), especie endémica cuyas poblaciones se han visto afectadas por el hombre.
Estos tres espacios protegidos cubren 300,605 ha que representan el 6.25% del total de la superficie que cubren los 15 municipios de La Laguna, a los cuales organismos oficiales como la CONABIO o internacionales como WWF (World Wildlife Fund) y TNC (The Nature Conservancy), han identificado como sitios prioritarios para la conservación dentro de la ecoregión Desierto Chihuahuense. Es posible que dicha superficie se incremente si los estudios que actualmente se realizan en la Sierra del Sarnoso, en el Municipio de Gómez Palacio, indican que también es un espacio geográfico cuyos valores biológicos exijan someterlo a un estatus de protección especial.
Para los laguneros que nos hemos involucrado en la investigación, gestión, toma de decisiones o simple conocimiento sobre estos recursos biológicos, sean académicos, campesinos o propietarios privados de los predios, servidores públicos de las oficinas gubernamentales y ciudadanos en general, la conservación de esta vida silvestre constituye un reto generacional que asumimos o debemos asumir, en la medida que tales recursos son patrimonio de la humanidad y contribuyen a prestarnos servicios ambientales que la población requerimos para mejorar nuestra calidad de vida, además de que son también parte de la herencia que dejamos a las generaciones futuras, esperando no tener el reclamo de nuestros descendientes por no haber enfrentado dicho reto.
Sin embargo, el compromiso que adquirimos por conservar la biodiversidad regional, o al menos el esfuerzo que realizamos con ese fin, no es un ejercicio sencillo debido a que rema contracorriente, en gran parte por el desconocimiento que se tiene de estas formas de vida silvestre y con ello de dimensionar su importancia para el desarrollo regional. La conservación de esta diversidad biológica no se limita a cuidar y evitar se pierdan las plantitas y animalitos silvestres, como lo han expresado algunas personas, sino que implica conservar los ecosistemas y hábitats en que residen dichas especies, ambientes que también tienen un valor que al perderse significan costos económicos, mismos que ante las continuas crisis que derivan en carencias de presupuestos e inversiones públicas y privadas, se vuelve cada vez más difícil recuperar o restaurar esos espacios naturales, como sucedió con el actual lecho seco del Río Nazas que atraviesa la zona metropolitana cuyo flujo de agua se derivó por canales revestidos, perdiéndose el corredor ripario que hoy en día no sólo aportaría una mayor belleza escénica en medio del concreto urbano, sino que al mantener ese caudal ecológico favorecería la recarga del acuífero principal aledaño al cauce, cuya restauración hoy parece imposible por los costos económicos que representa.
En fin, los laguneros debemos aprender a convivir con esos reservorios y la vida silvestre que albergan, ya que residimos en un espacio geográfico seriamente alterado por nuestra presencia y las actividades que realizamos, y quizá la más modesta de esas contribuciones es que apoyemos los esfuerzos que se efectúan por conservarlos.