(Décima tercera y última parte)
El comandante Álvaro entró triunfante a la capital del país acompañado por sus comandantes entre los cuales iba Pilo. El grupo iba precedido por batallones de guerrilleros que realizaron un breve desfile por la principal avenida rumbo al Palacio de Gobierno. Una vez en éste, el comandante Álvaro giró instrucciones para iniciar la reconstrucción, encomendó a sus comandantes a resguardar la seguridad de la capital pues en varios sitios después de la batalla se efectuaban saqueos por parte de la población civil así como de delincuentes que aprovechando la situación hacían de las suyas. Pilo acompañado de un batallón de guerrilleros, se dirigió hacia un sector de la capital donde surgían llamas de varias edificaciones. Al avanzar, reconoció el sector a donde él había llegado hacía ya varios años, continuó por una de las calles y a lo lejos distinguió la tienda donde había laborado al llegar a la capital cuando era apenas un muchacho. De la misma se veía gente que salía corriendo con mercancías en sus manos; el negocio se hallaba con los vidrios rotos y las puertas derribadas. Ante la presencia de los guerrilleros, los civiles se apresuraron a salir del comercio en cuestión. Pilo atravesó la entrada del mismo como lo había hecho hacía ya muchos años y esta vez vio, que ante el mostrador se encontraba tendido en un charco de sangre, el pederasta de Rodrigo, que había sido asesinado por la multitud al tratar de oponerse al saqueo del establecimiento. Uno de los guerrilleros comentó: -“¡Está muerto!”. Pilo se limitó a asentir con la cabeza. Ningún remordimiento sintió por aquel hombre que había sido el iniciador de sus desgracias de la juventud.
Pasaron los días y el comandante Álvaro formó un grupo de jueces militares que sentenciarían a los colaboradores del antiguo régimen y como ya lo había manifestado anteriormente, ningún oficial de alto rango del antiguo Ejército Popular ni funcionarios del régimen o miembros del partido del depuesto presidente Ramiro deberían ser perdonados por lo que su sentencia sería la pena de muerte así como a cualquiera que apoyara a éstos o tratara de evitar su sentencia. Sólo serían perdonados los empleados de bajo nivel así como la tropa del Ejército Popular que no hubiera cometido atentado alguno en contra del movimiento armado que él representaba. En una palabra, existía una verdadera ley marcial en todo el país. Las ejecuciones se daban a diario en todas partes ante los pelotones de fusilamiento, con lo que esperaban lograr la paz del país así como el restablecimiento del orden. El General Gustavo fue sentenciado a la misma pena y fue fusilado en la plaza pública del centro de la capital en presencia del comandante Álvaro.
Pilo, se encontraba con un sentimiento de indiferencia ante tal situación, pues la lucha armada ya había cesado y el principal motivo por el que se había unido al grupo guerrillero era su venganza y ya carecía de objetivo alguno. Un día al salir del cuartel para dirigirse al Palacio de Gobierno, decidió realizar el recorrido a pie. De pronto una mujer ya entrada en años, se interpuso en su camino. –“Pilo, Pilo” -dijo con voz ansiosa. Al voltear a verla, a pesar de su aspecto demacrado y de sus arrugas; él la reconoció. –“Señora, ¿es usted?”-... casi desfalleciéndose la mujer contestó: -“¡Sí Pilo, soy yo!”. Pilo la sostuvo con sus brazos y la mujer rompió en llanto. -“Gracias a Dios que te encontré”. A leguas se veía que llevaba varios días sin probar alimento. Era la esposa del profe Marcelo. Apoyándola con su brazo, inmediatamente se dirigió hacia una fonda donde ordenó que le sirvieran a la mujer sopa caliente así como leche, café y otros alimentos. Después de reponerse, la pobre mujer volvió a llorar –“¡ay Pilo! A mi esposo lo tienen preso y es probable que lo maten”. –“¿Qué fue lo que pasó?”- interrogó Pilo preocupado. –“Verás, tú sabes que mi esposo, siempre fue un hombre muy dedicado a su trabajo como maestro, por lo que al irte tú del pueblo al poco tiempo lo nombraron director de la escuela secundaria. Con el tiempo un amigo lo recomendó y pasó a ser inspector de zona escolar pero como funcionario escolar fue obligado a ser miembro del partido del presidente Ramiro, cosa que a él no le gustaba pues él sólo amaba su trabajo, y no le interesaban las cuestiones políticas. Al recrudecerse la lucha armada tuvimos que huir del pueblo y nos refugiamos aquí en la capital pero después de la toma de ésta un profesor que le tenía envidia lo denunció ante los guerrilleros y lo capturaron con la acusación de ser miembro del partido del presidente Ramiro. ¡Tengo miedo que me lo maten Pilo! –“Eso no va a ocurrir” –sentenció Pilo. Después de acompañar a la anciana mujer hasta la humilde vivienda que habitaba, le prometió que él iba a liberar al profe Marcelo. Sin perder tiempo, Pilo se dirigió hacia la prisión donde se encontraban la mayoría de los presos que serían sentenciados a muerte. Al llegar los guardias se le cuadraron como demostración de respeto, debido a su alto rango dentro del grupo armado. Al enterarse de su presencia, el encargado de la prisión salió a recibirlo. Con mirada desconfiada el individuo lo interrogó: -“¿En qué le puedo servir mi comandante? -“Deseo ver a uno de los presos”. Pilo fue conducido por el mismo encargado de la prisión a donde se encontraba el profe Marcelo. Éste al verlo de momento no lo reconoció. Su cara se encontraba con los párpados hinchados por los golpes que le habían propinado al interrogarlo. Al escuchar su nombre, el profe Marcelo hizo un gran esfuerzo por abrir los ojos. -“¡Profe! Soy yo, Pilo”. El hombre reaccionó con asombro: -“¿Eres tú, mi Pilo? –“¡Sí, soy yo! A pesar de su dolor corporal, el viejo profesor abrazó con emotividad a Pilo. -“¡Muchacho, muchacho, qué bueno que estés bien!”. Después de conversar brevemente, Pilo se despidió de él con otro abrazo y en voz baja le dijo; -“Pronto va a estar libre se lo prometo”. El encargado de la prisión acompañó a Pilo al exterior de la misma. -“Olvídese de él, en tres días será ejecutado”; Pilo sin responderle se retiró del lugar. Al otro día el comandante Álvaro recibió en su despacho a Pilo. De alguna manera ya sabía de la visita de Pilo a la prisión. Al verlo entrar a su oficina recibió efusivamente a Pilo con un apretón de manos. -“Adelante comandante, es un gusto verlo”. Después del saludo y de comentarios sobre el estado de las tropas a su cargo, Pilo fue directamente al grano. -“Señor, en el tiempo que llevo sirviendo en sus filas, jamás me he atrevido a pedirle nada”. A grandes rasgos le expuso la situación del profe Marcelo a quien veía como si fuera un padre. -“Por lo que le solicito el indulto ya que él es inocente” -expresó Pilo. El comandante Álvaro después de escucharlo se puso la mano debajo de la barbilla en actitud pensativa, y en seguida comentó: -“sé que me ha servido bien comandante, y he pensado en una buena retribución económica para usted e inclusive deseo integrarlo a mi gabinete de colaboradores del nuevo gobierno, pero lo que usted me pide no es posible, pues demeritaría mis decisiones y autoridad ante la gente. El preso que usted visitó y de lo cual ya tengo conocimiento, será ejecutado pasado mañana, pues ya fue sentenciado”. Con su característica mirada dura Pilo se despidió del comandante Álvaro. Cuando se retiró, reflexionó sobre lo que había sido su vida y una de las pocas cosas que valían la pena era precisamente el profe Marcelo. Saliendo de ahí se dirigió a la vivienda de la esposa del profesor y después de entregarle algunos alimentos le aseguró que el profesor sería liberado. -“¡Bendito seas Pilo!” -dijo la mujer con lágrimas en los ojos. -“Pronto tendrá noticias mías no se mueva de aquí”. Dicho esto Pilo se retiró. Pilo estaba harto de tanta guerra, había matado a muchos hombres más sin embargo se sentía vacío. El haber encontrado de nuevo al profesor y a su esposa lo había llenado de alegría pero a la vez de preocupación. Al llegar al cuartel solicitó la presencia de 20 hombres de toda su confianza y que habían sido hombres clave en las múltiples misiones que habían efectuado. Con el mismo liderazgo que poseía les habló sobre lo agradecido que estaba con ellos, pero que él ya no podía seguir al frente de ellos; exponiéndoles la situación del profe Marcelo, por lo que él debería hacer algo para librarlo de la muerte y quien quisiera acompañarlo a liberarlo estaba en libertad de hacerlo, pero si no, él lo entendería y no guardaría ningún resentimiento. Los hombres estaban conscientes de lo que esto implicaba pues si eran capturados serían ejecutados, acusados de alta traición. Uno a uno fueron levantando la mano ¡estaban con Pilo! –“Hasta la muerte mi comandante” -pronunció uno de ellos. El plan fue audaz, cinco de ellos irían por la esposa del profe Marcelo y se ubicarían en un lugar cerca de la frontera del país donde recibían refugiados, a esperar al resto del grupo. Los 15 restantes acompañarían a Pilo en un camión militar, simulando llevar prisioneros, y al estar dentro de la prisión tomarían ésta por asalto rescatando al profe Marcelo y huyendo rumbo a la frontera. Al día siguiente en plena madrugada un camión abandonó el cuartel rumbo a la prisión. En él iban cinco hombres aparentando estar atados de las manos entre los que se encontraba Pilo. Al llegar a ese sitio, los guardias de la prisión abrieron la puerta para dar paso al vehículo con los supuestos prisioneros. Una vez en el patio de la prisión los hombres fueron conducidos por los guardias hacia unas celdas, a una señal de Pilo los guardias fueron sorprendidos por Pilo y sus hombres desarmándolos en el acto. Llevando de rehén a dos de los guardias. Rápidamente se dirigieron hacia la celda del profe Marcelo. Éste sorprendido vio cómo Pilo lo sacaba de su celda para encerrar en ella a los sorprendidos guardias. Al intentar subir al vehículo, llevando ya al profe Marcelo se dio la alarma y se inició un tiroteo entre los guardias de las almenas de la prisión y el grupo de Pilo, los cuales contestaron el fuego. Dos de los hombres de Pilo cayeron abatidos por las balas de los guardias, pero el camión se dirigió a toda velocidad hacia la entrada de la prisión derribando la reja. La persecución no se hizo esperar y el vehículo abandonó la capital del país seguido de cerca por otros vehículos. Con el disparo de lanzagranadas los hombres de Pilo dejaron fuera de combate a sus perseguidores. Ya libres de la persecución se encaminaron por un camino rural rumbo a la frontera. Cerca del mediodía avistaron al otro grupo que ya los aguardaba con la esposa del profe Marcelo, ésta al ver a su esposo, lo abrazó con lágrimas en los ojos. Pilo se dirigió a ambos y les dijo; -“Vamos profesor que aún hay mucho camino que recorrer”. El grupo se internó en una serranía y al día siguiente se hallaban próximos a la frontera. En la capital ya se sabía de la noticia de la traición de Pilo, por lo que varios grupos armados se dirigían hacia la frontera con el fin de impedir su huida y la de sus hombres. Al avanzar por un camino, Pilo fue sorprendido por un comando armado y el combate se generalizó. Su prioridad era proteger la vida del profe y su esposa. Luchando uno a uno, los hombres de Pilo fueron sucumbiendo hasta quedar sólo siete y Pilo. En la refriega Pilo sintió un golpe en su abdomen, había sido alcanzado por una bala. Sin demostrar el dolor que sentía, y conocedor de las tácticas de combate, lograron poner fuera de su alcance a sus perseguidores y por fin cruzaron la frontera. Sabía que allí ya no los perseguirían. Así transcurrió un día y medio de camino cuando vieron una carretera del vecino país; dejando las armas tiradas en la foresta. Empezaron a andar por esa carretera. Pilo ardía en fiebre. Al poco tiempo avistaron una población y al llegar a ésta, Pilo dobló las rodillas y cayó sobre el piso. El profe Marcelo solicitó ayuda a los habitantes de la población. Una muchacha que presenció la escena, corrió a ayudarlo. –“¿Qué es suyo?” –preguntó al profe. –“¡Es mi hijo!”-contestó éste sin dudarlo. Y de inmediato fue llevado con premura a un hospital. Al llegar al nosocomio, el cirujano valoró a Pilo y comentó: -“Hay que llevarlo al quirófano, la herida le produjo peritonitis, no les aseguro nada”. Después de la operación Pilo no recuperó el conocimiento y deliraba por la alta fiebre que presentaba, en su delirio llamaba continuamente a Sandra y a su madre a quienes veía como si estuvieran vivas y gritaba con desesperación que no lo dejaran. Laura que era el nombre de la muchacha que lo auxilió, conoció con admiración la historia de Pilo, y lo que había hecho para salvar al profe Marcelo y a su esposa. Poco a poco la fiebre de Pilo fue bajando, y a los tres días abrió los ojos, frente a él estaba el profe Marcelo y su esposa; sentada a un lado de él se encontraba Laura, que prácticamente no se había separado de él en esos tres días y tomando a Pilo de una de sus manos ella se la acarició y le esbozó una amplia y hermosa sonrisa, Laura se había enamorado de él. Al abandonar el hospital, Pilo lo hizo apoyado en el profe Marcelo y Laura, un nuevo futuro lleno de felicidad le esperaba. (Fin).
Agradezco a todos mis lectores, las muestras de interés que me hicieron llegar por diferentes medios sobre Pilo, fue precisamente el agradecimiento hacia el profe Marcelo lo que salvó la vida del profesor. Por mucho sufrimiento que tengamos en esta vida siempre encontraremos la recompensa al mismo. Deseo hacer un agradecimiento especial a mi hija Gabriela Rodríguez Contreras, por sus acertados comentarios, así como por su apoyo en la redacción y corrección gramatical. Si te perdiste algún capítulo o varios puedes solicitármelos a mí correo electrónico.
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