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VIDA Y SERVICIO

DR. GUILLERMO RODRÍGUEZ RIZADO

"MATILDE"

El ataque fue tan duro contra la pobre muchacha que tuvo que salir de Puebla y se refugió en la ciudad de Veracruz. Después de permanecer algunos meses en ese puerto, Matilde reflexionaba sobre lo ocurrido, mientras escuchaba el romper de las olas contra la costa. Tomando la determinación de regresar a Puebla. Una vez en la ciudad, se dirige hacia la Escuela de Medicina donde sorprendidos le solicitaron pruebas de su recorrido profesional las cuales aportó sin ninguna dificultad. Posteriormente le fue practicado un examen de las materias de zoología, química, botánica y física que también aprobó. Matilde levantó polvareda pues nunca se había visto que una mujer pretendiera ser profesionista y mucho menos médico, tan fue así que el propio Gobernador del Estado, los abogados del Poder Judicial, numerosas maestras y damas de sociedad, asistieron a una ceremonia especial donde se aceptaba a Matilde en la escuela de Medicina. La lucha no iba a ser fácil, y al grito de: -"Los machos unidos, jamás serán vencidos"- continuaron los ataques contra la pobre chica; lanzándose una publicación en el periódico que decía: "Impúdica y peligrosa mujer, pretende convertirse en médica". Matilde no soportó más las críticas decidiendo así regresar a la Ciudad de México al lado de su madre. Ya en la capital del país, contando ya con 24 años de edad, solicita nuevamente su ingreso a la Escuela Nacional de Medicina y admirablemente es aceptada por el entonces director el Dr. Francisco Ortega. Sin embargo también aquí no le faltaron los ya sabidos comentarios. Nuevamente los diarios lanzan una nota que decía: "Debe ser perversa la mujer que quiere estudiar medicina, para ver cadáveres de hombres desnudos". Desde luego en la misma escuela muchos de sus compañeros y maestros se burlaban de ella por ser la única mujer que estudiaba allí. No obstante había alumnos inteligentes que la apoyaban y consecuencia de ello llevaban por apodo los "montoyos". Antes de terminar el primer año, varios opositores y maestros solicitaron una revisión del expediente de Matilde y al encontrar que había cursado sus estudios de manera particular, objetaron las materias de latín, geografía, raíces griegas, matemáticas y francés; negándose la escuela a revalidarlas. Matilde solicitó entonces que le permitieran cursar dichas asignaturas en la escuela de San Ildefonso por las tardes; lo cual le fue negado, dado que el reglamento señalaba la aceptación de alumnos y no "alumnas". Después de esto, con todo el gusto del mundo de parte de sus opositores le fue comunicada su baja de la escuela de Medicina.

Ya desesperada Matilde le escribió una carta al Presidente de la República el General Porfirio Díaz (Porfirio acá para los cuates), quien giró instrucciones al entonces secretario de ilustración pública y justicia el Lic. Joaquín Baranda para que le "sugiriera" al director de San Ildefonso le diera facilidades a Matilde para cursar las materias que le exigían. Por lo que no le quedó más remedio al director que aceptar la sugerencia y admitir a Matilde (porque cuidado donde contradijeras a Porfirio). Así entre "gritos y sombrerazos" y un sinfín de dificultades Matilde por fin terminó los estudios de la carrera de Medicina pero de nuevo "otra vez la burra al trigo", como en el estatuto de la escuela decía que para presentar el examen profesional decía alumnos y no "alumnas" no se le permitió presentar dicho examen. Matilde escribió de nuevo a Porfirio quien decidió enviar una solicitud a la Cámara de Diputados para que se actualizaran los estatutos de la Escuela de Medicina y pudiera permitirse la graduación de mujeres médicas. Pero como la Cámara se encontraba de vacaciones, (¡¿cuándo no?!) decidió emitir un decreto donde se le permitiera a Matilde llevar a cabo su examen profesional y no le quedó otra opción al director de la escuela que fijar como fecha del examen el día 24 de agosto de 1887. Matilde contaba ya con 30 años de edad. Desde luego el jurado fue escogido entre los más severos médicos de la escuela (...de ésos que le meten miedo al miedo...), con el objetivo de que no pudiera aprobarlo. Hay que comentar que el salón de actos donde se llevaban a cabo los exámenes profesionales estaba dotado de sillones de lujosas maderas colocados en forma de herradura donde se sentaba el jurado; así como de fina sillería para el público asistente. Los directivos decidieron que como se trataba de una mujer, cualquier aula era buena para el objetivo. Cinco minutos antes de dar inicio al examen de Matilde, ¡qué les van avisando! que el propio Porfirio acompañado de su esposa Carmelita y algunas de sus amistades se dirigían a pie hacia la escuela para estar presente en el examen de la joven ¡pues, córranle todo mundo a cambiarse al salón de actos solemnes! A pesar de que el examen fue muy duro y riguroso, Matilde contestó acertadamente cada una de las preguntas que le fue realizando el jurado, siendo aprobada por unanimidad, escuchándose un nutrido aplauso en el patio de la escuela por parte de maestras y periodistas que habían acudido a presenciar el examen profesional. Al día siguiente y en presencia del secretario particular de Porfirio se llevó a cabo el examen práctico donde respondió acertadamente a los distintos cuestionamientos que le fueron haciendo y de ahí pasaron al anfiteatro donde los médicos le pidieron que practicara diferentes disecciones las cuales realizó sin ninguna dificultad. Al terminar, de nuevo fue aprobada. Al término de la ceremonia de graduación le esperaba un regalo de parte de Porfirio, a las afueras del recinto se encontraba ¡un auto! Bueno... pero de los de antes que era una carretela con dos caballos. El Secretario de Gobernación leyó un discurso elogiando a Matilde como la primera mujer mexicana en graduarse de Medicina. Los diarios dieron a conocer la noticia festejando la victoria de Matilde. Su título profesional fue expedido por parte de la Dirección General de Instrucción Pública del Gobierno del Distrito Federal dependiente del Ministerio de Gobernación. Matilde rehusándose a recoger su título, le encomendó a una amiga de nombre Paz Gómez que fuera ella quien lo recogiera. Abrió dos consultorios, uno en Mixcoac que era donde vivía y otro en Santa María la Ribera cobrando a cada quien de acuerdo a sus posibilidades.

Posteriormente participó en la fundación de asociaciones femeninas tales como el Ateneo Mexicano de Mujeres y las Hijas del Anáhuac. En 1923 asistió a la Segunda Conferencia Panamericana de Mujeres, y fundó junto con la Dra. Aurora Uribe la Asociación de Médicas Mexicanas, lo cual fue muy útil ya que en esos tiempos había personas que inclusive apedreaban a las mujeres que se atrevían a estudiar Medicina. Después del examen de Matilde ingresaron otras mujeres a estudiar la carrera y varias de ellas se apoyaban y unían para acompañar a las nuevas aspirantes en su examen profesional por las agresiones de que eran objeto. Matilde nunca se casó pero adoptó cuatro hijos de los cuales le sobrevivieron dos un hijo que vivió en Puebla y una hija que se fue a preparar como concertista en Alemania pero en los tiempos de la II Guerra Mundial fue hecha prisionera por los nazis y confinada a un campo de concentración, nunca más se supo de ella. El 24 de agosto de 1937 al cumplir los 50 años de su graduación, tres instituciones que fueron: la Asociación de Médicas Mexicanas, la Asociación de Universitarias Mexicanas y el Ateneo de Mujeres le rindieron un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Cinco meses después el día 26 de enero de 1938 cierra sus ojos para siempre esta gran mujer ejemplo para muchas mexicanas de nuestro país. Al cumplirse 100 años de su titulación en 1987, se pensó en develar un busto de esta gran mujer pero debido a los sismos de 1985 en la Ciudad de México se tuvo que posponer hasta 1988, y este busto de bronce se halla situado en el jardín José Martí del Centro Médico Nacional Siglo XXI del IMSS. Otro busto fue develado en los patios de la Secretaría de Salud el 23 de octubre de 2003.

Descanse en paz Matilde Petra Montoya Lafragua, ejemplo de tenacidad en la persecución de un sueño ridículo para unos, imposible para otros y reprobado por los demás, quien abrió a la mujer mexicana el camino de la ciencia en las postrimerías del pasado Siglo XIX.

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