Una niñez marcada por la violencia intrafamiliar la llevó a tomar la difícil decisión de denunciar al agresor, su padre, quien daba brutales golpizas a su madre y que según sintió, podrían tener un desenlace fatal.
Una niñez marcada por la violencia intrafamiliar la llevó a tomar la difícil decisión de denunciar al agresor, su padre, quien daba brutales golpizas a su madre y que según sintió, podrían tener un desenlace fatal.
La historia de Jessica Jarquín, joven nicaraguense de 20 años de edad, es similar a la de miles de mujeres que viven en silencio su martirio, la diferencia de esta historia en particular, fue el valor que tuvo ella para terminar con su calvario al denunciar al agresor.
Había sufrido en carne propia la violencia ejercida por su padre, que alcoholizado, descargaba su enojo sobre las mujeres de la casa, ubicada ésta, en un barrio populoso de la calurosa Managua, donde curiosamente sus vecinos no escuchaban nada.
El tiempo ha sanado las lesiones, pero las heridas sicológicas aún están abiertas, lamentó.
Jessica recuerda el día en que "me golpeó con la hebilla de la faja y me saco cintos de sangre, también golpeó a mi hermanita".
La experiencia traumática de la niñez y adolescencia fue tejiendo el valor de una joven que por su persistencia, logró ser escuchada por las autoridades competentes, que inicialmente prestaban oídos sordos a su denuncia debido a su corta edad.
Ella rompió un ciclo de violencia, sin embargo, los años de actuar a la defensiva cobraron un precio alto; la pérdida de su novio porque sin querer, a su vez, lo maltrataba.
Jessica ahora se encuentra en un proceso de terapia y ayuda sicológica para superar los traumas y secuelas de esa juventud que no merecemos nadie.
Sin embargo otros casos no han terminan igual y los cuerpos sin vida de mujeres culminan arrojados en diferentes lugares como "señal" del agresor para una sociedad "indiferente" ante este fenómeno social, afirmó en entrevista para Notimex, Silvia Juárez.
Responsable de un centro de atención de un organismo no gubernamental denominado Ormusa, ubicado en El Salvador, dijo que las estadísticas reflejan un "alarmante" aumento de asesinatos de mujeres en Centroamérica.
Guatemala es el país de mayor peligrosidad para ellas ya que en el presente año, han muerto en situaciones de violencia un total de 598 mujeres.
En El Salvador no es tanta la diferencia, la muerte de mujeres por violencia en 2009 asciende a 411 casos, un aumento de 138 por ciento respecto de 2008.
Honduras por su parte registra en el año más de 200 y Nicaragua 68 a octubre pasado.
Juárez afirmó que las estadísticas no contabilizan la "muerte accidental o suicidios" de jóvenes que buscan una salida a sus problemas, por ejemplo, a un embarazo precoz.
"La violencia en una región como la nuestra es latente, tiene historia y es histórica", manifesto.