Un servidor, junto a su familia, residió dos años en la hermosa ciudad de Calgary, Canadá, como encargado de un programa académico del Tec de Monterrey en un college de esa localidad. Por así determinarlo las leyes, que allá sí se respetan y por eso es el Primer Mundo, no podíamos quedarnos en las residencias del campus, dado que mi hija era menor de edad. Así que un buen día me hice de un mapa de la ciudad, la sección de anuncios de rentas del periódico, y me puse a buscar dónde podríamos vivir.
Como uno nunca sabe cuándo y cuánto va a tener que matar el tiempo, como hago siempre que pongo pie fuera de la casa, me llevé un libro. Se trataba de "El camino a Sarajevo", del general canadiense Lewis MacKensie. Este militar había estado a cargo de los Cascos Azules de la ONU que trataron de aliviar las condiciones de vida en esa mártir ciudad durante la guerra civil yugoslava. Su testimonio es un recuento de la cobardía, tibieza e insensibilidad de la comunidad internacional ante los crímenes que se cometían a diario en Sarajevo.
Llegué a una de las casas para las que había hecho cita esa tarde, y me recibió la dueña. Se presentó con un nombre extraño y un acento que denotaba que el inglés no era su lengua materna. Recorrimos la residencia que a la postre sería nuestro hogar durante los siguientes dos años, y me manifesté conforme con las condiciones, tanto materiales como económicas. Entonces y allí nos pusimos de acuerdo sobre pagos, recogida de llaves y esas cosas. Ella se sorprendió cuando le pregunté dónde se encontraba la caja de fusibles: en Canadá no se va la luz ni se funde nada porque la inepta compañía eléctrica no sepa evitar picos de voltaje.
Cuando me despedía, como sin darle mucha atención al asunto, señaló el libro que un servidor había andado cargando todo ese tiempo, y me dijo: "Yo soy de allí".
Así me enteré de que Zorana era refugiada. Que había llegado a Canadá, buscando rehacer su vida, huyendo del infierno en que el fanatismo y el nacionalismo canalla habían convertido a su ciudad. Qué tanto tuvo que ver mi interés por lo ocurrido en su patria en su decisión de rentarme de inmediato, no se lo pregunté jamás. Sospecho que algo influyó.
Con el tiempo su familia y la nuestra se hicieron amigas. Nunca hablamos de la guerra. Ella sólo contó lo difícil que le había resultado solventar los nudos legales para ser aceptada como refugiada, y lo complicado de seguir el proceso que la convirtiera en ciudadana canadiense plena. Y eso que ella reunía todas las condiciones.
Recordé a Zorana y su situación ahora que me entero que Canadá ha establecido el requisito de la visa para los mexicanos que deseen visitar el país de la hoja de maple. ¿La razón? Que muchos connacionales viajaban allá y luego solicitaban asilo como refugiados. Como el proceso es larguísimo, pueden permanecer años viviendo de gorra, estorbando el sistema, y siendo rechazados a la postre. Después de todo, el vivir en un país gobernado por oligofrénicos no es motivo para que le otorguen asilo a uno en Canadá. Ni en ningún lado, si a ésas vamos.
Total, que la situación del país ya impacta hasta los procesos migratorios de otras naciones. Lo cual no es de extrañar: cada vez más mexicanos (especialmente jóvenes) se convencen de que resulta imposible vivir aquí y buscan otro lugar en dónde poder llevar sus vidas en paz. Ésa es la triste, incontestable realidad.