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ADDENDA

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

La vida da muchas vueltas y a veces, una de esas vueltas nos retorna al pasado, mediante el simple hecho de volver a algún lugar conocido o encontrarse con alguna persona que hacía tiempo no veíamos.

En ese sentido hay para mí lugares mágicos, de los que fluyen miles de recuerdos.

Así me sucedió la semana pasada, cuando después de 23 años de no entrar a los salones de la Facultad de Derecho, de la U.A. de C., volví para dar un curso de Constitucional.

No fui a dar a ningún salón en donde yo hubiera tomado clases, pues me asignaron uno del tercer piso, que no existía cuando acudí como alumno a esa institución. Pero ello no importaba, pues prácticamente todos los salones son iguales. Cuántos recuerdos se me vinieron de golpe. Todos de muy diverso tipo. Las figuras de mis antiguos maestros, a quienes con certeza podíamos llamarles así: Maestros. Nosotros si acaso somos simples profesores, comparados con aquéllos en cuya inteligencia y conocimientos abrevamos. No quisiera enumerarlos, por temor a dejar fuera a alguno de ellos, pero ofreciendo una disculpa de antemano, recordaré ahora sólo a unos cuantos, la mayoría de ellos ya fallecidos.

Cómo olvidar a don Luis García Izaguirre y sus primeras lecciones de Derecho Romano. Las de Civil, primer curso, con don Joaquín del Río. La sapiencia de ambos nos hacía escucharlos extasiados, cuando llegamos a la entonces escuela de Derecho. Don Jorge Mario Cárdenas, en Civil, segundo curso, con toda su bonhomía y paciencia para hacernos entender los vericuetos de los bienes y las sucesiones.

Al maestro Arnoldo Siller Cedillo, en Obligaciones, una de las materias más difíciles e intrincadas de la carrera, que él manejaba con habilidad sorprendente, aunque hablaba tan bajito que nos obligaba a llegar temprano a su clase para ganar los lugares de primera fila, pues hasta atrás no se le escuchaba bien.

Mi querido Manuel García Peña, en Administrativo, que a algunos nos apantallaba cuando hablaba en francés y a otros les parecía petulante. Pero de que el señor sabía, de eso no había duda.

El maestro Juan Puente Flores, disertando sobre derecho Procesal Civil y Salvador Vizcaíno, en Filosofía del Derecho, de quien puedo decir que la mía fue la última generación a la que le impartió esa clase, pues falleció un poco antes de aplicarnos el examen final.

Mi maestro y amigo, Ernesto Cabello Flores, en Teoría del Estado, que nos fue adentrando en el conocimiento de la estructura del Estado moderno y la historia de las ideas políticas.

Y qué decir de mi estimado Antonio Alanís Ramírez, que hasta la fecha me sigue enseñando cosas de Derecho. Aunque no se me olvida que me dio una buena trapeada en el examen de Mercantil, nomás para demostrarme que todavía tenía mucho que aprender de él.

En Penal, me impartieron clases don Octavio Orellana y Carlos Chowel, quien me acorraló con la ficha del cheque, cuando todavía era delito penal, pero como la traía macheteada, pude salir bien librado de ese trance.

Pues todos ellos y otros más, acudieron en tropel, como recuerdos, en cuanto había pisado el salón de clases de la Facultad, comprometiéndome todos ellos a dar mi mejor esfuerzo, como ellos lo hicieron por nosotros.

Podría seguir esta lista con mis compañeros de clase, la generación del 77, pero sería interminable narrar todas las historias, los movimientos estudiantiles y las travesuras que entonces hicimos, que dicho sea de paso, no fueron pocas. Pero no vienen ahora a cuento y además, requieren de un espacio especial.

ADDENDA II:

Con verdadero estupor leí en el ejemplar de ayer de El Siglo de Torreón, la noticia de que el ayuntamiento de Guanajuato, acaba de emitir un nuevo Bando de Policía y Buen Gobierno, que sancionará hasta con prisión a las parejas que se besen en la vía pública.

Desde luego que, como creo que toda generalización es aventurada y normalmente deviene en falsa, sé que no todos los panistas son retrógrados ni obscurantistas. Pero de que los hay los hay. Se argumenta que la medida es para fomentar las “buenas costumbres”, ante lo cual me pregunto, ¿si besarse en la calle es mala costumbre?. No hay nada más bello que un beso y cuando yo veo que una pareja se besa en público no me escandalizo, sino que me muero de envidia, de la buena.

Pero además, me molesta la medida, porque se atenta contra una tradición bien conocida en Guanajuato, que es el ir a besarse en el Callejón del Beso.

Recuerdo ahora que, cuando yo estaba en la prepa, nos llevaron a aquella ciudad a un concurso de oratoria. Y como era lógico, en los ratos libres, nos desaparecíamos para ir a conocer esa imponente y romántica ciudad. De las que conozco, tal vez sólo comparable con Toledo.

Un buen día de ésos, me agencié por ahí a una muchacha muy bonita de ojos azules, originaria de España, que a la sazón andaba de turista y me la llevé a dar una larga vuelta por los callejones. Como ella había aceptado de buen grado, me dije: “De aquí soy” y ex profeso la llevé al Callejón del Beso.

Ya ahí y apelando a la tradición, le pedí que me diera un beso, a lo que ella accedió sin grandes reticencias. Fue uno de los besos más dulces que yo recuerde, cuando menos a esa edad. Y ahora sale el ayuntamiento que eso ya no será posible. Si tal disposición hubiera existido en aquella época, hubiera hecho lo mismo aun a riesgo de ir a la cárcel.

¿Qué más les da a los señores moralistas del ayuntamiento? ¿O qué acaso no saben que las ganas de hacer esas cosas no tienen horario, ni lugar? Donde dan, dan.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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