EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Votar o no votar: esa es la cuestión

Las laguneras opinan...

MARÍA ASUNCIÓN DEL RÍO

En tiempos de crisis como la actual, de necesidades y carencias reales, hay heridas que duelen más porque lastiman precisamente ahí donde el tejido es más sensible, donde la lesión no puede sanar. Maltratado por los apuros económicos, torturado por el delito y el horror que en todas sus formas va haciéndose crónico, el cuerpo de la sociedad mexicana yace enfermo, en espera de algo que lo reviva. Los mesías de siempre y otros a los que súbitamente les llega la vocación, prometen medicinas milagrosas, curas que acabarán con nuestros males; ofrecen erradicar los virus, bacterias y demás elementos dañinos que al paso de los años se han ido apoderando de nuestro vivir, de nuestro ser y tener. Todo a cambio de dos líneas cruzando el logotipo del partido y el nombre del candidato o candidata que lo representa.

Lo malo es que, además de que remedios así recetados curan igual que el "tomate de fresadilla embarrado en la pared" (o sea, nada) y la terapia no pasará de ser un rollo insignificante, el dispendio en medio del cual se hacen las promesas resulta injusto y ofensivo, porque este momento es el peor del México post revolucionario. El recorte de las campañas para disminuir el gasto no reduce la culpa, pues en épocas como ésta el costo multiplica su valor en hambre, deudas y desesperanza.

La sensibilidad hacia los mexicanos y nuestros problemas fue de nuevo la gran ausente en la campaña electoral. Concluyó una emisión más de palabras y espectaculares que mañana han de arrojar los mejores resultados para quienes obtendrán curul o gubernatura y con ellas la ubre que no querrán soltar jamás. Pero habiendo tantos conflictos y tal necesidad de soluciones, tanta denuncia por atenderse, gravísimas demandas exigiendo respuesta satisfactoria, tal cantidad de tareas pendientes, por más que puse atención a los spots que nos invadieron las últimas semanas, no pude encontrar nada concreto que validara sus contenidos y los relacionara con las urgencias del país. Hacerlo no era difícil: bastaba con exponer un problema detectado, su probable solución, los medios para lograrla, las acciones específicas y estrategias para emprenderlas, el cálculo de tiempos y costos, los responsables. Sin embargo, los candidatos no hicieron esta clase de referencias; se limitaron a los ataques y proclamas acostumbrados, incluyendo la oficialización de algunas acciones turbias, para que sepamos a qué atenernos.

Lo peor es que, aunque estemos hartos de la incongruencia, la rapacidad y la mentira, antes de que se acabe el año volveremos a ver la misma función, en iguales términos y efectos, porque seguiremos atrapados en este sistema anticuado y poco funcional, urgido de una reforma verdadera que los legisladores no le han querido dar (el maquillaje de la última ya se corrió, dejándolo más feo que antes). La defensa del sistema por parte de sus adeptos no la dicta la convicción de sus virtudes ni la lealtad a una ideología cada vez más imprecisa, sino lo cómodo que resulta perpetuarse en la cosa pública sin rendir cuentas, brincando de un puesto a otro, de una candidatura a otra, de un partido a otro, impúdicamente y como si se hubiera hecho bien la tarea para la que fueron electos y muy pocos tienen la decencia de acabar.

Borrados de las prioridades nacionales el ahorro, la prudencia y el necesario cambio de paradigma que nos modernice y nos coloque en la realidad actual, volvimos a soportar la invasión callejera y mediática de caras y gestos de aspirantes y peroratas como la del falso redentor cuya obsesión por el poder le autoriza a violar la ley, mentir y pactar alevosamente para conseguirlo, en tanto sus correligionarios pusilánimes le toleran todo. Soportamos también la de quienes ofrecen como estímulo para el votante la experiencia en la que echó raíces y de la cual se nutre la corrupción que hoy impide salir adelante a nuestra nación, mientras otras que estaban en iguales o peores condiciones lo van logrando. ¿Cómo creer en la madurez de un partido cuyos líderes se ostentan inmaculados, cuando los sabemos hundidos en la desvergüenza y la impunidad, presumiendo de cada peso gastado en obra pública como si, haciéndonos un favor, lo sacaran de su bolsillo (no del erario que nosotros mismos sostenemos) y no se los obligara su cargo? Igual nos cansa el grupo en el poder que, conformándose con chivos expiatorios, prefiere cerrar los ojos ante la red de corrupciones que provocan tragedias como la de Hermosillo y pretende tapar el pozo sin limpiarlo a fondo; que opta por el canibalismo y un discurso torpe, en vez del apoyo mutuo y la inteligencia al servicio de su proyecto, desperdiciado lamentablemente la oportunidad que les dio la vida para hacer algo bueno. Nada diré sobre las alianzas que aceptan la representación de líderes y fórmulas políticamente contrarios: me parecen inmorales.

¿Y los demás? Millones de mexicanos, agotados de esperar el cambio que acabe con la sucesión de incapacidades de toda factura y silencie a los que con palabras pretenden convencernos de las virtudes de sus candidatos, de sus partidos y de sus propias personas, seguimos esperando.

Mucha tinta y saliva ha consumido el tema más sonado de esta última campaña, respecto al voto blanco, inútil por la naturaleza de nuestro sistema electoral, o el de color, tan desgastado que nada ofrece para dignificarnos como pueblo y recuperar la autonomía, la estabilidad, el camino al desarrollo, la posibilidad de llegar a ser un país democrático y justo. Exhibir nuestro descontento en las urnas, aunque válido, será inútil, porque los golpes con guante blanco sólo afectan a la gente decente y el cinismo de las autoridades electorales y los partidos políticos es tal, que verán allanado el camino hacia el palacio legislativo, refrendando o sustituyendo sus colores. Las acciones y la falta de respeto por el cargo que ostentan o al que aspiran serán las mismas desde el momento en que, ante el rechazo manifiesto de la población y el llamado a protestar anulando el voto, no tomaron la decisión de postergar las elecciones de mañana. ¡Qué importante hubiera sido aplazarlas para analizar la situación y promover el cambio! Somos muchos los que vivimos ahora mismo el dilema de votar o no, porque sabemos que en ambos casos México saldrá perdiendo. Y así será en tanto no se imponga la razón y el espíritu democrático que nos permitan contar con candidatos independientes, plebiscitos, segundas vueltas y todo lo que sea necesario para elegir a quien queremos que nos represente porque confiamos en él o en ella, porque estamos dispuestos a aceptar los resultados de un ejercicio electoral libre y limpio, porque sabemos que la Ley (una nueva ley moderna y sin subterfugios para que los tramposos la manipulen a su antojo y la ignoren cuando quieran) protegerá nuestros derechos y será obedecida y respetada por todos. Lástima que nuestra asistencia de mañana a las urnas tenga más que ver con lo que NO deseamos que pase con nuestro voto que con la satisfacción de un derecho ciudadano cumplido y la esperanza de que, ejerciéndolo, podemos ayudar a nuestra patria. Ojalá y algún día

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 444523

elsiglo.mx