No es por alarmarlos todavía más, pero a los mexicanos se nos viene encima una nueva calamidad. En cierta forma, es otro tipo de virus, que se esparce insidiosamente, contra el cual es difícil encontrar defensas, y que se presenta en todos los ámbitos, públicos y privados. Sí, oficialmente han empezado las campañas políticas para las elecciones federales del 5 de julio.
A consecuencia del manoseo que se ha hecho de la Ley electoral, se le ha dado a los partidos una montaña de dinero para que nos bombardeen implacablemente con su inane propaganda; por ello, no dudamos que la ciudadanía pronto alcanzará su umbral de paciencia. La cuestión es en qué beneficia a nuestra democracia niña un uso tan irresponsable de los recursos públicos, y si el resultado de las campañas no será, por tanto, contraproducente.
Las campañas políticas en nuestro país siempre han sido un ejercicio surrealista. En tiempos del priato omnipotente, eran una mascarada consistente en pintar cerros y bardas, llenar plazas con acarreados de a lonche-pecsi-y-cachucha, y cantar loas a los candidatos que todo el mundo sabía que tenían el triunfo asegurado. Luego, a medida que se empezaron a abrir los procesos electorales, las campañas se han convertido en simples exposiciones de los defectos, perversiones y vicios de los contrarios. Lo que ha faltado consistentemente en las campañas mexicanas ha sido dos cosas: propuestas concretas de reforma; y el valor de señalar lo que se necesita, aunque sea difícil y doloroso; o sea, decirle a la gente lo que no quiere oír, pero que representa lo único capaz de sacar al país del marasmo en que se encuentra desde hace años y años.
Los políticos tienen miedo de hacer propuestas desagradables, pero necesarias, en el entendido de que ello les restaría votos a la hora de la hora. Ello supone que el electorado se conduce y piensa con gran inmadurez, incapaz de razonar y darse cuenta de la realidad objetiva. Yo no estoy tan seguro de que ése sea el caso, al menos entre amplios sectores de la población.
Y es que buena parte de la ciudadanía lo que desea es un mensaje claro de cara al futuro. Un proyecto de nación comprensivo, audaz y renovador. Que alguien presente de manera firme propuestas agresivas, ya sean originales e imaginativas, ya sea aquellas que han comprobado su eficacia en otras latitudes, en otros momentos. En suma, lo que deseamos son ideas generosas, atrevidas, proyectos a largo plazo que les sirvan a las siguientes generaciones, y no sólo para ganar una miserable curul en esta elección.
Pero lo que vemos es más de lo mismo, con una ausencia de imaginación y de propuestas sencillamente pasmosa. Usar tanto dinero en eso, es tirarlo a la basura. Como si el país estuviera para andar gastando la pólvora en diablitos. Y como si la ciudadanía no se hallara harta de la inutilidad de nuestra clase política.