Ayer tuve que presentar mi declaración de impuestos y por segundo año consecutivo acabé con el hígado hecho chicharrón. Nótese que digo "por segundo año", lo que de ninguna manera debe interpretarse como que mi historia en asuntos impositivos es tan reciente, pues desde hace 34, sin faltar uno solo, pago religiosamente los impuestos que me corresponden, en tanto que devengo un sueldo a cambio de mi trabajo. Lo que provoca mis males hepáticos es el tan ventajoso e injusto IETU (Impuesto Empresarial a Tasa Única), que me atrapó en sus garras por el delito de haber escrito algunos libros que hoy me ubican en el rango de "empresaria" (aunque no reciba como regalías por los mismos más que el 10% de sus ventas).
Y luego nos extrañamos del escaso interés que hay en nuestro país por realizar trabajo de creación intelectual. ¿Para qué, si además de mal pagado se grava con la misma tasa que corresponde a empresas en verdad lucrativas?
Recuerdo haber escuchado y visto por televisión las declaraciones del funcionario ocurrente que inventó el IETU, y que a los pocos días cambió de chamba: salió del aparato oficial para incorporarse a la Iniciativa Privada. Entonces convocó a una rueda de prensa en la que, en vez de defender el producto de su creatividad tributaria, se dio vuelo haciendo notar sus fallas, lo injusta que resultaría para muchos su aplicación y todo lo que sabemos quienes tenemos que pagarlo, mientras los que mueven el pandero del dinero y los grandes negocios se quedan tan tranquilos. En fin, el apasionado promotor del IETU terminó sugiriendo como mejor opción que nos amparásemos contra su cobro. Sobra decir que éste no procedió, pues la idea ya había sido aprobada por las Cámaras de Diputados y Senadores (¿paradigmas ellos del cumplimiento de obligaciones fiscales?) y fijada en letras de oro para la SAT.
Y como palo dado ni Dios lo quita, el impuesto de marras con todo su lastre de inequidades sigue rebanando mi patrimonio y llevándose la tajada del 17% de mis ingresos, cada vez que los tengo. Y eso que aquí no estoy contando el ISR. No, no me diga que en otros países se paga mucho más, porque entonces le voy a hacer una lista de todo lo que se recibe en esos países a cambio de los impuestos. ¿Qué no habrá una forma más creativa para que el Estado recabe fondos? ¿No hay otras alternativas para obtener recursos, que en vez de castigar a los que cumplimos con la ley penalicen a quienes no lo hacen? Por ejemplo, hace tiempo vengo notando que en nuestra ciudad muchos automóviles circulan sin placas. Hasta lo que yo entiendo, portar estos aditamentos es una obligación y no hacerlo un desacato a la ley; sin embargo, o estoy desactualizada y me pasó de noche alguna reforma al reglamento de tránsito, o de plano la ciudadanía se ríe del Departamento y sus normas, metiendo en el cajón de los recuerdos la antigua obligación de identificar los vehículos con la placa correspondiente.
Le invito a hacer un ejercicio bien simple: sitúese en un lugar de la ciudad por el que transiten carros; el que quiera, cualquier calle del Centro, un bulevar o calzada de importancia; en las colonias residenciales igual que en las barriadas más modestas, en sitios comerciales o en las vías rápidas, usted va a poder contar una cantidad inimaginable de vehículos de toda clase que, sin placas ni permisos, circulan con la mayor frescura y ante la mirada complaciente de agentes de tránsito, sin que éstos noten la falta. Si no tiene tiempo de asumir un punto de vista fijo, mientras conduce su propio vehículo, échele una miradita a los que van a su lado, lo rebasan o usted alcanza y los que están estacionados; no necesitará desconcentrarse del manejo, pues la ausencia de las susodichas placas es continua e imposible de pasar inadvertida. Nada más en el trayecto del Paseo de los Calvos al Paseo del Campestre, en la Rosita; de ahí por el mismo paseo hasta la avenida Juárez y de ésta, por la calle 21, al mercado de Abastos, contamos mi hijo y yo 246 vehículos sin placa ni permiso: carcachas y autos último modelo, modelos estándar y deportivos, camiones de pasajeros, materialistas, surtidores de mercancías, transporte infantil, motocicletas y patrullas de Policía y Tránsito.
Estoy segura de que el monto en esta pura ciudad es de miles, que multiplicándose por 30 salarios mínimos de multa (duplicados en caso de reincidencia) ingresarían al erario lo suficiente como para solventar algunos gastos importantes, sin necesidad de estar imaginando más formas de aumentar impuestos. La realidad es que esta situación es apenas un reflejo -uno más- de la anarquía en que vivimos y de la falta de creatividad de nuestros gobernantes.
El Departamento de Tránsito de Torreón, antes ocupado de regular la vialidad y el comportamiento ciudadano que tiene que ver con ésta, ahora se suma a la desobediencia de normas claramente establecidas, como circular dentro de determinados límites de velocidad; encender los faros de autos, motocicletas o bicicletas al oscurecer; no rebasar por la derecha, dar el paso al peatón, obedecer las señales de semáforo y peatonales, usar en todo momento el cinturón de seguridad, emplear las luces direccionales para cambiar de carril o dar vuelta, no estacionarse en lugares marcados como prohibidos o exclusivos para minusválidos, llevar casco protector cuando se viaja en motocicleta, exhibir en lugar visible placas actualizadas y calcomanías de tenencia, mantener vigente la licencia de manejo, etc. Imagínese usted la cantidad de dinero que está dejando ir el municipio nada más en multas no levantadas y por ende no cobradas.
Al parecer ya todo esto es historia; aquí la única ocupación de los agentes parece ser esperar que pasen los días hasta que llegue el de pagos, para cobrar, pues ya ni de levantar multas se ocupan. En la esquina de mi casa hay una escuela secundaria; los padres de familia que a la hora de salida acuden a recoger a sus hijos en automóvil, hacen una fila que va dando la vuelta a la manzana, mientras les llega el turno. Como las calles son angostas y los automóviles prácticamente las cierran, se vuelve peligroso transitar por el lugar. En el cruce de calle y avenida cada día podemos ver a un agente reclinado sobre su moto, estacionada en la esquina. No importa cuántos autos pasen y cuántos esperen inútilmente a que les den oportunidad de hacerlo, el agente no mueve un dedo para organizar la vialidad o regular el derecho que tienen los conductores de ambos sentidos. Cuando uno lo mira suplicante, en espera de ayuda, él se voltea a otra parte o se pone a matar hormigas, pero ni por casualidad se le ocurre ponerse a dirigir el tráfico. Esta conducta no le es exclusiva, pues se repite en otras esquinas o sitios similares, lo que habla no de la conchudez del agente equis, sino de la falta de atención del Departamento y sus directivos y de la total ignorancia que tienen respecto a sus funciones y responsabilidades. Lo dicho: la única acción clara es la de cobrar.
Los destrozos hechos por los policías a los dispositivos que pueden ubicarlos cuando no desean y la falta de medidas efectivas contra éstos, son otro botoncito de muestra para dimensionar el estado de corrupción e ineficiencia en que vivimos. Lo que no puedo imaginar es la solución. Por lo pronto y mientras les cae el veinte a las autoridades de que la desobediencia a la ley también puede reportar beneficios económicos, vía sanciones administrativas, nada más nos queda esperar que no se les ocurra revivir los tiempos en que la debilidad fiscal del Gobierno de Santa Anna decidió cobrar impuestos de un Real por cada puerta, cuatro centavos por cada ventana, dos pesos por cada caballo robusto, un peso por los caballos flacos y un peso por cada perro. ¡Capaz que les doy la idea!