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¡Ya no corras, Updike! (La muerte te alcanzó)

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Fue una de esas coincidencias que, en otra etapa de mi vida, hubieran sido significativas. Ahora no lo creo así. O tal vez puede ser. Quién sabe. El caso es que el mediodía del martes, en el área de fumadores que el ITESM Campus Laguna ha dispuesto para los chacuacos a causa de no sé qué estulta ley, terminé de leer la novela “Seek my face” (2002), de John Updike, uno de mis escritores favoritos. Unas horas después, al entrar a Internet, la página de inicio de CNN mostraba como noticia de última hora la muerte de Updike, a los 76 años, víctima de cáncer pulmonar.

Así pues, se fue uno de los grandes escritores norteamericanos del Siglo XX. Y deja un legado con el cual uno puede aproximarse a entender (o al menos, hacerle la lucha) a la sociedad (o al menos, a una rebanada más o menos choncha de ella) de ese país.

Y es que Updike era un maestro en el arte de diseccionar los usos y costumbres de la clase media blanca de los Estados Unidos, según fue evolucionando, prácticamente a lo largo del último medio siglo. Su personaje más famoso, Harry “Conejo” Angstrom, es protagonista de una serie a lo largo de la cual vemos cómo se transforman no sólo la vida de un americano típico, sino los valores (supuestamente) típicos de la sociedad norteamericana.

La serie se inicia con “Corre, Conejo” de 1960; Harry “Conejo” Angstrom es un jugador de basketbol de prepa que parece tener mucho futuro, a pesar de los protuberantes incisivos que harán inevitable el apodo por el que se le conocerá toda su vida. El problema es que embaraza a su noviecita, y tiene que tomar decisiones. En Conejo se apilan las inseguridades, prejuicios y necesidad de agradar de los jóvenes norteamericanos pre-Vietnam, pre-sesentas, y es un retrato multifacético de la forma (imperfecta) que tiene un aún-no-adulto para enfrentar eso que se llaman responsabilidades. Por supuesto, como suele ocurrir, la mejor manera que se le ocurre es correr. De ahí el título.

Once años después (en “Conejo Redux”, 1971) encontramos a Conejo ya asentado, como padre de familia y dueño de una agencia de automóviles usados. Hijo de su generación, Harry ha sentado cabeza, pero no por mucho tiempo. Sus infidelidades y su visión hedonista de la vida son reflejos de la generación que quiso disfrutar de la Revolución Sexual mediante el rechazo de las instituciones y gozando de un magnífico nivel de vida, mientras otros iban al pantanal de Indochina: lo que en mi pueblo se llama “querer mamar y dar topes”.

Diez años después, y por una serie de golpes de suerte, “Conejo es rico” (1981) nos presenta a Harry gozando del American Dream pero con nuevas frustraciones e inseguridades. La falta de satisfacción de Conejo corre en paralelo a la de una sociedad que se fue volviendo cada vez más materialista, consumista y vacua. Pese a pretender crear un entorno si no acogedor, sí al menos amable, Conejo fracasa una y otra vez. Resulta incapaz de tener amigos sinceros, una esposa en quien pueda recargar la cabeza o hijos de los que se sienta orgulloso y con los que pretenda, de perdido, establecer una relación mínimamente cordial.

Sobre todo ello reflexionará el buen Harry en la última entrega, “Conejo en paz” (1990), cuando ya retirado hace un recuento de las oportunidades perdidas, lo mucho que gozó con el sexo extramarital y lo vacío que a fin de cuentas lo dejaron ése y otros placeres. El título es engañoso, porque si bien ya no anda de tingo-lilingo, uno se pregunta si, al momento de recibir el definitivo ataque cardiaco, Conejo estaba realmente en paz consigo mismo y con el mundo que tanto cambió desde cuando era joven promesa del deporte de las canastas.

Todavía hay un quinto volumen, una noveleta titulada “Conejo recordado” (2001) que no les resumo porque no la he leído. Pero me suena a que es parte de la manía de Updike de no dejar pasar año sin publicar algo.

Y es que este autor era de una fertilidad impresionante. Su bibliografía abarca más de 25 novelas, más de 15 colecciones de cuentos cortos, y unos veinte libros de poesía y ensayos. Eso, sin contar que colaboraba para la revista New Yorker desde 1954, prácticamente una vez al mes, con reseñas de libros, poesías y cuentos cortos.

Algunos (como Norman Mailer, Dumbo hablando de orejas) le criticaban ese impulso a publicar lo que fuera sin muchos miramientos. Y claro, como suele ocurrir con los autores prolíficos, hay de todo como en botica. Pero ciertamente sobra lo rescatable en la obra de Updike.

Que, además, presenta una enorme variedad. La de Conejo no es la única serie. Otro personaje famoso es Henry Beck, un oscuro escritor de origen judío que llega a ser Premio Nobel, desarrollado en tres muy divertidas novelas. En plena Revolución Sexual de los sesenta, Updike publicó “Parejas” (1968) sobre las relaciones de varios matrimonios de clase media acomodada de Massachusetts. El libro fue una bomba que alcanzó el estatus de best-seller, la portada del TIME y le aseguró ser un escritor reconocido por el gran público. En 1994 sacó a la luz “Brasil”, una alegoría basada en la fábula de Tristán e Isolda, en el que una joven rica y blanca se enamora de un negro pobre, y su pasión recorre la violenta historia política y de las relaciones raciales de Brasil. Una mafufada bastante efectiva. “Seek my face”, la que acabo de leer, es una no muy disfrazada semibiografía de Lee Krasner, quien fuera esposa de Jackson Pollock, el expresionista abstracto por excelencia. Lo interesante de esta novela es que en ella se recorre la historia del arte norteamericano de la posguerra en un solo día, a través de la entrevista que una anciana pintora (quien a su vez estuvo casada con dos artistas muy prominentes) le concede a una joven periodista cuyos intereses nunca quedan muy claros. Esto de que toda la obra transcurra en menos de 24 horas ya lo habíamos encontrado en la primera novela de Updike, “La feria del asilo” (1959), en donde empezaba a mostrar lo que iba a ser su marca de clase: un manejo magistral del lenguaje, descripciones sensoriales deslumbrantes, minuciosa creación de personajes.

¿Cuál es mi favorita? Sin duda “El centauro” (1963), que hace alusión a Quirón, el hombre-caballo que sirvió de maestro a Hércules. Esta bellísima novela debería ser lectura imprescindible para todo aquel que tenga (o crea tener) vocación para el magisterio. Se la deberían de poner como tarea obligatoria a las huestes de Elba Esther (si es que están alfabetizados). Y a dos o tres (millones de) padres de familia tampoco les caería mal esa lectura.

Consejo no pedido para evitar correr como Conejo: Vea “Las Brujas de Eastwick” (1987) con Cher, Michelle Pfeiffer, Susan Sarandon y Jack Nicholson como un diablo muy convincente… basada, por supuesto, en una novela de Updike. Si les digo que el viejo era polifacético... Provecho.

PD: Desde aquí felicidades al señor Rafael Rosell, quien disfrutará de un soberbio espectáculo (Santos-Puebla), mientras otros nos aburriremos viendo un Superbowl entre la mejor ofensiva y la mejor defensiva de la Liga. Y con Acereros, además. ¡Qué envidia, Rosell! (¡Juar, juar! Correo:anakin.amparan@yahoo.com.mx

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