"He tratado de regenerarme y de hacer negocios legales, pero cuanto más alto he ascendido en la escala social, más mierda he encontrado", dijo en algún momento de clarividencia extrema Don Corleone. En cualquier boda, bautizo o acto social, uno nunca sabe a quién saluda amistoso, si a un adinerado monseñor, a un secreto rufián, o a ese caballero beato que acabará asesinando a su querida en un hotel de paso. La sociedad está muy revuelta y una misma persona puede ser al mismo tiempo mafioso y patriota, santo y pederasta.
Nada más compatible con las finanzas que "lavar" dinero. Ser político y narcotraficante es lo de hoy. Juntarse con esa gente es muy peligroso y sin embargo, inevitable. Están en todas partes, lucen sin pudor carísimos relojes, festejan a sus socios en sus lujosos yates, y cínicos que son, aparecen en los periódicos satisfechotes y sonrientes, seguros en sus complicidades: "sí ¿y qué?, si no les gusta, háganle como quieran".
Ahí están y nadie les niega el saludo aunque todos sepamos la clase de mierda que son. Uno no corre ningún riesgo si se junta con artistas y bohemios, con desheredados y mendigos, pero ¡cuidado! porque aparecer en una foto socializando con esta gentuza que mañana o pasado aparecerá en la primera página de todos los periódicos entrando en prisión; puede dar al traste con la más impecable de las reputaciones.
No hay cubrebocas, antibacterial ni vacuna que nos proteja contra una pandemia de corrupción que se expande de manera exponencial contaminado los sistemas económico, político y hasta religioso; mientras los ciudadanos del diario, es decir usted y yo, tragamos camote y seguimos soportando tanto daño.
Ya van siendo muchos los estados de la república con un gober asqueroso al mando, a quien, sin embargo, hay que seguir aguantando porque todavía no encontramos la manera de encerrarlos en la prisión de alta seguridad a donde pertenecen. Ni los daños de la severa crisis económica que padecemos, y ni la amenazante influenza, pueden compararse con el daño moral que nos provoca saber que aún ante la evidencia de sus fechorías, esos siniestros malhechores siguen sueltos y con poder de coscorronear a quien se atreva a denunciarlos (basta recordar el caso de Lydia Cacho).
Don Miguel de la Madrid está sin duda enfermo y deteriorado. Se nota claramente no por lo que dijo, y de lo que luego se desdijo; sino por haberse atrevido a decirlo rompiendo una de las reglas más sagradas del priismo: no delatar para no ser delatado. Todo ha de quedar en familia. Valiente, muy valiente nuestro Felipe Calderón al destapar tanta cloaca: ¡fuchi caca! Lo mejor que podemos hacer es apoyarlo. Ahora que está de moda soñar, como Obama y como Susan Boyle, yo también tuve un sueño.
Soñé que a los personajillos que piden nuestros votos por todos los medios porque sienten una gran vocación de servicio -o al menos eso dicen- y pretenden ocupar diputaciones y jefaturas de Gobierno; se les informaba que para aspirar a una candidatura, debían comprobar un historial de moralidad intachable, y que en caso de obtener el puesto anhelado, tendrían que trabajar por el gusto (o por una retribución simbólica si acaso) con total transparencia en el uso de los recursos públicos y desde luego sin fuero; porque ¿cómo es eso de que cualquier mandatario furrilón, goce de fuero sobre sus mandantes? Clarito vi en mi sueño cómo las largas filas de aspirantes desaparecían entre la multitud. Desgraciadamente cuando desperté ¡maldición! ahí siguen los dinosaurios.