Inicia trabajando. El dramaturgo Héctor Mendoza montará en febrero su reciente obra 'Resonancias', con el apoyo de la UNAM. EL UNIVERSAL
MÉXICO, DF. Luis de Tavira ha dicho que "Héctor Mendoza es el vértice en que convergen los torrentes que inventaron la refundación del teatro mexicano postrevolucionario"; mientras que Sergio Jiménez lo definía como "la punta de lanza de la evolución teatral en México" y "un maestro de maestros".
Mendoza (Apaseo, Guanajuato, 1932) lleva más de medio siglo rompiendo moldes ajenos y propios; el gen de la innovación les es consustancial. En su juventud leyó a los clásicos del Siglo de Oro y los montó antes de cumplir treinta años con el grupo Poseía en voz alta; luego regresaría a ellos mediante juguetonas paráfrasis en busca de contenidos que antes le pasaron de noche.
También es un dramaturgo original y un ser al que le obsesiona el fenómeno actoral; a veces combina ambas vertientes y crea obras eminentemente didácticas (Actuar o no, Creator Principium, El Buralador de Tirso).
A principios de 2009 montó Pascua, de Strindberg, con la Compañía Nacional de Teatro, y en febrero de 2010 estrenará un texto propio, Resonancias, con el apoyo de la UNAM, en el teatro Santa Catarina de Coyoacán. La obra, afirma, "es una comedia y tiene que ver con el fenómeno de la amistad, es una visión un tanto desilusionada". Ríe cuando le preguntamos si le nace del corazón y confiesa: "Es algo de dentro hacia fuera, yo nunca he sido un buen amigo".
Actualmente, el artista mantiene una férrea lucha contra un enemigo escurridizo: la anemia. "Me han hecho infinidad de estudios, me han dado de todo y nada me sirve", comenta sin abandonar la amabilidad que lo caracteriza.
HACER PENSAR El autor de Noches Islámicas no cree que el teatro pueda servir de algo en tiempos de crisis. "Sólo tiene una importancia artística y, si acaso, existe para hacer pensar, aunque en nada en especial".
De la cartelera capitalina le interesan "muy pocas cosas". Recientemente vio la reposición de Todos Eran Mis Hijos, de Arthur Miller, y le pareció "excelente".
Le preguntamos por qué montó Pascua recientemente y responde: "Uno lee cosas y se enamora de ellas".
Le pedimos que mencione tres textos propios por los que le gustaría ser recordado. Menciona de inmediato el primero: Juicio Suspendido. Para el segundo tarda tres o cuatro segundos: De la Naturaleza de los Espíritus. Y antes del tercero hay un silencio que parece eterno: La Caída de un Alfiler.
Recuerda que estudió en una escuela subsidiaria del Actor's Studio, en Nueva York, donde se aparecía Lee Strasberg con sus alumnos preferidos y daba cátedra de improvisación, sin hacer el menor caso a quienes estaban sentados.
Respeta mucho el trabajo actoral de Claudio Obregón, Ricardo Blume, Luis Rábago y Arturo Beristáin. Afirma que de Hollywood no le gusta nadie.
Comenta que Carlos Ancira era un gran actor de teatro, aunque El Diario de un Loco le pareció "horroroso". "Ancira estuvo mil veces mejor en Esperando a Godot", afirma.
Mendoza dirigió la telenovela Toda una Vida y no lo volvieron a llamar "porque salió carísima, la hice como si fuera cine". Se carcajea al comentar que "Silvia Pinal todavía me odia porque dice que la dirigí muy mal cuando montamos Anna Karenina en el teatro Hidalgo, y tiene razón, fue un fracaso artístico, aunque la gente sí fue a verla".
Durante varios años dio clases de actuación en la escuela de Televisión Azteca, "pero nunca pude tener continuidad con los alumnos; a cada rato me los quitaban para ponerlos a trabajar, y el proceso se truncaba".
Recuerda con gusto cuando dirigió a intelectuales en el mediometraje La Sunamita: "Antonio Alatorre y Luis Villoro lo hicieron muy bien como sacerdotes".
¿Cómo debe ser la vanguardia en el Siglo 21? "No sé cómo deba ser, simplemente es lo que es".