La vida nos va alcanzando y la partida final a veces se torna inevitable.
Y no me asusta la muerte, porque como dijera Sabina: "La muerte es sólo la suerte, con una letra cambiada". Lo que sí me causa desasosiego es cuando la partida, por un motivo o por otro, se presenta abruptamente, como me acaba de pasar.
El viernes pasado, muy temprano, me sorprendió la noticia. Mi amigo Armando Sánchez Quintanilla, había sido asesinado, justo al salir de su casa en Saltillo. No lo podía ni lo quería creer, pero al poco tiempo la noticia estaba confirmada: Armando ya no estaba entre nosotros.
Un par de semanas antes habíamos estado departiendo en una excelente y deliciosa comida en el restaurante Don Artemio, de aquella ciudad, comida realizada bajo la anfitrionía de su dueño, Juan Ramón Cárdenas. La comida y la charla se prolongaron durante largas horas y según me informaron después, concluyó cerca de la media noche.
En la mesa, los de costumbre: mi querido poeta, Jesús Cedillo, Armando, Juan Ramón y un servidor. Sólo faltó Jorge, mi sobrino, que tuvo que quedarse a presentar un examen final y según dice ahora, hubiera preferido irse al extra, con tal de haber estado en esa reunión.
Esas comidas eran para mí memorables, sobre todo por los temas que se trataban y la riqueza de los comentarios y las anécdotas.
Creo recordar que así fue como empecé a tratar a Armando, precisamente en desayunos y comidas siempre muy gratas. Él era secretario general de la U.A. de C. y yo estaba en el Tribunal Superior y desde un primer momento nos identificamos y surgió una hermosa amistad que se prolonga hasta la fecha, porque los amigos aún ausentes, siguen con nosotros habitando en nuestro corazón.
No podían pasar quince días sin que nos reuniéramos y por él conocí a Jesús, a quien me deja como rica herencia de amistad.
Vivimos momentos memorables en el campus universitario. Participamos juntos del proceso de reelección del ingeniero Jesús Ochoa, con quien también nos une una gran amistad.
El trato se volvió cotidiano, por razones obvias, cuando fui nombrado como Abogado General de la Universidad y no podía pisar la torre de Rectoría sin pasar a visitarlo y saludarlo.
Era un lector empedernido, confeso adorador de Gabriel García Márquez y de otros literatos famosos. Su oficina era una enorme egoteca con fotografías de muchos de los grandes maestros de la pluma.
Por eso pensé que no se quiso ir solo y para tener con quien platicar se llevó a Saramago y a Monsiváis, quienes marcharon casi al mismo tiempo que él.
Si el cielo lo permite, ya han de andar organizando una "feria del libro celestial", con su correspondiente departamento de "libros malditos o satíricos", a cargo de Monsiváis.
Y quizá Saramago, haya comenzado a escribir una breve introducción al conocimiento de: "La rebelión de los ateos, en la corte celestial", en ocho tomos.
Uno parte en la forma y términos que Dios lo tiene dispuesto. Ni un minuto más.
Y Armando se fue intempestivamente, pero cuando Dios lo había dispuesto. Pero no por ello, esas partidas dejan de doler.
Mi amigo vivió una vida plena, llena de satisfacciones y como todo ser humano, tuvo defectos, ¿quién no los tiene? Pero lo que es innegable es que jamás le hizo daño a nadie deliberadamente.
Amante también de la música, la música de todo tipo, la cual solía compartir con nosotros cuando encontraba alguna joya perdida en los estantes de las discotecas.
Lo mismo le pasaba con los libros, pues guardo para mí, uno muy especial: "La consagración de la primavera", de Carpentier, que no sé en qué artes logró sacar de Cuba, en uno de sus viajes y me lo obsequió con verdadero afecto.
Apasionado del futbol americano, pues se había educado en un momento de su vida en una universidad gringa, pero de eso, como de otras cosas, no hablaba mucho. Creo que la cultura norteamericana no era una de sus favoritas.
Armando se fue y deja un gran vacío en nuestros corazones, los de sus amigos que lo estimamos de verdad. En nuestra mesa quedará un lugar vacío, que siempre estará reservado para él. Nadie podrá ocuparlo y Jesús y yo seguiremos celebrando nuestras comidas teniéndolo siempre presente en nuestros comentarios.
Y hoy, como otras veces, pero con renovado fervor, vuelvo a decir: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".